Política esquina economía
17/12/2021 | 12:57 |
Adrián Simioni
El kirchnerismo está descubriendo que no ganó perdiendo las últimas elecciones, como había dicho una diputada K. Como dijo hace un rato otra diputada, pero opositora, Mariana Zuvic, en el Congreso acaban de perder perdiendo.
Si Cristina fue la mariscal de la derrota en las primarias, y Alberto fue capitán de la derrota en la general, en Diputados hubo un cabo de la derrota: Máximo Kirchner.
No hay que culparlo. Máximo nunca tuvo que practicar la estrategia y táctica del rosqueo porque jamás tuvo que manijear ni una asamblea universitaria. No se fogueó en un sindicato, en una cámara empresaria ni en la interna partidaria para una intendencia. A él lo puso de jefe de los diputados K su mamá luego de que, hace muchos años, su papá le regalara La Cámpora y un coro de edecanes y aplaudidores pagos.
Así que Máximo, el cabo de la derrota, en lugar de actuar con astucia y humildad reaccionó como un heredero al que se le retoba un sirviente cuando los opositores le propusieron a Sergio Massa, presidente de la Cámara, que el proyecto de Presupuesto volviera a comisiones para retomarlo el lunes. Máximo se enojó como un chico que aprieta los botones de una play desenchufada. Destrató a los opositores como “cobardes” y trató de copiar el sarcasmo que a veces supura su madre: ocho veces seguidas les dijo a los opositores “aprendan a escuchar”.
Pero el que tenía que escuchar era él. Porque él necesitaba a los opositores, que luego de las palabras del cabo de la derrota dijeron: “Bueno, estábamos dispuestos a seguir la discusión el lunes. Pero ahora ni eso; votamos en contra y chau”. Para eso ganamos las elecciones y ustedes la perdieron faltó que le dijeran.
¿Le costará mucho al gobierno y al peronismo la impericia del cabo disfrazado de mariscal? Sin duda, no poder aprobar siquiera el presupuesto no es una buena señal sobre el poder político de un gobierno para recortar el gasto público del que viven sus votantes.
El FMI seguro lo tendrá en cuenta a la hora de sopesar si Alberto podrá cumplir lo que ambos quieren firmar.
Pero Alberto tiene en ese punto un problema mucho mayor: ni siquiera logra que su propia jefa, la mamá del cabo, diga en público que está de acuerdo en firmar con el FMI.
La jefa no sabe qué hacer. Deshoja la margarita y no se decide. No sabe si le conviene apoyar el ajuste de Alberto o no. Al fin y al cabo, el presidente tendrá cada vez menos poder para garantizarle la impunidad judicial. La Corte Suprema acaba de mostrarle que no ha olvidado ningún agravio. Y embanderarse con un programa de austeridad significaría liquidar lo único que le queda: el relato.
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