Política esquina Economía
28/04/2020 | 08:47 | Argentina, aislada hasta de sus cinco vecinos. Papelón con Chile, un pie fuera del Mercosur y default al frente: el país más ensimismado del mundo.
En “La balsa de piedra”, José Saramago imagina un mundo en el que la península ibérica se separa de Europa a partir de una grieta en los Pirineos. En la utopía del portugués, España y Portugal se convierten en una isla flotante, metáfora de una identidad semieuropea independiente de la hegemonía de Francia, Alemania e Inglaterra, que hay que preservar.
Hay días en que la Argentina parece querer ser una balsa saramaniega. No será de piedra, como la predominante meseta castellana. En nuestra imaginación podrá ser de tierra, como la Pampa mayoritaria, pero también estará destinada a vagar igualmente sin rumbo, detrás de quimeras incomprobables. Eso sí: no tendrá la compañía de ningún vecino.
Sólo los argentinos cortos de mente, que dan por sentado que en todo el mundo los usos y costumbres son los suyos, podrían haberle dicho a políticos progres chilenos lo que Alberto Fernández les dijo, como presidente de Argentina, en la Quinta de Olivos: “Lo que le hace falta a Chile es que (los progresistas) vuelvan a unirse para poder recuperar el poder en favor de los chilenos”.
Eso no es sólo una intromisión en la política interna de otro país. Es un insulto grave que nos enloda a los argentinos educados. Porque lo serio es la implicancia inmediata de ese enunciado: para Fernández, Piñera ejerce el poder en contra de los chilenos. Clarito como el agua.
En Argentina estamos acostumbrados a que los sectores más fachos de ciertas izquierdas y derechas, casi siempre enancadas en el peronismo, consideren que cualquiera que ejerza el poder y no sea o simule ser uno de ellos es un ejército de ocupación, un gobierno títere, cipayo, entreguista, antipatria. Aunque haya sido elegido por una mayoría de argentinos.
El último que lo expresó fue el propio Alberto F. “El gobierno volvió a manos de los argentinos”, dijo en su búnker la noche en que ganó las elecciones. Como si todos los que votaron otra cosa hubieran sido panameños.
Todo normal… en la Argentina. Eso, en las sociedades democráticas, casi no existe. En Chile a un presidente le dicen de todo, pero es raro que alguien de concejal para arriba diga esas barbaridades. Nadie considera un extranjero a quien piensa distinto.
Googleen “Piñera cipayo”. Lo único que encontrarán es la descalificación que una vez le perpetró Mariela Castro, hija del autócrata cubano Raúl Castro.
A las 20 del lunes, Alberto F. todavía no había hecho un desagravio claro y público. Hay grieta en los Andes.
Estamos hablando de la decisión unilateral del gobierno de dejar de participar en el inicio -inicio- de las negociaciones del Mercosur con Canadá, Corea del Sur, Singapur, Líbano, Israel y Singapur con vistas a ampliar el comercio. Expresa una vocación aislacionista que supera incluso los parámetros de la Argentina, cuyo temor al exterior compite desde siempre con el de los bichos bolita.
El canciller Felipe Solá salió a explicar lo inexplicable con argumentos pobres, que van desde acusar a la oposición y pedirle que se calle en nombre de la pandemia, hasta decir que la Argentina hace esto para que el bloque actúe como tal y con el consenso que propone su estatuto. Canciller: los otros tres socios están de acuerdo en iniciar conversaciones; la única que no lo está es Argentina. Y es Argentina la que patea el tablero.
Solá tuiteó algo más: “Los que piden tratados de libre comercio del Mercosur con otros países no pueden destacar un solo beneficio para el trabajo argentino. Su posición es ideológica: el libre comercio siempre será mejor por definición”.
Si a Solá le han dicho que bloquee cualquier apertura comercial tal vez no le convendría cuestionar a los oponentes por ideológicos. La realidad empírica se ha hartado de demostrar tres cosas:
1- El crecimiento de países de todo tipo que se integran comercialmente (desde España en la UE hasta China; desde Chile a México en América latina).
2- La decadencia de los que rechazan toda reconversión, quieren sostener empleos de la década del 70 (Argentina) y cuyos únicos sectores sólidos son los vinculados al comercio exterior.
3- La quiebra de los que se cerraron en un populismo extremo, como Cuba -que terminó teniendo que importar azúcar algunos años- y Venezuela, la potencia petrolera que hoy está parada porque no tiene con qué importar… nafta.
¿Qué quiere Solá? ¿Que Argentina termine importando soja? No son preguntas retóricas: con Cristina Fernández hubo un año en que casi importamos harina de trigo de Uruguay.
Aparentemente, el ensimismamiento argento ya no banca siquiera la conexión con dos vecinos pequeños y uno mediano.
Sumemos Bolivia. Argentina también considera al gobierno de Jeanine Áñez como fruto de un golpe, aunque la confusa situación que la llevó al poder surgiera luego de fuertes tensiones que acabaron con la renuncia de Evo Morales. Y aunque esa violencia apareciera luego de que Morales violentara la constitución para imponer una candidatura en un proceso electoral bajo serias sospechas de fraude.
Argentina hoy asila a Morales. Cartón lleno. Ya nos hablamos con ningún vecino.
Con los demás no nos va muy bien. El default en ciernes podría cortar una de las últimas amarras que atan a la Argentina a los países normales.
Quedan tres semanas y chirola para esa definición, que quizás podría no ser tan tajante. Lo que sí será es la ocasión para que el presidente Fernández defina, más que su vocación, su poder para evitar que los sectores más radicalizados del kirchnerismo le impongan el plan de gobierno que él nunca nos mostró.
Es lo que teme más la oposición política que sacó el 41% de los votos en las últimas elecciones y a la que Fernández desconoce en un tema tan profundo como el alineamiento internacional de la Argentina.
Es lo que teme un sector privado económicamente destruido por la pandemia y que tiene menos capacidad que nunca para participar del famoso diálogo al que iba a llamar Fernández y al que nunca pudo convocar.
El futuro mediato de la Argentina no va a ser fácil. La inflación, el desempleo, la pobreza, todo para arriba, van a ser una lápida. Y lo que siempre hicieron los gobiernos ante eso fue ir a buscar al corral los mismos chivos expiatorios de siempre. Y en una sociedad a la que eso le encanta: son millones los argentinos -incluso muchos con educación universitaria- que de verdad creen que hay países, organizaciones internacionales y fondos de inversión que todos los días se levantan pensando cómo hacer que la Argentina fracase.
La invocación chauvinista de esos corderos sería el marco natural para soltar las amarras y decir adiós.
Se escuchan cada vez más teorías conspirativas. El caos favorece la paranoia. Pero también los golpes de timón. Ojalá no sean reales. Ojalá no seamos una inmensa balsa de tierra que se prepara para zarpar hacia una quimera, destinada a hundirse en una sopa de barro en la que ya otros se ahogaron.