Política esquina economía
27/09/2021 | 14:08 |
Adrián Simioni
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Decilo, Cristina, decilo
Hace tres meses, casi por carambola, Pedro Castillo, un muy poco sofisticado político y sindicalista, de ideas populistas extremas, terminó ocupando la presidencia del Perú. Prometía estatizaciones, nacionalizaciones, una reforma constitucional para acabar con la propiedad privada y la república. Sin embargo, no tocó a las autoridades del Banco Central, que son las mismas desde hace 15 años y han erradicado la inflación.
Y la semana pasada Castillo hizo una gira internacional y les prometió a inversores atemorizados de todo el mundo que él no tiene interés en espantar capitales. Les pidió que inviertan en Perú “con confianza, sin dudas y sin miedo”. Les dijo que Perú no necesita renovar préstamos en lo que queda del año y que él no les va a pedir prestado hasta que no confíen en él porque no quiere convalidar altas tasas de interés.
Hoy Perú consigue préstamos a 3,4 por ciento. A la Argentina no le prestan por menos de 18 por ciento anual en dólares.
Sin embargo, el gobierno argentino no logra decirles a quienes podrían invertir en nuestra miseria que vengan y se hagan ricos. Que gasten sus dólares. Que compren propiedades regaladas. Que inviertan en la agroindustria porque Argentina no va a molestar a quienes quieran exportar cualquier cosa al mundo. Que el gobierno no va confiscar empresas. Que va a dejar de inventar impuestos absurdos. Que si vos firmás un contrato hipotecario, financiero o comercial con alguien el gobierno no se va a meter a hacer demagogia para impedirte que recuperes lo tuyo.
De hecho, el economista Nicolás Gadano, exgerente del Banco Central, calculó que los argentinos 200 mil millones de dólares en billetes, enterrados en los jardines, en cajas de seguridad, abajo de los colchones, escondidos de los choros pero también escondidos de los funcionarios. Gadano se basa en datos oficiales de Estados Unidos y del Indec. Según sus cálculos, por cada argentino hay, en billetes, 4.400 dólares, más incluso que los que los 3.083 que hay en Estados Unidos por cada estadounidense.
Es una oceánica fortuna inerte, una cordillera de capitales muertos, que podría traducirse de inmediato en consumo, inversiones, empleos, salarios. Bastaría una señal como la de Pedro Castillo. Bastaría que un día Cristina Fernández dejara su obsecación a un lado, hiciera la cadena nacional más importante de nuestras vidas y dijera: “Enriquézcanse. Saquen sus dólares. Muévanlos. Trabajen Multiplíquenlos. Háganse multimillonarios. Hagan lo que se les ocurra. Basta con que cumplan las leyes, que van a ser razonables. Les juro que nadie les va a manotear un solo centavo”.
Decilo, Cristina. Decilo de una vez. Va a ser el primer paso para dejar atrás casi 15 años de miseria autoinfligida.
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