Alberto pasa calor y nosotros también

Hoy se está desarrollando en los Alpes alemanes la reunión del G7, los siete países más importantes del mundo que esta vez invitaron a otros 5 países, entre ellos la Argentina. Por eso está allí nuestro presidente, que ya hizo su discurso inicial. Cuentan los cronistas que Alberto habló con corbata floja y el cuello de la camisa abierta. No fue por maleducado ni nada de eso, sino por el calor. En Alemania es verano y, dados los precios de la energía que los gobierenos les están haciendo pagar a sus ciudadanos, el horno no está para bollos. Así que hay que dar el ejemplo y el aire acondicionado es limitado o nulo en esta cumbre.

O sea que Alberto pasó calor. Ahora, lo que dijo debería hacernos pasar un poquito de calor a todo. El presidente insistió con lo que a estas alturas es un clásico de la Argentina. Pidió un Plan Marshall para los países "pobres", que el norte ayude al sur y que haya más crédito de los organismos internacionales, sobre todo por el impacto de la guerra, dijo. O sea, los argentinos seguimos haciendo lo mismo en cada reunión internacional: pasar la gorra. Somos mendigos, pordioseros que todo el tiempo claman por una ayuda. Incluso cuando la guerra de Ucrania nos beneficia por la suba de precios de cosas que Argentina tiene en abundancia pero fracasa en aprovechar, como los alimentos y la energía.

¿Qué pensarán los demás de nosotros? ¿Qué pensarán los japoneses, por ejemplo, que tienen que importar alimentos y energía, donde la energía subió 20% en yenes en lo que va del año, cuando escuchan que un país cálido como Argentina, donde el gas y la luz son prácticamente gratis por nuestra demagogia acumulada, le pide ayuda, pide que Japón ponga más plata en organismos internacionales para que países como Argentina puedan mantener su ritmo de desperdicio?

Pasó calor Alberto, pero nosotros deberíamos sentir otro tipo de calor. Argentina debería ser hoy uno de los países que ayude a los demás, produciendo y exportando alimentos y energía a rolete para abastecer a los países que no los tienen. Pero hace décadas que hemos perdido el orgullo y la ambición. En algún momento nos empezamos a autopercibir como pobres, como víctimas, como pordioseros. Y no podemos parar de mendigar. Y ya ni nos damos cuenta. Hemos perdido la capacidad de ponernos colorados. Por más calor que haga.