Política esquina Economía
06/11/2024 | 14:24
Redacción Cadena 3
Adrián Simioni
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De Trump a Milei: Trastornados 1, Actores 0
Las elecciones de Estados Unidos dan muchísimo jugo para todo tipo de análisis y miradas. A mí la arrasadora victoria de Donald Trump me despierta una particular hipótesis: que hemos entrado en una época en las democracias occidentales en la que los trastornados les ganan a los actores. Mi impresión es que hay cierta similitud entre, por ejemplo, Trump, Milei, Bolsonaro y otros. Me tomo una gigantesca licencia para esto, porque no soy psicólogo. Pero es como si todos ellos sufrieran algún tipo de trastorno de personalidad. Recuerdo por ejemplo cuando Milei inauguró el ciclo escolar en una escuela porteña y, mientras él le hablaba durante una hora a los chicos de cerrar el Banco Central y esas cosas, uno de los escoltas de la bandera se desmayó. Milei no atinó a levantarlo, repitió un chiste y siguió.
Como si algo en él lo disociara del entorno, como si en ocasiones no pudiera registrar muy bien al otro, como si le faltara un cachito de empatía. El único objetivo de su gobierno –conseguir el superávit fiscal para terminar de una buena vez con la inflación- parece a veces una especie de obsesión psicológica. Tal vez por suerte para nosotros, es como si Milei no pudiera pensar en ninguna otra cosa.
Con Trump hay algo similar. Su obsesión es “to Make América Great Again”, hacer grande a Estados Unidos otra vez. Cómo hacerlo no está muy claro en lo económico. En lo internacional eso es ambivalente: va intervenir a fondo contra Hezbollah y contra Irán, pero no contra Rusia en Ucrania.
Trump es un mentiroso contumaz. Pero para engañar a otro mínimamente hay que registrarlo, como mínimo hay que adivinar qué sabe y qué no sabe el tipo al que querés engañar. Las mentiras de Trump carecen tanto de sutileza que no alcanzan a salir de su boca que mueren. Son obvias. Todo el mundo se da cuenta. Incluso sus seguidores, que igual lo votan. Apenas una porción muy marginal de sus votantes creen que los inmigrantes de la ciudad de Springfield, en Ohio, se comen a las mascotas ajenas, como dijo en esta campaña. Hay que ser demasiado estúpido para creerlo. Y obviamente el 51% de los estadounidenses que lo votaron no son idiotas ni creen eso.
Pero igual lo votan. Y ahí está la cuestión. ¿Por qué será que estamos votando trastornados?
Mi hipótesis es que los estamos votando justamente porque no pueden decir una mentira como la gente, como dios manda, como nos tienen acostumbrados los otros, los políticos tradicionales, los profesionales de la mentira, los sacadores seriales de fotos en los que se los ve alzando en brazos a nenitos de 5 años. Son el club de los actores. Ellos sí tienen empatía: la suficiente para montar una escena convincente.
Para acomodarse y adaptarse. Para decir lo que los demás quieren escuchar. Como Alberto Fernández, capaz de subirse a la ola woke, declarar muy orondo que se sentía feliz por ser el presidente que había terminado con el patriarcado mientras maltrataba a su pareja en Olivos. Son actores. El club de los actores.
Los trastornados, en cambio, no pueden ocultarse ante nosotros. Los obsesionados con el superávit fiscal logran convencernos de que en verdad están dispuestos a hacer lo que haga falta para destruir la inflación que hace 15 años les pega una paliza tras otra a los pobres. Los actores tipo Massa se la pasan simulando buenismo y solidaridad. Se creen que tienen el monopolio de la sensibilidad para captar lo que los pobres necesitan. Pero al final emiten dinero trucho para lograr ser presidentes. Tanta empatía actuada al final no les sirvió para entender lo que en verdad es importante para los pobres: que dejen de enloquecerlos y de descenderlos a la miseria con la inflación.
El trastornado incapaz de mentir como la gente logra una paradójica sinceridad: al fin y al cabo termina siendo muy transparente el que miente pero no le sale. En cambio, a una actriz como Kamala Harris, que toda su vida reinvindicó la herencia cultural india de su madre, con la que se crió, se le notó cuando empezó a hacer hincapié sobre su origen racial africano por parte de su padre jamaiquino, del que se distanció a los seis años de edad. Todo el mundo intuyó que lo hacía porque los votantes afroamericanos son muchísimos más que los de origen indio.
Si esta hipótesis tuviera algo de verdad, yo les recomendaría a los políticos tradicionales, a los actores, que ya dejen de actuar. Hagan un esfuerzo y traten de ser quienes de verdad son. Porque los votantes están confiando más en un trastornado que en ellos, siempre candidatos al Oscar de la política.
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