Política esquina Economía
07/05/2021 | 12:30 | Reclamamos vacunas. Reclamamos préstamos. Como si el mundo estuviera obligado a mantenernos. Perdimos la vocación de grandeza, de hacer algo productivo por los demás.
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La Argentina se ha transformado en país mendigo, somos una especie de piquetero del mundo, todo el tiempo reclamando que los demás nos den algo.
Por ejemplo, somos de los que reclaman que se liberen las patentes de la vacuna, o que los países “ricos” que compraron vacunas nos donen las que les sobren.
También somos, desde hace años, los que pedimos prestado, pero después no pagamos las deudas. No sólo con los privados. Al FMI lo acusamos de todo sólo porque nos pide que le expliquemos cómo pensamos pagar antes de seguir prestándonos. Nosotros no tenemos nada que explicar. Ahora, encima, el FMI nos va a dar plata extra, como a todos los países del mundo, por la pandemia, pero nosotros ya sacamos una resolución del Congreso reclamando que ninguno de esos dólares que nos dará el Fondo se use para pagar nuestras deudas con el Fondo.
Qué país mezquino. Qué poca vocación. Somos un país vividor. La nación ñoqui del planeta.
Nos hemos acostumbrado a eso. A reclamar. A exigir que nos den.
Estamos cada vez más solos. Nuestros vecinos -Chile y Uruguay, por ejemplo- van y compran sus vacunas. Listo. Si va a haber donaciones, tienen que ser para los países verdaderamente pobres. No para nosotros. Al revés. Si tuviéramos un cachito de orgullo en lugar de tanta vocación por la siesta y el desperdicio, deberíamos ser nosotros los que en estos momentos deberíamos ayudar a otros. No al revés.
En general, todos los países contribuyen al intercambio global. Unos aportan conocimiento, otros tecnologías que nos mejoran la vida, otros países producen la indumentaria para vestir al mundo, otros, la energía, el petróleo, otros, como muestra la pandemia, las vacunas, los medicamentos y los aparatos que salvan vidas.
Nosotros no. Lo único que aportamos es básicamente soja. Y nos están pagando una fortuna. Al borde de los 600 dólares la tonelada, muy cerca ya del récord histórico de 2012.
Pero nosotros hemos perdido hace demasiado nuestra vocación de grandeza, nuestra voluntad de ser un país productivo, colaborativo, optimista, en definitiva, un país capaz de hacer algo por los demás. Sólo reclamamos. Nos tiramos al piso, nos consideramos pobres aunque tenemos a un tercio de la población sin trabajar serio, sin estudiar, ni nada, algo que asombra a los países a los que les tiramos la manga.
Es como si creyéramos que tenemos derecho a que los demás países nos mantengan. Menos mal que no existe una avenida 9 de Julio a escala planetaria. Si existiera, ahí estaríamos nosotros, los argentinos, cortándola todos los días, haciéndonos los pobres, y complicándole la vida al resto de la humanidad.