Política esquina economía
23/06/2020 | 06:15 | Los impuestos pagados en mayo sólo cubrieron la mitad de gasto. Inviable seguir pateando tres pelotas clave para adelante. O para afuera.
Adrián Simioni
La clavaron al ángulo. El equipo de Alberto Fernández multiplicó justo por 10 el agujero fiscal primario de mayo.
Las cuentas públicas son escalofriantes. La consultora Invecq indica que, con estos números, cuando termine junio el primer semestre mostrará el déficit fiscal más grande de “por lo menos” los últimos 30 años. Eso es 1989. Hiperinflación.
¿La pandemia es el problema? Ciertamente, es parte muy importante. Pero no la única. Los gastos crecen por encima de los ingresos desde enero, no desde marzo, cuando comenzó la cuarentena. Economistas como Martín Polo evalúan que, entre marzo y mayo, un 25% del aumento del gasto se explica por el Covid-19. El resto aumenta por otras razones.
Los subsidios a los servicios públicos, por ejemplo. Ya subían por las tarifas que Macri congeló por electoralismo en abril de 2019. Fueron recongeladas por Fernández apenas asumió. Si todavía no nos quedamos a oscuras, como en los ’80, es porque los subsidios a los servicios públicos no pararon de crecer: 180 por ciento en 12 meses.
Otro ejemplo: las transferencias a provincias por fuera de la coparticipación eran hace un año un monto menor. Pero ahora ya no lo son: treparon 740%.
Un país adicional
Otra forma de ver la estantería que se viene abajo: en mayo de 2019, lo que la Afip recaudaba era igual a 8,5 veces lo que el Estado gastaba de más (déficit financiero). Pero, en este mayo, lo que el Estado gastó de más fue igual a todo lo que recaudó.
O sea: el Estado necesitaría otro país igual a la Argentina al cual cobrarle impuestos para poder equilibrar sus cuentas.
Obviamente, no tenemos ese país extra. Y entonces todo se cubre con billetes que imprime el Banco Central.
Esa cordillera de pesos es difícil de imaginar: en “adelantos de ganancias” y “préstamos” el Banco Central emitió 900 mil millones de pesos, sólo para dárselos al Estado en lo que va del año.
Como el Estado los gasta, esos pesos inundan la calle. Y presionan al dólar. El gobierno ya no sabe cómo cerrar aún más el cepo. Lo único que le queda para frenar la demanda es declarar oficialmente que el dólar no existe.
O forzar que los pesos queden en los bancos. Algo de eso hizo. Pero forzando a los bancos a ofrecer una tasa mínima del 30% para los ahorristas en plazos fijos. En sólo dos semanas los plazos fijos acumularon 100 mil millones de pesos.
Mejor no citar tanto a Alfonsín
A todos estos datos de mayo los conocemos nosotros ahora, sobre el final de junio. Pero el presidente los conoce desde antes. Y por eso es incomprensible la indiferencia con que el viernes dijo: “Para resolver los problemas de la economía habrá tiempo después”. Y el sábado citó a Raúl Alfonsín.
Entre las muchas impresiones que va dejando Fernández está la de un presidente lacónico, que deja que las cosas se perpetúen sin resolución, en los tres centros de la crisis argentina:
Patear para adelante I
Su ministro de Deuda Externa, Martín Guzmán, dejó vencer todos los plazos de la negociación con los bonistas para evitar el default. Cada vez que se prorroga las conversaciones, más títulos de la deuda entran en default. Guzmán nunca mostró cuál era su plan. No hay un ministro de Economía. Ni tampoco hay un programa que Fernández pueda contarnos.
Patear para adelante II
Frente a la pandemia, su único plan frente a la pandemia parece ser extender la cuarentena que ya asfixió a la economía. O esperar a que el virus se aburra en la cuarentena más larga del mundo y se vaya.
Aparentemente, en los 101 días de confinamiento que se cumplirán el domingo no se pudo preparar al sistema sanitario para evitar su potencial colapso.
Patear para afuera
Finalmente, tampoco logra ofrecernos una versión creíble de lo que él planea a futuro. Al menos para que sepamos para dónde va a doblar cuando queden a la vista los escombros, lo cual es un valioso capital que los líderes pueden aportar en las crisis.
La impresión que da es que a él le gustaría ser un moderado, pero pasan los días y se limita a hacer seguidismo de las consignas del cristinismo más radicalizado. A estas alturas nadie sabe si Fernández comparte esos planes o si está preso de la dueña de su presidencia.
Los ejemplos son innumerables, pero el mejor de estos días -con la agroindustria y el centro del país sospechando una nueva 125- es el siguiente: en dos meses de millonarios daños a silobolsas e incendios de cosechas motivados por el odio, Fernández no ha sido capaz de dedicarles una sola palabra a los que, pese a todo, son los que más pesos y dólares generan para su gobierno en rojo.
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