Política esquina economía
05/09/2024 | 14:33
Redacción Cadena 3
Adrián Simioni
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El lado B del sincericidio de Abdala
Un senador de La Libertad Avanza acaba de cometer un sincericidio, como todos sabemos. Es Bartolomé Abdala, senador por San Luis. Con total ingenuidad contó en una entrevista que, por su jerarquía en el bloque de senadores, tiene 15 senadores de los cuales 13 están en San Luis, dedicados a trabajar para su campaña política y no en los temas de agenda del Congreso, porque él quiere llegar a ser gobernador de San Luis.
Abdala violó todos los límites de la corrección política. Blanqueó que lo que se paga en el Congreso a la nube de miles de asesores, muchos de los cuales se transforman en vegetales y pasan a la “plana permanente” cuando sus patrones dejan sus bancas, no es para piensen 24 horas al día en buenas leyes para el país sino para que rosqueen, para que hagan bulto en los actos e incluso para que escenifiquen los atributos del poder llevándole una carpeta o el teléfono a su jefe para que así parezca precisamente un jefe.
Lo interesante es que el escándalo que generó Abdala deja al descubierto la ingenuidad o la hipocresía de muchos bienpensantes, y no sólo porque así lo hacen todos y no sólo aquí, como pudo ver cualquiera que haya visto House of Cards. Hay más cuestiones.
1. Ambacentrismo ¿Por qué un asesor no puede hacer su trabajo desde San Luis? ¿Sólo habitantes de Capital Federal o el Conurbano pueden hacerlo? ¿No hay gente capaz en el interior? ¿Qué importancia tiene con las tecnologías de hoy estar a media cuadra del Obelisco o no para redactar un proyecto? Por otra parte, ¿entonces los senadores y diputados de Capital Federal y el Conurbano sí pueden dedicar sus asesores a que rosqueen en sus distritos y los demás no?
2. Ignorancia. Creer que a una ley medianamente importante la pueden escribir dos asesores de un legislador es un error. A los proyectos que son algo más que bautizar una plaza los escriben especialistas que no se pueden pagar con un contrato del Senado. Y hasta que salen del Congreso intervienen otras decenas. Los sindicatos, las cámaras empresarias, las universidades, los exfuncionarios, los especialistas de múltiples áreas son los que en verdad tienen a la gente que redacta las leyes. Los legisladores -y sus asesores, porque tampoco es que todos sean punteros- deciden sobre ese magma. Que es muy positivo: una enorme participación plural de gente que sabe.
3. Inocencia. Otro error es creer que los Poderes Legislativos tienen que estar haciendo nuevas leyes 24 horas al día, 365 días al año. La productividad se mediría, así, a rolete: kilos de leyes por semana. La verdad es que no es así. En el fondo, el Congreso está siempre legislando. Por ejemplo, cuando un grupo político logra impedir que se vote una ley para modificar otra ley es como si estuviera escribiendo y votando de nuevo la ley vieja. Es más: puede ser mucho más valioso y productivo un senador que impide que se cambie una ley vieja y buena que el legislador que logra que se vote una ley nueva y pésima. La ley de Alquileres es sólo un ejemplo cercano.
Esto no es para justificar a Arancibia. Se supone que los asesores sirven a un mejor funcionamiento del Congreso y no al aparato clientelar. Pero tal vez el caso nos sirva para ser más realistas y comprender mejor cómo funciona de verdad un Poder Legislativo.
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