Política esquina economía
14/05/2020 | 06:29 | El dólar sigue su rumbo porque nunca se mostró un plan, por el riesgo de default y porque el coronavirus desbarató todo. Pese a Fernández, no hay malos.
Adrián Simioni
No es muy original. Pero el poder, ante una realidad que se obstina en obedecer la ley de gravedad, se ha puesto a buscar culpables.
Alberto Fernández lo hizo con el dólar, que a 133 pesos el blue, instaló el único tema capaz de competir con el coronavirus, aunque ambas cuestiones están íntimamente ligadas.
El presidente culpó a los sospechosos de siempre: los especuladores. Dijo que no hay ningún “argumento lógico” para la presión sobre la divisa y lo vinculó a la negociación para evitar el default. Sin duda ese punto suma a la incertidumbre. Pero Fernández lo planteó como una conspiración, un cuentito para chicos. “Los acreedores tienen cómo molestar en la economía interna”, dijo.
Para más dramatismo, sumó a los vendepatria de adentro, que siempre están abonados en las fábulas nac&pop: “Tienen mucha gente en Argentina que actúa al servicio de ellos”, dijo. (Cuando habla de los malos Fernández nunca dice “ellas y ellos”).
No toquen al Partido del Estado
La verdad es que no hace falta fabular tanto. Hay presión sobre el dólar porque, desde la última gran devaluación -cuando el oficial alcanzó los 60 en octubre- Argentina fue incapaz de contar qué pensaba hacer (Fernández rechazaba el ajuste macrista que había logrado un endeble equilibrio fiscal pero nunca mostró un plan) y el ministro Martín Guzmán demoró (tal vez con razón) la negociación con los acreedores.
Ya antes del coronavirus había quedado claro que el gobierno de Fernández no iba a ser muy original: subía impuestos y le daba a la maquinita para no tener que tocar lo más sagrado que tiene la Argentina: las corporaciones estatales, el clientelismo y la campaña electoral permanente que se sostienen con el gasto público. Es el Partido del Estado, que nunca ha dejado de mandar.
No hacer lo mismo que Fernández
Después, apareció el coronavirus. Y en ese marco, tanto el gasto público como la negociación de la deuda se fueron de control. Y acá hay que aclarar una cosa: ante una crisis como la del coronavirus, con una cuarentena extrema y larga como pocas y un país debilitado por 12 años de inflación y ocho años de recesión, Fernández hizo y hace lo que puede. Culparlo sin más sería caer en el mismo simplismo que él pretende venderles a los incautos.
Pero no hay que engañarse. Emitir pesos sin límite y mientras se cierra el cepo cambiario a su versión más extrema -incluso con un tipo de cambio desdoblado- tarde o temprano va a crear un desbalance brutal: toneladas de pesos de un lado y un fajito de dólares del otro. Rige la ley de gravedad.
El derrumbe de pesos, tarde o temprano, es inevitable. Salvo que el gobierno los saque del mercado, cosa que no permite la crisis del coronavirus y para la que, tal vez, un gobierno K nunca tendría la convicción necesaria. Porque implica algún tipo de ajuste conducido políticamente, de frente, asumiendo lo que se hace frente a los votantes.
Y los gobiernos populistas han elegido, siempre, los ajustes brutales por inflación y devaluación. Esos ajustes parecen que fueran una catástrofe natural. O, en todo caso, siempre se puede culpar a los sospechosos de siempre.
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