Política esquina economía
12/11/2019 | 06:16 | El día en que volteó a Perón, la derecha argentina terminó de construir un ídolo. Es probable que el fin de semana haya sucedido lo mismo con Evo Morales.
Adrián Simioni
En 1955, la derecha argentina cometió el que tal vez haya sido su mayor error histórico: gestó un golpe de Estado que abortó la segunda presidencia de Juan Perón cuando faltaba menos de un tercio para su conclusión.
Hacía desde 1952 que Perón se venía cocinando en su propia salsa. Le quemaban en las manos la inflación y la desinversión que había generado la demagogia exacerbada de su primera presidencia. Los gremios habían dejado de apoyarlo en masa. Su régimen se desgranaba en una autocracia cada vez más represiva, censora y decadente. La política económica y social se desdecía del nacionalismo estatizante y despilfarrador del primer gobierno. El autoritarismo se demostraba por el ridículo: en su choque con la Iglesia, Perón llegaría a prohibir que en la Navidad de 1954 los comercios porteños exhibieran… pesebres.
La Constitución que se había hecho hacer a medida en 1949, cuando no, habilitaba la reelección indefinida. Pero era difícil que la hubiera ganado. Por más que ya había colonizado y puesto a su servicio a un Estado medio facho y corporativo. La magia había desaparecido.
Sin embargo, militares, religiosos y políticos impulsaron el golpe. El tiro les salió por la culata. Perón, lejos de enfrentarlos, prefirió irse escenificando un renunciamiento por la paz. Y se liberó de tener que desmontar la fábrica demente de inflación, el gigantesco e infinanciable aparato estatal, que él había construido.
Ese muerto quedó para los sucesores. Si alguno alucinó pasar a la historia como un héroe de la resistencia que abandona el bosque francés tras derrotar a los nazis, una canaleta burocrática se lo llevó al océano del fracaso económico, en una desventura que, encima, quedó caratulada como golpista, antidemocrática y antipopular.
Perón, en cambio, se dedicó a ver pasar los cadáveres de sus enemigos, invitado por los dictadores de Paraguay, Panamá y España. Y su mito mal curado creció solo. Imparable. Hasta sentarlo por aclamación en su tercera presidencia, 18 años después, con el 62% de los votos.
De victimario a víctima
Es muy probable que este fin de semana, en Bolivia, la oposición democrática boliviana haya cometido un error similar al de 1955.
Por empezar, Evo Morales hizo una pirueta perfecta. De ser el victimario que violó una Constitución, ignoró un referendo y ejecutó un fraude electoral para perpetuarse en el poder con una cuarta presidencia, pasó, en horas, a ser víctima de un golpe de Estado. En algún tiempo, nadie recordará que el que dio un golpe de Estado fallido fue Morales. Un antirrepublicano que intentó voltear la democracia cambiándola por una especie de régimen plebiscitario manipulado en los centros de cómputos.
Sin mochila económica
Por otra parte, su historial en el manejo de la economía es, desde ya, mejor que el de Perón.
Por supuesto que, desde 2014, Bolivia sufrió la caída de precios de las materias primas, empezando con el gas. Eso amenaza el tipo de cambio fijo que rige desde 2011 y enfría una economía menos competitiva, que atrae menos capitales. El Estado debió incurrir en los últimos cinco años en déficits fiscales para mantener un gasto engordado en los años buenos. Por eso la deuda creció 30% desde 2016. Y las reservas vienen para abajo. Pero todo esto pasó también en toda Sudamérica, aunque en Bolivia aconteció dentro de unos márgenes que parecen mucho más racionales que los de muchos vecinos.
Además, esa crisis recién se estaba observando en Bolivia. Si era reelegido, Evo Morales no iba a poder demorar más algún tipo de ajuste. Ahora, golpe mediante, él se retira casi virgen. Los recortes les tocarán a sus sucesores. Como Perón, Evo podrá sentarse a saborear el plato frío de la venganza.
Un ídolo con décadas por delante
El resto del mito de Evo, está construido desde el día uno. Desde el racismo implícito en los progres que dicen que Evo es el primer presidente de Bolivia que “se parece” a los bolivianos, hasta la austeridad de aquel Evo que conquistó Europa con sus pulóveres escote en “v”, todo cimenta su carácter de abanderado de los humildes. Que además es verdadero. Su infancia misérrima no es mentira. Ni son mentiras su dura vida de trabajador cocalero.
Otro detalle es meramente vital, pero clave: Morales tiene apenas 60 años recién cumplidos.
Por delante, tiene todo para engrandecer la imagen de un ídolo que no puede ser empardada.
Una frase de aquellas
En 2012, cuando Hugo Chávez partió a La Habana para someterse a una segunda cirugía que no lo salvó, dijo una de las frases más poéticas y conmovedoras que se le haya ocurrido a nadie en un continente con la industria del sentimiento más competitiva del mundo. “Chávez ya no soy yo”, les dijo a los venezolanos, para darles a entender que ya había empezado a vivir en ellos.
Una frase de esas, una sola de esas, es todo lo que necesita el populismo latinoamericano para poner al servicio de Evo su portentosa fábrica de redentores justos, relatos épicos y restauraciones de pasados idealizados. Está casi para levantar apuestas: Morales ni siquiera tendrá que esperar 18 años para volver a Bolivia.