Política esquina economía
06/08/2019 | 07:46 |
Los dos países más poderosos de la Tierra se tiran con trabas comerciales y devaluaciones de monedas. Justo cuando, por primera vez en décadas, Argentina intenta hacer lo contrario.
Adrián Simioni
Al menos alguien se tomó con humor la guerra comercial entre Estados Unidos y China, que ayer pasó a ser, parece, una guerra de monedas. “Si van a empezar una guerra de devaluación de monedas, sepan que compiten por el segundo puesto”: obviamente, el primer puesto en la devaluación de monedas lo tiene Argentina, por la cantidad de años de inflación y la profundidad de los pozos en los que históricamente cayó el peso. China y Estados Unidos podrán matarse en el circo romano de los devaluadores: jamás podrán igualarnos.
Lo curioso es la vocación (o el destino amargo) de Argentina de ir a contramano. A un enorme costo político que tal vez le cueste su reelección -una pista la tendremos el domingo- Mauricio Macri puso a la Argentina en el rumbo de lo que cada vez más países del mundo en desarrollo vinieron haciendo con éxito en los últimos 35 años.
En esa receta hay dos decisiones básicas, que determinan todas las demás políticas. Una, consiste en abrir la economía al mundo para abaratar insumos a la producción interna y, a la vez, para lograr reciprocidad en la apertura de otros mercados para los productos argentinos. La otra, consiste en dejar de devaluar permanentemente la moneda para licuar con inflación los contínuos e insostenibles déficits fiscales.
La primera implica una durísima reconversión económica que se lleva puestos los empleos menos eficientes. La segunda implica achicar el gasto público en un país donde más de 18 millones de personas viven de cheques estatales. Con ambas cosas se apuesta a lograr superávits gemelos (uno, el fiscal; el otro, el de comercio exterior). Si se lograra, sería la primera vez que la Argentina los alcanzaría sin una de esas crisis homéricas que tuvo tantas veces y que, por supuesto, conseguían eliminar esos déficits, pero porque eliminaban casi todo lo demás a fuerza de incendios inflacionarios y huracanes devaluatorios.
Lo interesante es que, mal o bien, con dudas, en magnitudes modestas, Argentina lleva ya varios meses de equilibrio fiscal y superávit comercial.
Trump: Vivamos con lo nuestro
En eso estaba el gobierno de Macri, tratando de arañar un resultado en las Paso del domingo próximo que le permita ir con esperanzas a las generales de octubre para cruzar la mitad del río que le falta, cuando Estados Unidos y China decidieron comenzar a actuar definitivamente como si fueran la Argentina de siempre.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, parece el campeón del tradicional Torneo Argentino Vivamos con lo Nuestro. Aunque los expertos saben que detrás de sus medidas arancelarias hay una guerra de fondo con China por la hegemonía mundial y la carrera tecnológica, en los hechos los misiles que Trump dispara son los del proteccionismo. Les ha estado poniendo aranceles extraordinarios de hasta 25% a prácticamente todos los productos chinos que se venden en Estados Unidos. La última tanda que quedaba libre empezará a pagar estos impuestos en septiembre.
Remes Lenicov en China
Trump también ha presionado sobre la Reserva Federal -como si hubiera sido Cristina Fernández desalojando a Martín Redrado del Banco Central- para una baja de tasas de interés y una consiguiente depreciación del dólar, otro elemento para encarecer las importaciones desde China.
China ha retaliado no sólo con medidas arancelarias. Ayer, la novedad fue que disparó sus misiles cambiarios: dejó de sostener el valor del yuan y lo devaluó. China parece haber contratado al Jorge Remes Lenicov de 2002. Capaz que al mismísimo Eduardo Duhalde, sepulturero de la convertibilidad.
¿Qué hacer en la nueva Guerra Fría?
¿Y entonces? ¿Argentina tiene que volver a licuar sus déficits con devaluación y a retomar su decadencia competitiva con una nueva cerrazón de su comercio, porque ahora lo hacen nada menos que Estados Unidos y China?
No parece. Ciertamente, el mundo ha cambiado y ya no es la aldea rosa global que parecía que iba a ser cuando cayeron el Muro de Berlín y la ex Unión Soviética. Economistas de la talla de Nouriel Roubini no dudan en describir lo que está sucediendo como una “guerra fría” entre China y Estados Unidos. Y no lo dice metafóricamente.
Para Roubini el conflicto es la mayor fuerte de incertidumbre mundial y va a afectar el consumo, el valor de los activos, la inflación, las políticas monetarias y las condiciones fiscales en todo el globo. Puede desencadenar una recesión global en 2020, aún si los bancos centrales de Estados Unidos, Europa y Japón se ponen lanzar dinero a la calle como en 2008. Y más allá, advierte Roubini, una progresión de la crisis puede derivar en una “balcanización de toda la economía global”.
Los márgenes de Argentina para moverse en ese terreno no parecen muy amplios. Devaluar y cerrarse es lo que la Argentina ha venido haciendo por décadas. Una cosa es que los estados más poderosos y creíbles del planeta se pongan a jugar con sus monedas o a complicarse el comercio, y otra cosa es que un país pobre y con la credibilidad por el piso vuelva a hacer lo de siempre, después de apenas un año de terapia de rehabilitación en Devaluadores Anónimos.