Puede cambiar el clima, pero tiene que cambiar la indiferencia

La sequía tremenda que azotó a la Argentina ya está en retirada. Al menos oficialmente, porque se declaró concluido el fenómeno de la Niña, que marca el ritmo del clima en el país. Ahora ya comenzaron algunas lluvias, aunque todavía falta agua en gran parte de la pampa para encarar la campaña fina, los cultivos de invierno.

Es interesante para hacer un balance. Sobre todo desde lo político, desde lo discusivo, acerca de cómo ve este problema la Argentina urbana. 

En los últimos años de sequía, la preocupación de la Argentina oficial, el país político, se centró exclusivamente en un tema: el aporte económico del agro golpeado por la sequía al resto del país. Nos importan los dólares que vienen de las exportaciones de los granos, entran al Central y que son lo único que tenemos para poder importar desde remedios hasta celulares. 

Y nos importan las retenciones de la soja, un tercio de todo el valor bruto exportado, que el gobierno confisca para gastarlo en su fiesta populista. Sólo se habló del tema en estos términos.

Lo que pasó en los campos, en los pueblos, en el infierno de estos años secos no le importó a nadie. El abismo humano, laboral, empresarial, económico que se vivió en el interior. ¿Qué piensa este país urbano que vive amontonado en 40 kilómetros alrededor del Río de la Plata. 

En los primeros cuatro meses de este año, los ingresos por exportaciones de oleaginosas y cereales cayeron 64% respecto del año pasado. Es decir, ese mundo del campo, del interior, pudo facturar apenas un tercio de lo que siempre factura. Sin embargo, el país urbano, la Argentina que vive del Estado, de espaldas al campo, ni se enteró. Su única preocupación fue en estos años que no entraran dólares al Central y pesos a la billetera del gobierno. 

¿Qué pensamos? ¿Qué no les pasa nada a quienes viven en Bengolea, en Arrufó, en General Acha, en Naschel o en Henderson en una economía que pierde de golpe dos tercios de su principal ingreso?

Nada. No importó nada. Para todas esas regiones el resto del país fue un motochoro más, que siguió asaltándolo, dándole con suerte 300 pesos por los dólares que fueron menos que nunca y además quedándose con un tercio de esos pesos. 

El interior, el campo, fue un homeless desnutrido asaltado por sus propios vecinos. Ya pasó. Es increíble lo que el campo es capaz de bancarse. Imagínense si hiciéramos lo mismo con todos los empleados públicos afiliados a ATE.

Pero ojo. Puede terminar la Niña y empezar el Niño. Pero no la ignorancia de la Argentina urbana, estatal, subsidiada, burocrática. Pequeñísimo símbolo: Don Cristóbal es un pequeño poblado de Entre Ríos, entre Nogoyá y Paraná. 

Anteayer, un productor agropecuario, Javier Vignole, circulaba por la zona, bajo la lluvia, para buscar a su hija y otros compañeros que están pupilos en una escuela agrotécnica. No le quedó otra que cruzar un canal en el que nunca se hicieron obras para poder cruzarlo sin riesgos. Su camioneta fue arrastrada. Lo encontraron dos días después. Su camioneta enterrada en barro.

En 2021, cuando empezó la sequía y era momento de hacer caminos, canales y ductos, el sitio especializado Bichos de Campo calculó que con lo que había ingresado por retenciones sólo en los primeros 8 meses de ese año, se podrían haber mejorado tres veces los caminos rurales del país agrícola. No se hizo nada.

Porque puede cambiar el clima. Pero no la indiferencia. Lo sabe la familia Vignole, como tantas cientos de miles desparramadas por los pueblos ignorados de la Argentina.