Gira de despedida
09/11/2022 | 19:01 |
Redacción Cadena 3
Alberto Roselli
El secreto está en vivir rodeado de nombres
A los tiempos que vivimos se le suma la decisión de Joan Manuel Serrat de emprender su última gira por el mundo antes de bajarse definitivamente de los escenarios.
Claro, para los fanáticos parece haberse desatado la mayor de las crisis posibles; pero sólo se trata de eso: Serrat se retira de la vida artística activa luego de algo más de 57 años de carrera y un legado que trasciende generaciones.
El espectáculo “El vicio de cantar” llegó a Córdoba apenas un mes antes de la última-última función prevista en España para las vísperas de la Navidad de este año.
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Apenas el anuncio de la venta de entradas se hizo público, la demanda en Córdoba, Buenos Aires y Rosario fue inmediata aunque no sorpresiva. Ya sabemos de lo que Serrat es capaz.
Siempre sorprende gratamente el show armado: excelente sonido, siete músicos eximios, una iluminación impecable, acorde con el clima propio del catalán más conocido de estos últimos tiempos y la invariable calidad de empezar maravillosamente, proseguir majestuosamente y terminar en el más alto nivel.
Siempre, sin perder la más delicada sencillez.
Es que ese es el estilo de Serrat: simple, sencillo, cercano, espontáneo y con el sentido del humor aún más respetuoso y desarrollado que siempre, y la calidad suficiente de hacer sentir a todos parte misma del encuentro.
Más de dos horas donde Serrat no pierde la sonrisa en la misma figura de hace cinco décadas, de prolijísimo pantalón de vestir, camisa y saco, y caminar cuidado de hombre que respeta sus confesados dolores de rodillas, por un escenario abierto y a su disposición y que él se encarga de llenar con solo estar.
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La presentación se inicia con un arreglo musical que es una joya y que ya expone la calidad de los músicos, todos nacidos posteriormente a su lanzamiento artístico excepto su hermano del alma y responsable de los arreglos desde siempre, Ricard Miralles.
La constante que atraviesa el show parece estar en los nombres. Especialmente los propios.
La brillante y fresca narración de su relación con los personajes de sus canciones, o la alusión a sus padres, pasando por sus compañeros de la vida, poetas, artistas y amigos, hacen que cada paso esté habitado por nombres.
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La sencillez y profundidad quizás esté en los nombres más que en las situaciones o historias etéreas y de apariencia romántica porque siempre son vitales.
Porque comparaciones como que “las canciones son como el café con leche” o que “después de 50 años la SEÑORA de la canción sigue teniendo sus cuarenta años” no son sino figuras tan cotidianas como simples y profundas. Y todas aluden a nombres.
Entender y escuchar a Serrat exige cierta cultura general, pero no de la refinada y museística, sino de aquella que nuestros padres tenían de sólo leer y pensar por sí mismos. Porque el catalán no resigna rimas para caer bien a la mediocridad elegida y generalista.
También es cierto que no es conocerlo si no se deja uno interpelar por sus letras, cargadas de mensaje y compromiso, interpretando a los más postergados.
Sino son canturreos de letras y melodías de otros que como él visten pantalón de vestir, camisa y saco a modo de uniforme para mostrar un personaje, que prefiere creer que el arte no tiene nada que ver con la vida.
Porque Serrat es un artista. Dijo, dice y dirá lo que muchos quisiéramos y no sabríamos cómo.
Por ejemplo, defendiendo la casa común, el mundo ya tan herido, cuando califica sin anestesia que la expresión “inteligencia humana” es un oxímoron.
Y así lo deja. Para ir al diccionario de inmediato, y luego reconocer la mediocridad de quienes sólo viven para sumar poder.
Promediar siempre para arriba
Basta decir Serrat para saber de quién se trata. Aunque no pocos exageradamente desvelados insistan en gritarle “Nano!!!” como su fueran ex compañeros de escuela.
Basta decir Serrat. Como basta decir Don Quijote o Maradona o el Polaco o apenas unos pocos más.
Porque encuentran el modo de decir de modo sencillo lo simple, lo evidente, lo que conviene a todos, cada uno a su modo. Y porque –insisto- sus historias están llenas de nombres.
No me relevo de eso. Escuchándolo a Serrat se me presentan dos: Mi hermano Daniel en su butaca emocionándose desde el principio al final y mi primo Julio, en la definitiva butaca del más allá, que levantaba sus cejas negras y abría los ojos vivos con solo escuchar y cantar sus canciones.
Ojalá que, como Serrat, siempre sea posible vivir habitados por nombres concretos y utopías esperanzadoras.
Cada uno en su “vicio” sano y constructivo. Para Serrat es el de cantar.
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