Política esquina Economía
18/06/2020 | 07:07 | Un gobierno por default. Latam, Vicentin, la deuda: todo va por un rumbo y a un ritmo que el Presidente nunca verbalizó.
Ni Cristina Fernández, ni Alberto Fernández: el que fija el rumbo y el ritmo en la Argentina K es Daddy Brieva. Frente a CFK -que casi limita sus tuits a cuestiones judiciales propias y ajenas- y las alusiones vacilantes y temerosas a las “ideas locas” de Alberto, el único que cantó la posta fue el humorista. “Si vamos a ser Venezuela, seamos ahora”, dijo hace menos de tres semanas.
Desde entonces, Fernández anunció la expropiación de Vicentin, para la que todavía está tratando de encontrar una explicación medianamente lógica para cualquiera que sepa algo de agroindustria.
Además, su gobierno reacciona con impavidez y/o presumible placer ante la decisión de Latam de retirarse del país.
Por si fuera poco, anoche la Argentina quedó un poco más cerca del default -y con fechas más vencidas que los tests de covid19 traídos de China- luego de que el gobierno y el grupo de bonistas liderado por BlackRock se empacaran en sus diferencias. “Las autoridades optaron por profundizar innecesariamente este período de deterioro económico”: así pusieron el dedo en la llaga los acreedores.
Con estos casos, Fernández va dejando una delicada impresión: la de encabezar un gobierno por default, por defecto. El presidente siempre es ambiguo, vago, zigzagueante en sus definiciones. Y luego, da la impresión, algo o alguien termina diciéndole qué cara de la moneda salió y qué es lo que debe hacer.
Ayer, en una conferencia organizada por la Bolsa de Comercio de Córdoba, el presidente de Fiat Argentina, Cristiano Rattazzi, describió cómo se va liquidando la imagen de Fernández: “Hace dos semanas los empresarios, los industriales, se reunieron con el presidente en la quinta de Olivos. Salieron todos contentos, entusiasmados. Cinco días después, de golpe, anunciaron una expropiación”, dijo Rattazzi.
La Argentina, el octavo país más extenso del mundo y con una baja densidad poblacional, vuelve a tener desde ahora una sola aerolínea de cabotaje. No es un regreso a los ’90. Es un regreso a monopolios soviéticos que no existen ya en ningún lugar del mundo. Y al gobierno ni le importa. Al revés: festeja.
Es insólito.
Latam se va por la pandemia. Pero no sólo por eso.
Desde que la autorizaron a operar en 2005 debió pagar “consultorías” innecesarias, afrontar el acoso de los gremios aeronáuticos, eludir las regulaciones teledirigidas de La Cámpora y, sobre todo, enfrentar una colosal competencia desleal: Aerolíneas pudo perder 12 años seguidos entre 180 millones y 900 millones de dólares por año (sin errarle a ninguno) desde la estatización. Total, pagan los contribuyentes que no vuelan.
En la pandemia esa discriminación llegó al colmo: a todas las aerolíneas se les prohibió volar en forma total por el lapso más largo que se conozca entre los países razonables del mundo.
Pero a Latam el Ministerio de Trabajo le prohibió bajar sueldos a sus empleados suspendidos. Y sus gremios rechazaron un acuerdo.
Esos criterios, claro, también valían para Aerolíneas. Pero, de nuevo: a los propietarios sin licitación de Aerolíneas Argentinas -los sindicatos- todo eso no les va ni le viene. Porque de cualquier modo todos nosotros pagaremos sus sueldos completos, aunque el flamante monopolio no vuele hasta diciembre. O hasta que se le ocurra al gobierno.
Nadie puede borrar esta impresión: todo se hizo adrede para liquidar a la única competencia. Y dar por cumplida la promesa de Fernández a los dueños de Aerolíneas en la campaña: “Todos los cielos abiertos de Argentina van a ser para Aerolíneas”.
Es pésima noticia. Si deciden hacer “la gran AFJP” (cuando miles de vendedores de seguros de retiro pasaron a ser empleados de una Anses que no vendía nada) y los 1.700 empleados de Latam se agregan a Aerolíneas, eso nos costará.
Aerolíneas no sabe volar si por cada uno de sus empleados no le regalamos unos 25 mil dólares al año (datos estimados de 2019). A los empleados de Latam no teníamos que regalarles nada, pero es probable que debamos hacerlo si pasan a AA.
Y si lo vemos en pasajeros, es parecido. La gestión anterior calculó que el año pasado los contribuyentes tuvimos que regalarles a los dueños de Aerolineas 18 dólares por cada pasajero que se dignaron a transportar. Por los pasajeros que transportó Latam no tuvimos que pagar nada.
Costó, pero al final hemos elegido. Como casi siempre, elegimos al pésimo, al más caro, al elefante incapaz de aterrizar donde sí puede hacerlo cualquier low cost.
Eso es lo que pasa con los gobiernos por default. Casi sin darse cuenta, pueden terminar siendo Venezuela. Tal como lo anunció Daddy.