Política esquina economía
10/03/2020 | 06:47 | Desde ayer, en este mundo es más difícil arreglar la deuda, conseguir inversiones en petróleo, vivir a expensas del agro y sostener el peso.
Adrián Simioni
Días negros para el mundo. También negros para la Argentina. Se juntaron una crisis financiera desatada por una pandemia y una puja entre dos gigantes por manipular el precio internacional del petróleo.
El coronavirus no infectó un cuerpo sano: para muchos economistas es el pinchazo de una burbuja inflada en los últimos años. Y detrás de la pelea entre Arabia Saudita y Rusia por ver quién corre con los costos de mantener artificialmente alto el precio del crudo es probable que se asome algo mucho más grande: el comienzo del fin de una economía basada en hidrocarburos no renovables. Como sea, para la Argentina estos días de furia implican cuatro durísimos golpes juntos al abdomen.
Cerca del default
Primero, el pánico. Los inversores abandonaron cualquier cosa que no fueran el oro, el dólar, el euro, el yen o bonos de Estados Unidos, Japón o de los países más sólidos de Europa. Todo lo demás, se hundió.
En la parte de abajo de toda esa montaña que se deslavó quedaron los bonos de la Argentina, con cotizaciones al 35% del valor. Es la zona a la que van a comer los fondos buitres. Dificulta un arreglo con los acreedores ya sea en términos de quita, de plazos o de tasas de interés. Hoy, para conseguir un prestamista, Argentina tiene que ofrecerle un rendimiento en dólares de 28% anual en dólares más la tasa que paguen bonos estadounidenses similares. Esa tasa extra llegó a ser de 18% por ejemplo a fines de diciembre: altísima e igualmente inviable, pero más cercana a una negociación con acreedores en la que pudiera pactarse una tasa razonable para una deuda reestructurada a largo plazo. Ahora la brecha parece incubrible.
Lejos de Vaca Muerta
El desplome del precio del petróleo extrema la contradicción política en la que está encerrado el gobierno. Alberto Fernández quiere energía barata y tarifas congeladas pero a la vez quiere inversiones en Vaca Muerta y en toda la Patagonia para que por esa vía ingresen los dólares que el país no tiene. Pero las dos cosas no se pueden.
La caída vertical del precio del petróleo multiplica esa contradicción. Por un lado, a estos precios el interés por extraer crudo desaparece al menos por un tiempo, no sólo en Argentina sino incluso en los países donde las petroleras no temen confiscaciones, ni controles de capitales, ni dólares artificiales, ni controles de precios, como sucede acá.
Por otro lado, no está claro que tenga el beneficio de bajar los precios internos de la energía. La economía argentina es extremadamente rígida a la baja (los impuestos jamás bajan, los costos laborales no se pueden bajar, y los costos laborales de los proveedores y de los proveedores de los proveedores tampoco se pueden bajar). De hecho, las petroleras ya están presionando al gobierno por un precio sostén, el famoso “barril criollo”. El argumento es que no importa que los precios internacionales bajen: dentro de Argentina no se puede sacar petróleo por menos de 50 dólares el barril. La alternativa es que se importe el petróleo. Y que se deje de producir adentro.
Con la soja allá abajo
No podía haber tenido menos puntería el gobierno para comprarse un conflicto con el campo. El cese de comercialización de granos y carnes coincidió con un día que también golpeó a las commodities de todo tipo. Y de cuya recuperación vigorosa no hay certezas. Nadie está seguro de cuándo y cómo va a volver a arrancar la locomotora asiática, particularmente la china.
El coronavirus no fue lo único que se inició en China. La potencia oriental está ella misma mutando, a la velocidad que lo hacen los virus, de la mano de un mundo en el que no podrá seguir viviendo de las devaluaciones competitivas y basando en exportaciones un crecimiento explosivo. El reaseguro sojero que el parasitismo burocrático argentino da siempre por cierto para financiar sus veleidades urbanas es menos seguro que nunca.
Yo devalúo, tú devalúas, él devalúa
Algo cambió. Argentina sigue siendo la gran campeona devaluadora machaza de la feria. Nadie le puede ganar a la economía inflacionaria por antonomasia.
Pero en esta crisis empiezan a devaluar todos. En Brasil el real perdió 17% de su valor en lo que va del año y su ministro de Hacienda, Paulo Guedes, no descarta que siga ese rumbo hasta los 5 reales por dólar. En México el peso bajó a su menor nivel en tres años. En Chile, el peso retomó la senda hacia el subsuelo que había inaugurado con las protestas del año pasado y que el Banco Central había frenado con fuertes ventas de dólares. Son signos de un mundo que será al menos en lo inmediato más pobre. De países que tendrán menos capacidad para comprar productos argentinos y más capacidad para bajar precios de los productos que ellos ofrecen. O sea, mayores exigencias de competitividad para la “incompetitividad” generalizada de la Argentina a excepción de su agroindustria (que por otro lado ha quedado amordazada con retenciones en el sótano).
Mientras esto sucede en el barrio, el Banco Central argentino, a pesar de contar con el cepo, ha salido a vender dólares (50 millones el viernes, 100 ayer, por ejemplo) para tratar de sostener su cotización, con el objeto de evitar que se recaliente la inflación. Si uno razonara como kirchnerista diría que el gobierno K está financiando la fuga de divisas. A lo Macri.