Política esquina economía
19/11/2019 | 06:36 | Alberto fichó un hiperfamoso que en semanas se hizo progre. Y le puede servir. Sobre todo en la interna K. Para el conductor, ya es hora de capitalizar imagen.
Adrián Simioni
La frivolidad de la pantalla no pega muy bien con “el hambre”. Tal vez por eso a muchos les causó tanto escozor ver a Marcelo Tinelli en la mesa a la que convocó Alberto Fernández para encarar una más de las periódicas cruzadas argentinas contra el flagelo.
Muchas críticas erraron el bochazo. Una crítica: ¿qué hace un multimillonario hablando del hambre? ¡Hombre! Si fuera por eso, los astrónomos sólo podrían hablar de las estrellas que habitaron. Otra: ¿qué sabe Tinelli del hambre? No menos que yo, o que usted. La política no es de especialistas. No en una democracia. Los técnicos se contratan. Los ciudadanos no tenemos curriculum vitae, sino derecho a intervenir. Tercera crítica: el famoso Porsche ¿Preferiríamos que Tinelli nos haga creer que usa un corsita? En un año mediocre se venden 15 porsches por mes en Argentina ¿Quién los va a comprar sino los Tinellis del barrio? Cuarta: el tendal de despedidos que dejó en Ideas del Sur o su asociación con Cristóbal López. Pero es que ningún empresario está obligado a mantener empleados de por vida (sólo el medioevo en el que vivimos los argentinos nos lleva a pensar eso) y nadie es responsable de eventuales delitos que cometa incluso un socio, si lo hace en otros emprendimientos.
La miseria siempre alimenta el resentimiento. Pero además desvía la atención de cuestiones más jugosas. Por ejemplo ¿para qué le puede servir Tinelli a Fernández?
Marcelo feminista y antisoja
La sorprendente, veloz y calculada conversión de Tinelli al progresismo no comenzó con Fernández. Empezó a fines del año pasado. La ola feminista había alcanzado su máxima altura con el caso Darthés.
Tinelli, cuyos programas fueron durante 20 años la Capilla Sixtina de la misoginia, el machismo, la homofobia y el abuso contra todo tipo de debilidad y diferencia, tenía todos los boletos comprados para que se lo llevaran puesto. No sabemos si negoció con los colectivos feministas más mediáticos. Pero una moderada autocrítica en pantalla le bastó para zafar.
Ahora bien: desde que Fernández ganó las Paso Tinelli se esmeró por adquirir todas las cucardas progres que pudo.
Por ejemplo, el 5 de octubre se tiró contra los agroquímicos con un discurso propio del ambientalismo más trasnochado y desinformado. El 8 de noviembre le reprochó en público a Héctor Aguer -el cura más ultramontano que queda en la jerarquía católica- no haber dicho nunca nada sobre los curas pedófilos.
Ahora, su preocupación por las políticas sociales casi que completa el álbum. Nada mal para alguien que hasta hace unos meses era un enemigo jurado del progresismo nac&pop.
Cristina al Bailando
Tinelli ya era fabulosamente famoso y popular, en particular en sectores pauperizados, como el conurbano bonaerense, donde se elige a los presidentes y a los gobernadores de Buenos Aires. Pero ahora además se recibió de progresista.
Y ese será tal vez el mayor servicio que el nuevo Tinelli, mientras tararea una de Silvio Rodríguez, puede prestarle a Alberto F. No sólo para eventuales competencias electorales con la oposición, sino, sobre todo, como una permanente carta de negociación con el kirchnerismo.
A cristinistas, camporistas, evitistas y al piqueterismo papal no les debe causar mucha gracia que en el vivero del fernandismo crezca un potencial candidato, infinitamente más popular que ellos pero que ahora, además, es capaz de rezar todas las frases del catecismo K, incluso simplificándolas más todavía.
¿Por qué ahora?
Otra cuestión que taparon las críticas a Tinelli es la de la oportunidad. El conductor había amagado varias veces con saltar a la política. Y lo que acaba de hacer no implica que lo haya hecho. Pero ya está en el banco. La próxima es precalentamiento. La pregunta es: ¿por qué ahora?
Las figuras creadas por los medios son como los hipermercados que se instalan en las afueras de las ciudades. El negocio principal es el del día a día. Vender latas de tomates. Pero hay otro negocio que es inmobiliario. Es la valorización de la tierra en la zona que los híper saben que su propia instalación va a generar. Por eso ocupan terrenos que parecen excesivos al principio. Luego, con los años, esos terrenos se venden o se construye sobre ellos.
Los tomates y el capital de Marcelo
Tinelli tuvo durante dos décadas un negocio publicitario y artístico gigante. Ese era el día a día de Videomatch, Showmatch, etc. Pero para Tinelli comprar y vender latas de tomate rinde cada vez menos. Su rating anual promedio adelgaza sin pausa. Al récord lo alcanzó en 2010: 40 puntos. El promedio de 2018 no llegó a 14. No es su culpa. Es la TV la que está en terapia.
Mientras, en casi 30 años de pantalla, su figura se instaló en la sociedad como pocas: Diego, Susana, Mirtha, Charly y un puñado de privilegiados que, como Marcelo, se han independizado de sus apellidos.
El capital de su nombre y su imagen es el “negocio inmobiliario” de Tinelli. Y es hora de realizarlo, de “hacerlo plata”. Así como los híper venden el terreno que valorizaron, es probable que haya llegado el mejor momento para Tinelli de invertir su imagen en otra cosa. Por ejemplo, la política. Porque si el día a día de su negocio sigue declinando, su propia imagen es la que va a empezar a perder centralidad.
Es probable que esto explique más que nada la repentina asociación entre Fernández y Tinelli. Una oportunidad que los encuentra a los dos aprovechándose mutuamente. Listos para jugarse juntos en una nueva actividad.