Recambio democrático
10/12/2019 | 08:57 | Macri y Fernández rompen hoy un maleficio de 91 años. Es gracias a una política que aguantó y a una economía que no estalló. Y hay razones para ser optimistas.
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El día en que ganamos todos (Por Adrián Simioni).
Listo. Llegamos. Hoy, cuando la autoridad presidencial pase misteriosamente de Mauricio Macri a Alberto Fernández, los argentinos a los dos lados de la grieta habremos roto un maleficio de 91 años. Ya se dijo hasta el hartazgo: 1928 fue el último año en que un presidente no peronista (Marcelo De Alvear) pudo darle el mando a otro.
Dicho así, es un mera curiosidad histórica. Pero se pierde lo verdaderamente significativo. Esta “normalidad” tan anormal de la que hoy vamos a ser testigos se explica por algo mucho más profundo. Es la primera vez que este traspaso será posible porque es la primera vez que una crisis borrascosa, económica y/o política, de esas en las que Argentina se especializó, no se lleva puesto a un gobierno no peronista.
Y no se lo lleva puesto porque el macrismo aguantó. Y porque la oposición no jugó a la destrucción. Es el mayor mérito de nuestra tan vapuleada casta política. No es gran cosa. Pero es inédito. Y es un logro que puede ser más importante que ningún otro en sus consecuencias.
Veamos. Macri llega acá con la economía mínimamente estabilizada y con un clima político relativamente pacífico. Uno prende la luz y las bombitas encienden, no como en 1989. Y el salario promedio en blanco no es de 250 dólares, como en el 2002, sino de algo más de 700. Los ejemplos son numerosos. La pobreza medida por la UCA es la mayor en una década, pero no hay una tierra arrasada en la que hayamos perdido todo.
Y por la misma razón, no hay un hoyo dejado por ninguna explosión sobre el que un demagogo pueda prometer mejoras rápidas. Si una llamarada hiperinflacionaria hubiera hundido el salario a 250 se podría prometer duplicarlo. Y aún así quedaría 200 dólares por debajo del actual.
Y tampoco se puede prometer todo al mismo tiempo: no se pueden evitar la hiperinflación y un default abierto que todavía no sucedieron y al mismo tiempo multiplicar en términos reales las jubilaciones y los subsidios.
Por eso Alberto Fernández no hizo hasta ahora promesas alocadas.
De alguna manera, al perder las elecciones Macri sufrió una derrota pírrica. No consiguió la reelección, pero dejó un mapa que Fernández, en gran medida, va a tener que seguir. Ese puede llegar a ser su inesperado triunfo ante la historia. Si fuera así, se lo reconoceremos recién dentro de algunos años.
Si el presidente entrante quisiera disfrutar el rebote de la tierra arrasada -como les tocó hacerlo a Carlos Menem o a Néstor Kirchner- Fernández tendría que, primero, detonar la bomba de neutrones siendo presidente él.
Difícil que lo haga. Primero, nada indica que Fernández no quiera lo mejor para la sociedad argentina, empezando por evitarle una tragedia.
Segundo, sería una jugada delicada: si dejara que todo se hundiera debería convencer luego a la población de que la explosión era inevitable dada la herencia macrista.
Tercero y más importante: Fernández tiene muchas chances de terminar de cruzar con éxito el río montado sobre el caballo que hoy le cederá Macri. Su coalición controla con holgura las dos cámaras del Congreso. Tres de los 5 jueces de la Corte Suprema son peronistas declarados. De las 24 provincias, 18 son controladas por aliados firmes. Los sindicatos son abrumadoramente peronistas y están compactamente alineados detrás de él, con unas pocas excepciones.
Hasta la oposición puede transformarse en un activo para su gestión. Al menos por ahora, no está dinamitada ni humillada. Representa un 40% de la población y esa es su porción en la torta del Congreso. Si Fernández decide llegar al otro lado del río, macristas y radicales van a tener que acompañarlo sí o sí, a menos que asuman la vergüenza de borrar groseramente con el codo lo que escribieron tan clarito con las manos en estos cuatro años.
Como Macri, Fernández también puede tener en frente su gran cita con la historia.