Política esquina Economía
05/05/2020 | 09:49 | La deuda puede ir a un purgatorio, incluso si hay default. La cuarentena, con más futuro en la ciudad burocrática que en el interior.
Hay reconocimientos que confortan y otros que no. El ex primer ministro italiano Enrico Letta le dijo el fin de semana al diario La Nación que el mundo entero “se está argentinizando”. Y aclaró que con ello se refería al endeudamiento frenético en el que están incurriendo todos los países del mundo por culpa de la pandemia.
La primera reacción es corregirlo. Por ejemplo, se le puede decir que hay naciones europeas, empezando por la propia Italia, que están mucho más endeudadas que Argentina en relación a su Producto Interno Bruto (PIB). Hasta que se cae en la cuenta de que eso no importa: lo que importa es que Italia sigue consiguiendo quién le preste y Argentina está al borde del default. O se le puede decir que una cosa es un país que se endeuda por una catástrofe como la peste del Covid-19 y otra es que se endeude un Estado inepto que, en 59 años, tuvo 48 años de déficits fiscales gigantes, y sin ton ni son. Y la mayor parte de los años con superávit fue porque estábamos en default (por ende, nadie nos prestaba y el gasto caía porque no había que pagar intereses).
Pero nada de eso es lo importante: lo importante es que un político europeo de primera línea pueda hoy decir que el mundo “se argentiniza” y que todo ese mundo sepa de qué está hablando.
Es como cuando se dice que un país se “libaniza” porque se hunde en una guerra civil; o se “balcaniza” porque se desmembra.
Al final nuestra “marca país” no es la carne, ni el fútbol ni el tango. Para todo eso hay competidores. Nuestra marca país es la del deudor que pide, no paga, culpa al que le prestó plata y encima se sigue yendo de vacaciones a Mar del Plata (Guzmán ya les dijo a los acreedores, antes de la pandemia, que ahorrar no era una opción).
Es patético, diga lo que diga nuestro progresismo nac&pop especialista en buscar chivos expiatorios. La misma diabólica Wall Street es la que le presta a todos los demás países del mundo. Y ninguno anda disparando de los acreedores desde hace décadas como hace la Argentina.
Es imposible saber qué sucederá de aquí hasta el 22 de mayo. Si habrá nueva oferta, si se llegará a un acuerdo, si entraremos en default total. En cualquier caso, la realidad será gris.
Aún si hay acuerdo, la deuda en pesos y dólares bajo ley local ya está en moratoria. Y si no hubiera acuerdo, el default no sería tan gigantesco, porque no se defaultearía la deuda con el FMI (nunca se defaulteó, pero nunca fue proporcionalmente tan grande como hoy).
No sólo el futuro financiero escapa al blanco y negro. La cuarentena también está yendo por el lado gris. Hoy la están moldeando dos fuerzas básicas.
Por un lado están la sociedad harta del encierro y el sector privado forzado a reaccionar ante la única certeza que se le ofreció desde el día uno: la quiebra.
Por el otro lado están los gobiernos, encabezados por el de Alberto Fernández que saben que fue un indudable éxito sanitario cerrar la puerta y hacer fuerza para que el coronavirus no entrara. Pero también sabe que no se puede trabar la puerta para siempre porque eventualmente te vas a agotar, y finalmente los criminales van a entrar. En algún momento hay que enfrentarlos.
La cuarentena probablemente vaya del blanco al negro de acuerdo a varios criterios.
Uno será el que impongan los epidemiólogos. El Gran Buenos Aires (Caba y conurbano), el Gran Córdoba, el Gran Resistencia y otros centros urbanos con alta incidencia de casos estarán más confinados que el interior rural.
Otro criterio será el de la desesperación. Los hogares que dependen del confort de los inmutables-pase-lo-que-pase sueldos estatales, son más fáciles de sumar a la gesta inmóvil del balcón que los que dependen del propio esfuerzo para sostenerse.
Eso hace más fácil sostener las cuarentenas en las urbes de la burocracia estatal. Incluso, en muchos casos, si no van a trabajar no pasa nada. Capital Federal y las capitales de provincia donde residen los mandarines argentinos están en este grupo.
El otro eje es el del sector privado. Allí donde más gente vive de ofrecer cosas al mercado, más difícil es mantener la cuarentena. Al revés, las provincias donde ese sector es raquítico y donde más gente sobrevive desde hace años gracias al caos de los subsidios -de la Nación, del gobernador y del intendente- también estarán en mejores condiciones de mantener la cuarentena. Más aún ahora, que los subsidios se multiplicaron.
No sólo la realidad se pone gris. También la política que supuestamente la lidera. Alberto Fernández no sólo se ha alejado de las certezas confinatorias del principio. También mantiene un ambiguo (y ahora inevitable) semisilencio sobre las negociaciones por la deuda.
Y lo mismo está haciendo la oposición. Que no dice esta boca es mía, ni tiene verdades reveladas para aportar, ni sobre lo uno ni sobre lo otro.
Para eso los busca Fernández a los opositores, como también busca a los gobernadores. Para que firmen al pie un contrato de adhesión, y compartan en la mayor medida posible los riesgos políticos que el Presidente está por asumir en los dos planos fundamentales en que hoy se juega su futuro: la cuarentena y la deuda.