Política esquina economía
07/07/2020 | 06:09 | El país ya no puede forzar que todo siga igual en el Mercosur. O se abre al mundo junto a sus socios, o queda más aislada que hoy.
Adrián Simioni
La última cumbre del Mercosur, realizada a través de Internet, pasó prácticamente inadvertida. Más que nada, quedó para el registro el desplante del presidente argentino, que se desconectó cuando llegó el turno de hablar de la presidenta de Bolivia, Jeanine Áñez, a la que Argentina no reconoce como presidenta interina aunque haya acreditado a los diplomáticos que ella designó en Buenos Aires.
La relación con Bolivia es importante. Y lo será aún más luego de que, ayer, la Fiscalía de Bolivia pidiera la detención de Evo Morales acusado de ordenar que se interrumpiera el abastecimiento de alimentos a distintas ciudades durante la crisis política el año pasado. Morales está como refugiado político en Argentina y el gobierno K ya se negó antes a su extradición.
Para arriba o para abajo
Pero lo importante de la reunión del Mercosur no fue Bolivia. La clave fue la patente soledad de la Argentina dentro del único bloque comercial del que forma parte y en relación a los únicos países con los cuales se anima a comerciar en forma más o menos abierta. Esa soledad se profundizó.
Y lo que Argentina no parece registrar es que sus opciones ya no son entre la liberalización que la aterroriza o quedarse como está. Ahora el planteo es entre liberalizar o profundizar una regresión a un planteo autárquico peor que el actual. Argentina ya no puede quedarse parada en el descanso de la escalera: o sube, o baja.
¿Por qué esto es así? Por que sus tres socios -Brasil, Paraguay y Uruguay- dejaron claro en la cumbre no sólo que quieren firmar rápidamente la mayor cantidad de tratados de libre comercio con otros bloques y países, sino que quieren avanzar en la rebaja del Arancel Externo Común.
Y esto implica abrir la frontera del comercio de todo el bloque a todo el mundo.
AEC que me hiciste mal
El Arancel Externo Común (AEC) es un compromiso que firmaron los socios en los ´90. Implicaba que no sólo iban a seguir bajando los aranceles internos de los cuatro países para comerciar entre sí (eso les permitía ir hacia una zona de libre comercio), sino que, frente al resto del mundo, se los aranceles de los cuatro socios empezaban a confluir a un nivel único, para terminar funcionando como si fueran un solo país frente a los terceros países (eso les permitía ir hacia un estadío superior, el de una unión aduanera).
Un AEC alto, como el que se planteó en su origen, siempre fue contrario a los intereses de Paraguay y Uruguay, los países con menos industrias poco competitivas que proteger. Terminaban ellos encareciendo sus importaciones desde terceros países para proteger industrias brasileñas y argentinas. Pero los dos grandotes impusieron sus condiciones. Aún así, el AEC avanzó lentamente y se estancó.
La pandemia como excusa
Todo cambió con la larguísima recesión brasileña, iniciada cuando todavía gobernaba Dilma Rousseff, que siguió con Temer. Con Bolsonaro, la recesión llevó a un cambio de fondo en Brasil: la decisión de abrir la economía. Entre otras cosas, eso implica bajar el AEC.
No es sólo un capricho de Bolsonaro y de su ministro Paulo Guedes. Es una decisión de buena parte de la industria brasileña, en particular de la industria alimentaria.
Así, los típicos gobiernos proteccionistas argentinos se quedaron sin un aliado. Y los sectores más proteccionistas de la Unión Industrial Argentina (UIA) también se quedaron sin aliados en Brasil.
Ese es el gran cambio, que ya se había visto cuando el Mercosur firmó un acuerdo con la Unión Europea que todo el cono sur festejó, a excepción de la UIA, el kirchnerismo y, en gris, el lavagnismo.
En la última cumbre, la divergencia quedó más clara aún. Los tres países plantearon una baja del AEC. Y Argentina fue la única que no acompañó. Fernández dijo que no era el momento, que abrir el bloque a la competencia complicaría la reconstrucción después de la pandemia. Sonó a excusa. Argentina rechaza toda apertura desde siempre, no desde que apareció el coronavirus.
No impresionamos más a nadie
La noticia que Argentina no quiere aceptar es que, hasta ahora, mal que mal, con sus aliados brasileños y la importancia relativa de su mercado interno, nuestro país podía ralentizar una liberalización del Mercosur. Pero el bloque significa cada vez menos para los otros tres socios que quieren integrarse al mundo, y el mercado argentino hace rato que dejó de ser un objetivo suficiente para las grandes empresas brasileñas, que ya se hicieron globales.
Entonces, Argentina no puede frenar más ese proceso para que todo siga siempre igual y algunas industrias argentinas puedan exportar algo a Brasil. Por lo tanto, sus opciones ya no son liberalizarse junto a sus socios o quedarse con su actual grado de apertura. Sus opciones de mediano plazo son ir con los socios o quedarse sola, tal vez más aislada que hoy, sin siquiera preferencias para acceder a Brasil.
Adivinaste
Mientras, tanto en Buenos Aires, trascendió el plan que la UIA le presentó al gobierno para la pospandemia.
Adivinaste: el espíritu general del plan es aprovechar la sospecha de que tal vez la pandemia reduzca los flujos comerciales y la producción industrial integrada (esto de que los componentes clave de una pieza se fabrican en Taiwán y Estados Unidos, la pieza se produce en Alemania y se integra al bien final en China) para proponer las mismas ideas con olor a naftalina de la UIA.
Básicamente quieren lo más que se pueda de cuatro cosas: bajos impuestos, que el Estado incentive la demanda interna, créditos baratos y exportar a base de incentivos. Más o menos lo de siempre.
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