Política esquina economía
12/05/2020 | 06:18 | No es que la oferta a los bonistas sea mala. Es que los bonistas no creen que se vaya a cumplir. Ven lo que hacemos con los pesos y se agarran la cabeza.
Adrián Simioni
El caos y el miedo que impone la pandemia crea un escenario soñado para que en Argentina vuelva a escucharse por todos los parlantes el relato que más nos gusta: el Estado es una divinidad sin condicionamientos terrenales, capaz de multiplicar a costo cero los peces y los panes, para repartir el paraíso celestial en la Tierra.
El dios de la imprenta es argentino. Así que, si ya nos dedicábamos a compartir lo inexistente desde hace décadas, mucho más lo vamos a hacer en el medio de la pandemia, aunque al mismo tiempo intentemos esquivar un default contra nuestros añejos acreedores.
Ejemplo: Luana la gastadora
Luana Volnovich, la novia de Máximo Kirchner al mando del Pami, por ejemplo, pudo anunciar ayer que más de medio millón de jubilados recibirán en efectivo el equivalente a un bolsón alimentario, que ya recibían. Lo cual está bien, al menos en las actuales condiciones.
Pero, de paso, Volnovich anunció que también les darán un subsidio a 4.200 centros de jubilados que, de cualquier modo, están cerrados. De hecho, por ese cierre no se pueden repartir los bolsones, esa práctica clientelar ancestral del Olimpo de las Pampas. O sea: vamos a sostener esa red clientelar en medio de la crisis brutal, aún cuando la propia pandemia demuestra que esa red es innecesaria.
“¿Cuál es la crisis en un país que hace esto?”, se debe preguntar un prestamista al que defaulteamos en 2001, que en 2005 recibió nuevos bonos por el 27% de lo que teóricamente le debíamos y que ahora -si hubiera acuerdo- recibiría aproximadamente el 45% del valor nominal de aquellos bonos ya previamente devaluados.
En algunos países de esos bonistas no existen ni millones de asignaciones universales, ni millones de jubilaciones sin aportes, ni millones de subsidios al 50% de los salarios privados, ni tantos millones de empleados públicos exonerados del cumplimiento de meta alguna, ni millones de tarjetas Alimentar, ni millones de ingresos de emergencia, ni servicios públicos hipersubsidiados ni decenas de planes sociales debajo de cada baldosa. Un verdadero paraíso en la Tierra.
“Vamos ahora al móvil en Mar del Plata”
Los bonistas se deben asombrar: “¿Cómo es que, si son tan pobres, pueden gastar todo esto?”. Igual que se habrían asombrado, antes de la pandemia, en febrero, si hubieran visto a los noticieros que pasaban al papa Bergoglio diciéndole a la directora del FMI que no se pueden impulsar “políticas que lleven al hambre y la desesperación a poblaciones enteras”, y luego conectaban al móvil de Mar del Plata, mostrando las playas empaquetadas de argentinos lanzándose botellas.
El dios impresor no tiene límites. Si ya en abril el 44% de los ingresos del Estado fueron billetes sin respaldo, no importa. Si las impresoras de la Casa de la Moneda y la casi medanizada y luego estatizada Ciccone Calcográfica ya no dan abasto, no importa. Largamos el billete de 5.000 pesos y listo: es la única productividad que va a crecer por mucho tiempo.
Todos los manuales dicen que eso no va a terminar bien. Pero todos sabemos que… dios es argentino.
El drama no es la oferta, es Argentina
La consultora Idesa puso este punto en blanco sobre negro el fin de semana. Básicamente, planteó que la propuesta realizada por Argentina a los bonistas que están al borde de llevarnos a juicio seguramente es razonable. Porque, de hecho, la apoyaron decenas de economistas académicos de acá y de afuera. Sin embargo, dice Idesa, los acreedores la rechazaron.
¿Por qué es esto? Simple: los acreedores no sólo miran cuánto ofrece pagar la Argentina, sino que también evalúan cuál es la probabilidad de que cumpla. “Como el gobierno no muestra vocación por ordenar el Estado, los riesgos de cumplimiento son muy altos”.
“El problema no es que la oferta argentina sea demasiado mezquina, sino la baja credibilidad de que se cumpla”, dice Idesa. Por eso, agrega, es un error presionar al gobierno para que haga una oferta más generosa. Si lo hace, es probable que se eluda un default en lo inmediato, pero los problemas se agravarán a futuro, explica Idesa.
“Tanto los académicos que apoyan la oferta oficial como quienes proponen mejorar esa oferta harían un aporte mucho más útil al país si presionaran para que el gobierno ponga en agenda la modernización del sector público”, concluye Idesa.
O sea: Joseph Stiglitz ayudaría mucho más si le explicara a Volnovich el concepto de ahorro. Y ciertas corporaciones empresarias que piden no defaultear harían mejor si dejaran de canjear prebendas y proteccionismos a cambio de hacerle la vista gorda al caos fiscal.
La biblia según Grimson
Aparentemente, nada de eso va a suceder. Las biblias que se escriben en Argentina ignoran por completo estas nimiedades. Alejandro Grimson es un antropólogo, a quien Alberto Fernández designó al frente de Argentina Futura, una especie de Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional pero con un nombre mucho menos fascista que aquel sapazo de Cristina.
Esa oficina acaba de lanzar un dossier en el que la flor y nata de lo que Grimson considera la intelectualidad argentina especula sobre “El futuro después del Covid-19”.
Un rápido repaso a la lista de 26 autores permite deducir que casi todos -con mínimas excepciones parciales destinadas a cubrir la cuota Inadi de pluralismo- son fieles de la misma iglesia. Cuando mucho algunos van a capillas distintas y otros no son practicantes. El 90%, como mínimo, son empleados del Estado (Conicet, universidades), con lo que es imposible esperar que surja de allí alguna visión del futuro posterior al Covid-19 que implique alguna racionalidad para el desmañado Estado argentino.
La letanía de críticas al neoliberalismo, las profecías de hecatombes capitalistas y las loas al Estado que es bueno, bueno, bueno, se dejan ver desde los títulos.
Es un indicio claro. La Argentina (y quienes la dirigen) no tienen ningún interés en escribir un libro verdaderamente nuevo. Los salmos son, en algunos casos, malas copias de los originales; algunos autores, monges que se limitan a repetir, citar y glosar las palabras del dios impresor, al que todos rendimos culto en estas tierras.
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Para evitar el default
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