Política esquina Economía
09/06/2020 | 08:17 | La expropiación es muy grave. Amenaza al único sector económico sólido del país. El desastre venezolano. Y el de YPF. Gobierna CFK.
En 2008, en plena borrachera de poder y culpando de la inflación y el desabastecimiento a la especulación de los importadores -en particular los de alimentos- Hugo Chávez creó PDVAL, una empresa que puso bajo propiedad de la petrolera Pdvsa, vaca sagrada simbólica del chauvinismo venezolano.
El plan era que, PDVAL, bajo la sapiencia de Pdvsa, se dedicara a importar los alimentos necesarios para terminar con las carencias de los venezolanos y la especulación de los cipayos. La fiesta duró dos años. En 2010 se encontraron 130 mil toneladas de alimentos podridos perdidos en contenedores arrumbados en distintos puertos. Eso es lo que se conoció.
Hoy Venezuela no tiene ni nafta ni alimentos. A la petrolera, además de descapitalizarla y llenarla de acomodados políticos, la pusieron a hacer estupideces que nunca había hecho, como importar alimentos. Y el subsidio infinito de los alimentos importados cuando sobraban los petrodólares destruyó la producción nacional de alimentos. A medida que las alimentarias quebraban bajo los controles de precios y la inflación galopante, el Estado, aún con plata, también las estatizaba. Al final, se acabaron los petrodólares para importar y la industria interna había desaparecido.
Ni YPF ni su división YPF Agro tienen la menor idea de agroindustria. A la gente que no sabe los kirchneristas le hacen oler el trapo de YPF para dotar de algún viso de realidad a una decisión tomada entre gallos y medianoche, con fines partidarios, ideológicos y que buscan dar una señal: si Fernández era un moderado, se lo acaba de llevar el agua. Su gobierno está en manos del ala radicalizada del Instituto Patria.
YPF Agro nació con Repsol en 2001. En 20 años se dedicó a abastecer de combustibles al agro, a los que fue agregando agroquímicos importados y producidos y semillas de terceros. YPF Agro jamás fletó un barco con harinas, ni vendió aceites en los supermercados, ni exportó biodiesel, ni comercializó yogures, ni carneó miles de novillos, ni produjo telas de algodón, algunas de las cosas que hace Vicentin.
Por otro lado, YPF, como Pdvsa, ya tiene bastante con su propio fracaso. Los 1.900 millones de dólares que vale hoy es apenas un quinto de lo que la pagó Kicillof hace 10 años. Su deuda ya es cuatro veces el valor de sus acciones. El año pasado perdió 33 mil millones de pesos. Está por perder 3.000 millones de dólares por el juicio de un fondo buitre al que el grupo Petersen le vendió las acciones que, antes, había recibido casi de regalo por presión de Néstor Kirchner sobre Repsol. No han parado jamás de hacer desastres con YPF, a la que también llenaron de empleados improductivos.
El interventor de Vicentín, Gabriel Delgado, intentó ayer una emotiva metáfora de esas que tanto gustan al progresismo intenso: dijo que YPF ya desarrollaba Vaca Muerta y ahora desarrollaría la Vaca Viva. Ni una ni la otra. Vaca Muerta ya murió varias veces bajo las pésimas políticas petroleras, que insisten desde hace décadas en la chancha, los 20, el padrillo y el balanceado: inversiones petroleras, precios internos ficticiamente bajos, gobernadores que son emires y sindicatos carísimos. Hoy Vaca Muerta está cerrando y es probable que nunca abra porque ya son muy poquitos los años que le queda al negocio sucio de liberar carbono que debe seguir atrapado bajo la tierra. Había que hacerlo rápido. Y no pasó.
Los que no pudieron explotar hasta ahora Vaca Muerta prometen ser una empresa líder en Vaca Viva.
Vicentín se pone bajo el ala de YPF como PDVAL se puso bajo el ala de Pdvsa, por razones de propaganda. Punto.
Así que, sí. Como dijo Alberto Fernández ayer, hay muchos elementos para temer que la intervención por DNU y la expropiación por ley del grupo agroindustrial Vicentín sea el inicio de una venezuelización de la Argentina.
Pero todo puede ser peor. Como anticipó Fernández, también puede llegar a ser comparable con el infierno. La intervención de Vicentín está monopolizada por una militancia cristinista que jamás tuvo nada que ver con la producción y que se ha llevado por delante a un Presidente que ignora un tema que está a las claras que lo aburre. En la conferencia de ayer en ningún momento usó el término “agroindustria”, que es lo que más cuadra para describir a Vicentín.
Hay algo muy grave en todo esto. Vicentín, en manos del Estado, puede envenenar, corromper, destruir, limar, debilitar a la parte privada del sector.
Esta gente no quiere “rescatar” a una empresa en crisis para después reprivatizarla. Ayer no se privaron de ningún clásico.
Por supuesto dijeron que quieren que el Estado tenga “una empresa testigo” y que era “una decisión estratégica” para “garantizar la soberanía alimentaria”, en paralelo a la YPF en el sector energético.
Uno no sabe por dónde empezar.
Cuando la Vicentín estatal vaya al mercado a competir por la soja de los productores con AGD y las demás agroindustrias va a poder pagar más, si quiere, por los porotos. Y cuando haya que negociar paritarias con los aceiteros, sus directores obreros (seguro los va a tener) y sus ejecutivos -que no deberán garantizarle ganancias a ningún dueño y querrán caer simpáticos-, van a tener la mano mucho más suelta que los dueños de las demás aceiteras. Cuando firme los precios cuidados para vender carne barata en los súper va a plegarse por obediencia a la Secretaría de Comercio y no al resto de los frigoríficos. Y cuando tenga que construir un puerto, la inversión se va a jugar mucho más al truco con los gobernadores de Santa Fe, Chaco, Buenos Aires o Entre Ríos que en los detalles de la planilla excel.
¿Por qué? Porque total, a cualquiera de las pérdidas que Vicentín sufra por sus pésimas decisiones las va a cubrir el Estado. Es decir, los contribuyentes.
En cambio, a las competidoras de Vicentín nadie les va a poner la escupidera. No van a poder crecer si pagan de más por la soja y por la mano de obra, si venden carne por debajo del costo o si hacen pésimas inversiones. En todo caso, sobrevivirán. Algunas, apenas un tiempo.
Pasó con Sancor -a la que por ser cooperativa y por ende “buena”, los gobiernos socorrían como si fuera estatal. Argentina jamás tuvo una láctea exportadora como la gente. Es lo que hace Aerolíneas Argentinas en el mercado aéreo, que está retrocediendo a la edad de las cavernas de los ’80. No va a quedar ni LAN a este paso.
Este es el tema más grave. Porque, en los primeros tiempos, como PDVAL, la que va a crecer será Vicentín. La bandera y el bombo taparán las consecuencias futuras. Pero luego, cuando el Estado ya no pueda mantenerla, la competencia eficiente de Vicentín habrá desaparecido. Y eso no es una petrolera o una aerolínea: es el sector económico más importante de la Argentina.
Para estas castas políticas demasiado poderosas para sus conocimientos, “soberanía alimentaria” es cuando un político reparte bolsones, no cuando una sociedad contiene decenas de miles de empresas agroindustriales de todos los rubros y tamaños, como sucede hoy en la Argentina.
Y ni se dan cuenta de que ya intentaron lo mismo y lograron lo contrario en otra área. Se pasaron una década hablando de la “soberanía energética” y terminaron perdiendo el autoabastecimiento energético, con expropiación de YPF en el medio, obvio.
Con un agravante. Tal vez el rol de YPF podría justificarse en un sector en el que Argentina cuenta con recursos hidrocarburíferos caros, escasos y de baja calidad, y sin empresas privadas capaces de hacer las megainversiones necesarias.
Pero si algo no se justifica es arruinar lo único que funciona en Argentina. Ayer Fernández dijo que lo que podrá hacer el Estado con Vicentín es “dar señales para que el resto del mercado sepa por dónde caminar, como hace YPF”.
Habrase visto semejante pavada. La cadena que va de los surcos a las góndolas y a China es lo más vibrante, desarrollado, competitivo, moderno, innovador, productivo y eficiente que tiene la Argentina.
Si hay un sector que no necesita que un burócrata del conurbano nombrado por Fernández le diga “por dónde caminar”, es el agroindustrial.
Al punto de que podemos confiscarle un tercio de su facturación bruta con las retenciones, después cobrarle impuestos y controlarle precios internos, y aún así no la podemos destruir.
Pero, claro, ellos no van a descansar hasta lograrlo.
El lector que aún no se haya aburrido puede repasar otros argumentos que se dieron ayer que exhiben en todo su esplendor la pobreza de los argumentos oficiales:
Empleos. Lo de salvaguardar los empleos es una tontería: los puertos, las aceiteras, los frigoríficos, de Vicentín, son activos valiosos. Si va a quiebra, los compraría alguien más y allí tendría que trabajar gente para que funcionen. Y si algunos de esos activos ya no sirven, bueno, tienen que desaparecer. Ahora los va a agarrar el Estado para eternizarse en pérdidas. Como Aerolíneas Argentinas.
“Pequeños productores”. El argumento de que “2.600 pequeños productores” podrán seguir “teniendo a quién venderle” es de una puerilidad ya normal en una Argentina cuyos gobiernos se especializan en infantilizar a la sociedad e ignoran cualquier cosa que tenga que ver con el agro. Hay decenas de otras empresas a las cuales vender la producción. El de la agroindustria es uno de los sectores más competitivos y menos concentrados del país.
Acomodos. Hasta ahora siempre confirmaron que pueden tapar de militantes y acomodados cualquier cosa que agarren para perder dinero hasta el infinito: desde la Anses hasta Aerolíneas Argentinas. ¿Por qué no harían lo mismo con Vicentín?