Política esquina Economía
14/07/2020 | 08:55 | La alianza de gobierno saca chispas. Hay que decidir cómo se encara la salida del pozo. Y quién escribirá el plan: Cristina o Alberto.
El mensaje de Cristina Fernández para Alberto Fernández quedó claro y contundente: ni se te ocurra dar una sola señal de autonomía. Tu presidencia es y será mía.
Por las dudas que algo no quedara claro, los mensajes de la ex presidenta fueron dos en un solo día. Por un lado, retuiteó la ya famosa mulita del silobolsa con la que ofendió a todo el campo. Efecto claro: si al presidente se le ocurriera solidarizarse con los vandalizados (lo que no hizo hasta ahora) lo que quedaría expuesto sería la diferencia con su mentora.
Por el otro, Cristina recomendó una nota de Alfredo Zaiat en Página12 (“el mejor análisis que leí en mucho tiempo”) que considera de ingenuo para abajo que el presidente considere encarar la pospandemia asociado a las grandes empresas nucleadas en el G6, invitadas al simbólico acto del día de la Independencia.
La misma proclama, con distintas formas, está desplegada desde el fin de semana en todos los medios cercanos al cristinismo. Ayer a la tarde ya estaba el jefe del piqueterismo presupuestario sin licitación, Juan Grabois, pidiendo la nacionalización de Edesur.
Está clarísimo el objetivo de todos estos aprietes: advertirle a Fernández que no debe retomar el intento de construirse como presidente moderado, superador de la grieta.
Es lo que había empezado a hacer con relativo éxito al inicio de la pandemia, cuando finalmente encontró un sentido para su gobierno hasta entonces impreciso. El presidente empezó a reinar sobre la foto con Horacio Rodríguez Larreta a un lado (representando al PRO), Axel Kicillof al otro (representando al cristinismo) y los gobernadores como decorado al fondo, de vez en cuando. Eso había apuntalado a Alberto F. en las encuestas.
Pero fue insoportable para la vicepresidenta. Tan “hegeliana”, ella, vio que en el albertismo una síntesis en potencia. El riesgo de perder el poder.
Entonces Cristina F. impuso aquella absurda conferencia de apuro en la que le hizo anunciar al presidente la hoy diluida intervención de Vicentin. Fue suficiente para pisar todos los callos correctos. Las corporaciones argentinas lo entendieron de inmediato. Y se acabó el entusiasmo.
Desde entonces Aberto F. siente la rienda corta. No tiene respiro. Sus tiempos de definición se acortan. La cuarentena, después de 114 días, lo más probable que termine habiendo domesticado el famoso pico o que se diluya simplemente por hartazgo y miseria.
En cualquier caso, Alberto F. tendrá que mostrar algún horizonte y al menos un par de principios que deberán regir el viaje. Lo que está ahora en juego son esos principios: el alcance de la propiedad privada, el tamaño del Estado, la carga impositiva, la independencia de la Justicia, el cumplimiento de contratos…
Podemos enumerar decenas como esos. Pero todos apuntan a definir una cuestión crucial: si a la salida la va a imponer un megaestado omnívoro o si la va a conducir el gobierno creando un clima de confianza para que el sector privado pueda hacer lo que sabe en libertad.
El dilema del presidente debe ser acuciante. ¿Define él el plan o deja que se lo escriba la vicepresidenta que lo sentó en la presidencia?
Es la pregunta de todos los herederos políticos: traicionar o no -y cuándo- a su mentor. La decisión es aún más difícil para Fernández, que siempre tuvo jefes políticos, fue siempre un empleado.
Es el único presidente de la democracia, junto a Raúl Alfonsín, que nunca había sido votado antes para un cargo ejecutivo. Apenas fue elegido legislador de la ciudad de Buenos Aires, perdido en una lista sábana, algo que contrasta con Alfonsín, varias veces legislador desde los ’60 y líder de una facción importante de la UCR desde los ’70.
A Fernández podría caerle el mote de muletto, el auto de reserva de los equipos de competición. Tiene que construir su poder una vez llegado a la Presidencia. La Argentina necesita saber quién gobierna. No es lo mismo decidir una inversión con él que con Cristina. Al G6, por ejemplo, le ha vuelto a quedar claro.
¿Con quién puede encarar esa aventura Fernández? No tiene tantos candidatos. El más notorio vuelve a ser Rodríguez Larreta, que curiosamente comparte con él la condición de heredero político designado, de muletto, en su caso de Macri.
También a Rodríguez Larreta, de algún modo, el PRO de Mauricio Macri le mostró su disgusto cuando el jefe de la Ciudad de Buenos Aires posaba para el consenso albertista y concedía con su silencio los oprobios que formulaba el kirchnerismo a través de Kicillof. También Larreta debería traicionar, si es que las teorías de Nicolás Maquiavelo son infalibles.
Con Larreta, y los gobernadores, tal vez Fernández podría retomar el “golpe de los moderados” que abortó con aquella conferencia de Vicentín. Para transitar la ancha avenida del medio que soñó Sergio Massa para él. A un lado quedaría el ¿20%? del kirchnerismo intenso y al otro el ¿10%? del macrismo intenso.
¿Es posible? Quién lo sabe. La operación ya era difícil cuando Fernández hizo la primera prueba. Y ahora debería ir por un segundo intento. Cuanto menos, ya perdió el efecto sorpresa.