La soja y el sojo

La necesidad de agradar al progresismo K de Alberto Fernández es tan imperiosa que el presidente no se detiene ni ante el ridículo. Hace unos días, por ejemplo, en un acto en la provincia de Buenos Aires en el que había empleados de la construcción, habló de "albañilas y albañiles". Si al menos se usara "albañilo" para el género masculino. Pero ni eso. Tanto el singular albañil como el plural albañiles son neutras desde el punto de vista del género.

Es presidente parece ser muy sensible al lenguaje. Parece ser bien conciente de la importancia del discurso, que tiene consecuencias en el mundo real. Las palabras tienen fuerza para definir el mundo, para conceptualizarlo. Cuando hablamos, decimos quienes somos, definimos nuestros valores, nuestra visión del mundo.

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Lamentablemente, Fernández no tiene la misma sensibilidad para todas las cosas. Eso quedó claro en un acto de ayer. El presidente presentó una ley que implementa la Educación Ambiental Integral en todo el país. Y allí se pronunció a favor de una agricultura "sin agrotóxicos".

Ya es medio estúpido pensar que las necesidades de alimentos del mundo, hoy, se puedan alcanzar sin fertilizantes y sin pesticidas. Y que lo piense el presidente de uno de los grandes exportadores de alimentos del mundo es decepcionante.

Pero lo profundamente lamentable es que el Presidente de Argentina use el término "agrotóxico" en lugar del término "agroquímico". Tan sensible a la demagogia barata distinguir el género de palabras que no lo tienen, como "albañiles", Fernández saca a pasear su ignorancia oronda y habla de "agrotóxicos".

"Agrotóxico" es el término que usa el lobby pseudoambientalista mundial, defensor de los intereses globales más enfrentados a los intereses de un país como Argentina. Un presidente argentino que usa ese término se somete, de entrada, someterse al lenguaje del contrincante. Sería como si Fernández fuera a las Naciones Unidas a ratificar los derechos sobre Malvinas y las llamara "Falklands". Por ejemplo, en la negociación del tratado Unión Europea-Mercosur si esa palabra se colara sería un triunfo para el lobby agrícola francés que no quiere competir con los productores del Mercosur. Porque un agrotóxico es algo dañino que debe prohibirse. Un agroquímico es un bien positivo que nos permite alimentarnos, más allá de que deba regularse como cualquier otra cosa peligrosa: las armas, la nafta, el gas, los medicamentos, etc.

Fernández ni se entera. Parece el rey de Arabia demonizando al motor a combustión. El presidente de Cambodia en campaña contra la industria indumentaria. El de México despotricando contra las remesas de los emigrantes. Es el primer ministro de Italia protestando porque los turistas alteran las tardes de Venecia.

El presidente sobreactúa lo que le dicta Cristina Fernández y entonces distingue entre "albañilas" y "albañiles". Pero es como los malos alumnos que sólo pueden aprender de memoria lo que fija la corrección política del momento. A la cuestión conceptual, al hecho de que nuestras palabras definen nuestro mundo, Fernández sigue sin entenderla. Hasta que no haya un Inadi del campo, hasta que no haya un lenguaje inclusivo para la soja y el sojo, capaz que tengamos que volver a escucharlo hablar de "agrotóxicos " en lugar de "agroquímicos".