Pobreza
31/12/2019 | 10:44 | El problema no es engañar a los demás, sino participar del autoengaño. Todos creemos estar en el 2001 o en el 2003. Y se copian medidas que tal vez lleven al error.
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La iglesia católica está de nuevo en el centro de la polémica. Si a alguien le quedaba alguna duda sobre la fervorosa militancia de la mayoría de los curas en el populismo K, esas dudas se terminaron de evaporar este fin de semana cuando la Universidad Católica Argentina salió a justificar por qué, cuando el Indec, ya en manos del gobierno de Alberto Fernández, dé a conocer la pobreza, le va a dar 32% y no 40% como la UCA sostuvo, sin tantas explicaciones, cuando decidió de apuro dar a conocer ese número justo cuando Macri hacía su discurso de despedida por cadena nacional. Básicamente, difundir el dato de 40% sirvió para escupirle el asado a Macri, dar la impresión de una hecatombe social para justificar la escenificación tinellizada del “hambre” y dejar la idea de que el macrismo terminó con 8 puntos más de pobreza que el cristinismo. Ahora, la explicación que se da servirá para justificar por qué las mediciones de Fernández van a volver a dar 8 puntos menos y no va a ser porque el Indec esté mintiendo.
La verdad, es que la militancia partidaria de Bergoglio y la mayoría de sus empleados ya no es una sorpresa. Y que distorsionen la realidad para intentar engañar a sus fieles como si fueran corderos (así los llama el propio Bergoglio), tampoco.
El verdadero problema es que se engañan a ellos mismos. Con exageraciones, mentiras, medias verdades y manipulaciones como estas el kirchnerismo ha creado un falso escenario que él mismo se creyó. Tanto machacaron con la crisis que terminaron con un diagnóstico brumoso, en el cual a veces piensan que Fernández heredó un 2001 y otras veces piensan que están en 2003. Creen que heredaron un desempleo del 20%, pero es del 10%. Que el salario está en el piso de los 200 dólares, pero está en 700. Que la industria energética fue tremendamente beneficiada por Macri y que se la puede volver a congelar la nafta y el gas. Que la soja está a 600 dólares y se la puede volver a matar con las mismas retenciones. Que el gasto público todavía es de 25% del PIB y no del 38%, y que entonces los privados se pueden seguir aguantando impuestazos. Que se puede seguir subsidiando la fabricación de pobres santos pero improductivos, en la inmovilidad del mate a la hora de la siesta.
El problema de los curas argentinos no es el octavo mandamiento, el que prohíbe el falso testimonio. Su mayor problema es un mandamiento nunca escrito, el del autoengaño, el de contribuir a crear una realidad distorsionada en la que la sociedad no logra su verdad, en la que todos quedamos atrapados en un diagnóstico falso para el que no vamos a tener otra cosa que respuestas erradas.