Política esquina economía
13/08/2020 | 06:19 | La vacuna para el coronavirus está muy cerca. Gracias a un gigantesco proceso mundial de competencia y, a la vez, de colaboración.
Adrián Simioni
Que sea rusa, que sea sueco-británica, que sea estadounidense o china o de cualquier otra parte. Que sean todas las vacunas a la vez. Desde que estalló la pandemia que mató a 750 mil personas en el mundo y marchitó la economía mundial, por primera vez esta semana se conocen datos sólidos sobre vacunas que puedan prevenir el contagio de Covid-19.
El entusiasmo hizo que ayer el presidente Alberto Fernández presentara la decisión del laboratorio AstraZeneca (AZ) de producir el principio activo de una de las vacunas casi como si fuera un logro de su gobierno. Hasta le agradeció al ministro de Salud, Ginés González García.
Lo cierto es que se trata de un acuerdo privado entre dos laboratorios odiosamente capitalistas: el sueco-británico AstraZeneca (que tiene un contrato con la Universidad de Oxford para fabricar la vacuna) y la división farmacéutica del grupo argentino Insud.
AstraZeneca se instaló en Argentina hace poco más de un año -en mayo de 2019, convenio con la Secretaría de Ciencia y Tecnología mediante- cuando el gobierno de Mauricio Macri supuestamente maltrataba a la ciencia y desguazaba el Conicet. Invirtió 80 millones de dólares por una razón que trasciende a varios gobiernos y que tiene mucho de bueno y algo de malo: recursos humanos valiosos a un costo en dólares comparativamente bajo.
Su laboratorio en Haedo está dedicado a desarrollar medicamentos de precisión -adaptar drogas a grupos reducidos de pacientes- y no a fabricar vacunas. De ahí el convenio de colaboración con Insud, que, según Fernández, producirá acá el principio activo (la parte más avanzada del proceso). Esa droga servirá para que luego, en México, otros colaboradores fabriquen las vacunas en sí.
Todos con todos contra todos
AZ se obligó con Oxford a producir 2.000 millones de dosis de la vacuna, que todavía tiene que superar la fase 3 de investigación. Pero igual se lanzan a producirla para poder vacunar a millones de personas apenas se apruebe. Si no, el proceso se demoraría mucho más. Y los competidores podrían ganarles de mano incluso si pasaran la fase 3 días después pero hubieran fabricado las millones de dosis antes. Adam Smith se conmovería viendo a tantos egoísmos individuales tratando de salvar al mundo lo antes posible.
Como AZ no se especializa en vacunas, encontró fábricas en China, Brasil, India y otros países que, como Insud, colaborarán en el desarrollo y la producción para abastecer al planeta con la poción mágica. Y sus competidores, como Moderna, Johnson & Johnson y Pfizer, hacen cosas parecidas en esos mismos y en otros países. Rusia también acelera con la vacuna Sputnik V promocionada por Vladimir Putin y China y Europa también apuran sus proyectos. Hay unas 30 vacunas en desarrollo en el mundo. El que gane, ganará fortunas. Y muchos van a perder muchísimo.
Es un gigantesco juego de competencia y, al mismo tiempo, colaboración. Y lo juegan nada menos que “los laboratorios”, más malos que los narcos en el mundo de las conciencias buenistas. Las farmacéuticas son las “traficantes de la salud”, las que “sólo inventan remedios para los ricos”, las “volteadoras de gobiernos”, vampiros que andan siempre reclamando a los pobres del mundo que les paguen la propiedad intelectual de sus inventos. Pero estamos a punto de salir a aplaudirlas a los balcones ahora que las necesitamos.
Esa manía del buenismo
“Lo importante es que no hay fin de lucro”, dijo ayer Fernández en su conferencia, exhibiendo otra vez la fobia trucha que tiene la cultura catolicista argentina con el dinero. Y exhibiendo también un error. Cientos de miles de inversionistas, bancos, ejecutivos, investigadores, científicos, técnicos, fabricantes de insumos y equipos farmacéuticos y médicos están invirtiendo ahorros de millones de personas y trabajando a destajo para que la humanidad zafe de esta plaga lo antes posible. Y nadie lo está haciendo gratis. Ni debería hacerlo. De hecho, ninguno de nosotros hace casi nada gratis. Y eso que la mayoría de nosotros no hacemos cosas tan trascendentes y valiosas como salvar al mundo de la peste.
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