Perfiles de La Previa
11/10/2020 | 13:05 | El astro tuvo una infancia difícil, aunque marcada por los esfuerzos de su madre para que nada le falte. Con más de 30 mil puntos anotados, logró su cuarto anillo de campeón y otro MVP en las finales.
Raúl Monti
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El camino al trono de LeBron James, el rey de la NBA
La joven Gloria James no sabía qué iba a pasar con su vida cuando fuera madre por primera vez. Tenía apenas 16 años, el padre de su hijo la había abandonado durante el embarazo y ella no contaba con los medios para mantener a un niño. Se prometió a sí misma que a su bebé podrían faltarle muchas cosas, pero ella siempre estaría a su lado. En un contexto de mucha pobreza, dio a luz el 30 de diciembre de 1984 en un hospital de Ohio, Estados Unidos. Ante la ausencia de su papá, lo bautizó con un nombre que le gustaba y le dio el apellido materno: así nació LeBron James.
Durante mucho tiempo, LeBron sintió que él y su mamá estaban solos contra el mundo. Sin nadie más en quien apoyarse, creció con la incertidumbre diaria de no saber si tendrían un plato de comida o en qué lugar pasarían la noche. Gloria hacía todo lo que estaba a su alcance para que su hijo tuviera una vida normal, pero seguía siendo una adolescente y en cierto punto, estaban creciendo juntos. Llegaron a mudarse 12 veces en tres años y ella, con mucho dolor, tomó una decisión tan difícil como positiva en el largo plazo: lo dio en adopción a su profesor de fútbol americano, quien lo acogió como si fuera su padre.
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Recién a los 9 años, LeBron conoció cómo se sentía tener una casa fija, ir todos los días a la escuela y desayunar en familia junto a los hijos de su profesor, que lo recibieron como si fuera un hermano más. Su mamá iba a verlo cada vez que podía y era un buen jugador de fútbol americano, pero una vez que descubrió su talento para el básquet, se dedicó de lleno a su nueva pasión. Aprendía mucho más rápido que el resto de sus compañeros, y su entrenador le explicó que ese podía ser el camino hacia una mejor vida, para él y su mamá.
Con el paso del tiempo se convirtió en una de las promesas del deporte universitario en Estados Unidos y en el 2003 se sumó con 19 años a los Cleveland Cavaliers, la franquicia de su ciudad natal. Llegó a la NBA con una gran presión sobre sus hombros tras haber sido la primera elección del draft, y se hizo cargo de todas las expectativas que había generado su aparición: se llevó el premio al novato del año e inició un camino extraordinario en la elite del básquet mundial.
No pasó mucho tiempo hasta que se hizo evidente que era un atleta superior al resto, pero los logros colectivos parecían estar fuera de su alcance. Perdió las finales del torneo en 2007 contra los Spurs de Manu Ginóbili y pasó 7 años en Cleveland sin conseguir ni un solo campeonato, aunque su vitrina personal ya lucía el premio al jugador más valioso de la liga. En una decisión polémica, abandonó a su equipo en 2010 en condición de jugador libre para sumarse a un proyecto más competitivo, aunque su gente no se lo tomó muy bien. El dueño de los Cavaliers lo tildó de “traidor” y “cobarde”, y sus seguidores quemaron las camisetas con su nombre. Entendió que ya no había vuelta atrás.
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En la temporada 2010/11, Miami Heat rompió el mercado con las contrataciones de Dwayne Wade, Chris Bosh y LeBron James, un combo de superestrellas obligadas a quedarse con la NBA: todos venían de ganar el oro olímpico en Beijing y la prensa bautizó a ese equipo como “el monstruo de tres cabezas”. Tantas expectativas hicieron que la derrota en la final contra los Dallas Mavericks fuera aún más dolorosa, y James quedó en el ojo del huracán por una actuación decepcionante. Tras una nueva frustración, se encerró en su casa sin hablar con nadie durante dos largas semanas, en las que los medios se burlaron de él y lo trataron de perdedor. Dichos comentarios se convirtieron en el combustible de su espectacular revancha en los años venideros.
La gloria que se le había escapado una y otra vez durante sus ocho temporadas como profesional, llegó por duplicado en 2012 y 2013 con los Miami Heat. De a poco, su palmarés se hacía más acorde a su enorme figura, cuando para muchos ya era uno de los mejores basquetbolistas de todos los tiempos. Lejos de los grandes discursos, cuando le preguntaron lo que sentía tras romper su maldición en las finales y conseguir su primer anillo de campeón de la NBA dio una respuesta clara y contundente: “Ya era hora. Ya era la maldita hora”.
Para aquel entonces LeBron tenía 30 años y las primeras lesiones aparecían en su camino, pero tomó una decisión que sorprendió a todo el mundo del básquet: volver a Cleveland, el equipo de sus inicios del que se había ido tan mal. Los enojos del pasado y la quema de camisetas se fueron borrando de la memoria de los fanáticos mientras su figura seguía rompiendo récords dentro de la cancha. En el 2016 y contra todos los pronósticos, los Cavaliers conquistaron el primer título de su historia de la mano de James, que con su gesta le hizo honor a uno de sus apodos más icónicos: “The Chosen One” (“El Elegido”).
A sus 35 años, pocos discuten su lugar de privilegio entre los grandes atletas de la historia. Con tres anillos de campeón y más de 30 mil puntos anotados en su carrera, su ambición no decayó con el paso del tiempo. Este año llevó a Los Angeles Lakers a una nueva final de liga, la décima a nivel personal, y logró con su presencia que el resultado pasara a un segundo plano. Lo más importante para los seguidores es verlo en acción, y disfrutar al máximo de sus últimas temporadas en actividad. Todos quieren ganar, pero en su caso, una corona más o una corona menos no cambia su condición: LeBron James es el rey indiscutido de la NBA.
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