Al borde de la anomia
08/09/2020 | 17:30 | Policías que se rebelan. Vecinos de countries que ignoran a la Justicia. Tomas de terrenos. Trenes que dejan de circular por un grupito de okupas. Y el presidente quema puentes.
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Las señales de la anomia, de disolución de las normas sociales en medio de un malestar creciente están en todas partes. Noventa mil policías se rebelan sin preaviso en la provincia de Buenos Aires. En menos de 24 horas un gobernador asustado concede un aumento. Pero la protesta sigue. En medio de una ola de inseguridad.
Vecinos de un country transforman la orden de la Justicia de prisión domiciliaria para Lázaro Báez en papel mojado. Ponen la excusa de que el empresario K no pagó expensas. Pero resulta que nadie le inició una demanda comercial al respecto ni un juicio de desalojo.
Miles de personas copan propiedades públicas y privadas mientras que funcionarios del mismo gobierno se acusan entre sí de ser instigadores o represores de las tomas.
Un grupo de personas se asienta de prepo en el predio de un ferrocarril y la respuesta oficial es que el tren deje de funcionar, mientras los responsables debaten si eso es o no un delito.
En una economía ahogada por una cuarentena pésimamente administrada hay gobernadores que decicen derogar la unidad territorial del país sin que el poder nacional intervenga siquiera de palabra.
Hace ocho días, la Argentina salió formalmente del noveno default de su historia. Pero el riesgo país sigue en 2.100 puntos. Es decir, si el Estado quiere tomar un préstamo tiene que garantizar al inversor una renta de 21% anual, en un mundo donde la tasa es cero. Con viento a favor, esa tasa podría bajar a 10%. Igualmente inviable. La razón es que el gobierno sigue sin decir cómo piensa ordenar el desmadre del gasto público en el que incurrió con la excusa de la pandemia para seguir alimentando su histórica pasión clientelística.
Pero el gobierno sigue tocando el violín sobre la cubierta. Y Alberto Fernández dinamita puentes, no sólo con la oposición, sino con la mitad de la población. Justo cuando más necesitaría de su colaboración y paciencia. Pero, claro, no le queda otra: el pacto privado que lo puso en la Presidencia lo obliga a poner su puesto al servicio de su jefa y no de un país crispado por la inflación y la recesión de años, por la decadencia generalizada, por la corrupción que se percibe impune y, también, por la pandemia.
La sociedad les está dando todas las señales. Después no digan que nadie les avisó.