Política esquina Economía
26/07/2021 | 14:14 |
Adrián Simioni
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Taser: una buena idea en la cabeza incorrecta
La grave herida de bala sufrida por el cantante Chano cuando la policía trataba de controlarlo cuando amenazaba a otras personas con un cuchillo ha vuelto a poner en discusión el uso de las pistolas elétricas Taser en Argentina. El secretario de Seguridad de Buenos Aires, Sergio Berni, el rostro de derecha que vende el kirchnerismo en la góndola electoral del conurbano, ha vuelto a insistir en que se se autorice el uso de estas pistolas. Puso el dedo en la llaga: esto con una Taser no pasaba.
Y eso recalienta una polémica que se remonta a principios de 2019, cuando la ministra de Seguridad de Macri, Patricia Bullrich, logró un decreto autorizando las pistolas. No llegó a hacerlas usar porque los organismos de derechos humanos y el cristinismo se opusieron.
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En efecto, apenas asumió Alberto Fernández, la sucesora de Bullrich, Sabrina Frederic, las prohibió. Dijo que era un elemento de tortura, evocaba a una picana. Berni pidió que a las pistolas que ya se habían comprado se las dieran a él. No se las dieron.
La verdad, es que los argumentos para no usar las Taser son muy pobres. La pistola eléctrica no es una panacea, pero no cabe duda de que es menos letal que las armas con balas de plomo que se dejan de usar. Lo demuestran las estadísticas. ¿Ha habido muertes por Taser? Sí. Pero muchas menos de las que hubiera habido con armas de fuego. Sirve para proteger a los propios delincuentes, pero también a los policías y a las víctimas.
Para 2017 ya había más de un millón de pistolas en uso. Hay policías como la de North Dakota que ya usan esa tecnología desde drones.
Entre los muchísimos países que cuentan con la Taser hay “tradicionales violadores de los derechos humanos” como Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Finlandia, Francia, Italia, España, Alemania, Israel, Grecia y el Reino Unido.
Es la Argentina de los caprichos. La única razón por la que acá aún no se usan las Taser es porque la idea no se les ocurrió primero a los organismos de derechos humanos. Que hubiera sido lo lógico. Pero se le ocurrió a Bullrich. Mala suerte.
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