Política esquina economía
17/03/2020 | 06:22 | Había un deporte nacional: adivinar si Fernández tenía o no un plan. Y no tiene más sentido. En dos semanas, el mundo no es más el que era.
Adrián Simioni
Finalmente, el Estado argentino comenzó a dar pasos formales ayer para iniciar la renegociación de su deuda con bonistas privados: pidió permiso para hacerlo a la SEC, el equivalente estadounidense de nuestra Comisión de Valores. Es el puntapié inicial.
Claro que eso tampoco sirve demasiado, a estas alturas, para saber cuáles son las intenciones reales del gobierno argentino y muchísimo menos para predecir si se podrá llegar o no a un acuerdo que evite un nuevo default abierto que, de producirse, va a encarecer por muchísimos años las inversiones en la Argentina y, por ende, las posibilidades de revertir nuestra pendiente de pobreza.
Esta vez, la falta de claridad no es atribuible al gobierno argentino: sencillamente, el mundo que existía hace dos semanas ha dejado de existir. Un virus forzó a los gobiernos del mundo a algo inédito: inducir una recesión (tratar de que la gente se inmovilice, dejando de producir y consumir), porque esa es la única forma de frenar una pandemia grave para la que todavía no hay vacuna. Como no hay vacuna biológica, hay que aplicar una vacuna económica.
Nada es lo que era
Industrias enteras como la turística y la aérea están en vías de desaparición. La globalización está perdiendo hora a hora sus últimos defensores. El petróleo pasó a ser lo más barato del planeta y, por ende, revertir el cambio climático con energías alternativas es de golpe una quimera mayor que hace 25 años. Nada es lo que era.
Tampoco lo es la relación financiera de la Argentina con el mundo. Sus bonos han quedado cotizando al 30% de su valor, algo que en condiciones normales sería un cebo para que los fondos buitres compren papeles y obstruyan una negociación. El valor de sus empresas quedó reducido a cenizas. Las chances de que su economía genere dólares para dar certezas de repago a sus acreedores son menores que nunca. La posibilidad de alcanzar cierta racionalidad fiscal en el mediano plazo para revertir la inflación se diluye irremediablemente. Y su capacidad para actuar frente a una recesión mundial que aplasta lo que un estancamiento local que ya lleva nueve años es nula.
Fernández, con manos libres
En ese marco, las manos de Alberto Fernández están completamente desatadas. Hasta ahora el deporte nacional consistía en adivinar varias cosas:
-Una, si el presidente y su ministro Martín Guzmán tenían o no un plan.
-Dos, si ese plan era racional (eludir el default con un acuerdo, lo que implicaba continuar el lento ajuste iniciado por Mauricio Macri) o era populista (simular que se buscaba un acuerdo que no se alcanzaba para liberar al gobierno de todo compromiso fiscal y obligando al país a una nueva etapa de aislacionismo con profundas implicancias institucionales).
Hoy, ese deporte no tiene más sentido. Cualquier plan que haya tenido o no Fernández ha volado por los aires. Cualquier cosa que resulte de las gestiones que hagan él y Guzmán no serán atribuibles a ellos sino a circunstancias que exceden largamente a la capacidad política de conducción de la casta del poder argentino, que nunca fue demasiada y que hoy, en medio de un vendaval tal vez sin precedentes, es más insignificante que nunca, una cáscara de nuez en un tifón del trópico.