Política esquina economía
05/11/2019 | 06:15 | El peronismo reedita otra vez su relato: desde Evita hasta la teoría del salario y la inflación. La impunidad no será suficiente para CFK. El inexplicable “país maravilloso” de Alberto.
Adrián Simioni
Los jefes sindicales del mismo Movimiento Justicialista que en 1955 prohijó la quema una docena de iglesias en la Capital Federal, ahora piden al Vaticano que declare santa a su jefa espiritual, Eva Duarte.
"Les mismes referentes feministes" que retuitearon hasta el cansancio la ilustración de una Evita y una Cristina besándose en la boca son "les mismes" que no dijeron "ni mu" en 12 años sobre el militar al que la ex ministra de Defensa Nilda Garré echó de la Marina por no haber sabido “controlar a su esposa”. Tampoco dijeron nada la semana pasada, cuando el militar fue finalmente indemnizado por la Justicia. Su esposa había tenido el tupé de gritar “¡Larraburre!” en un acto de la Marina, en referencia a otro militar, asesinado en plena democracia por el ERP tras someterlo a torturas y a desnutrición durante meses en una fosa de Rosario.
Los mismos gremialistas peronistas que cada diciembre claman por un bono para aligerar una miseria que en sus palabras siempre parece bíblica, este año deciden que el bono no va a hacer falta, aunque al mismo tiempo dicen que la mishiadura es más miserable que nunca.
Los mismos sindicalistas que durante décadas negaron que el aumento de salarios pueda tener efecto inflacionario esta vez cambiaron su manual de teoría económica.
Y el jefe de la CGT, Héctor Daer, explica, como un recién salido de la Universidad de Chicago, que, si uno aumenta salarios 35% de un día para el otro, sin que se incremente la cantidad de bienes disponibles, de inmediato lo que harán las empresas será aumentar 35% los precios de sus productos. Por lo que subir salarios sin productividad es inflacionario. Ya lo decía Ricardo López Murphy y nadie le daba bola.
Como Pancho por la unidad básica
Los ejemplos de la plasticidad del peronismo para mostrar dos caras al mismo tiempo son múltiples. Y no son sólo del presente. Y no siempre requieren sólo de la ingenuidad del Pueblo para operar sus milagros.
El caso que más trabajo dará a los historiadores es el del Papa. Los mismos jefes K de los derechos humanos que se ufanaban de usar el altar de la Catedral de Buenos Aires como baño cuando Bergoglio era el arzobispo, convirtieron luego a ese mismo sujeto en vicario de la militancia peronista. Y lo hicieron con un incentivo muy claro: dejaron de acusarlo de haber sido colaboracionista de la dictadura, algo que hubiera sido insostenible para el representante de Cristo en la Tierra.
No llama para nada la atención. Puede que el peronismo no carezca de principios. Pero es igualmente cierto que le sobran máscaras. Siempre fue así. Le permite decir esto y lo contrario al mismo tiempo. Le permite pensar una cosa, decir otra y hacer una tercera. Ya lo dijo Hugo Moyano.
Cristina demanda más que impunidad
Ahora, la maquinaria psicotizante de reeditar e imponer relatos trabaja al rojo vivo.
Tiene una tarea dura por delante: conseguir la impunidad judicial de Cristina Fernández y los corruptos confesos y/o condenados que robaron para la corona y para sus billeteras durante los tres gobiernos K.
Pero no sólo eso: necesitan conseguir también la legitimidad social. Y eso no se escribe en la sentencia de un juez sino en el discurso social.
Así que los “vatayones militantes” ya se pusieron en marcha. Incluyen desde actrices militantes que desafían a Mirta Legrand, haciéndose las transgresoras, a que invite a Cristina Fernández a su programa, hasta una extensa coreografía de personajes mediáticos que van pidiendo tribunales especiales para el periodismo, cosa de que a nadie se le ocurra cuestionar la operación en marcha.
La lista de apretadores vocacionales que piden con la brutalidad de los ignorantes una “Conadep de periodistas” es infinita e impensada: Mempo Giardinelli, Daddy Brieva, Gisella Marziotta y Jorge Rial, entre muchos otros. Para que no quede duda de la función legitimadora que busca el apriete, ayer se sumó Hugo Moyano.
Todos en capilla
Pero no sólo esto busca el peronismo. Debajo, hay más. El peronismo no ha renunciado a su utopía de totalidad, a su aspiración corporativa de representar a todos, incluso (y sobre todo) a los que no quieren ser representados por él. Es el famoso chiste de Perón (“Ah, no, peronistas somos todos”), pero desprovisto de humor.
El peronismo nos quiere a todos -seamos quemadores de iglesias o repartidores de estampitas de Eva- a la misma hora y en la misma misa. Para los más más paranoicos, es la ambición profunda de un totalitarismo. Para los menos perseguidos, es la comparsa de un pseudofascismo que nunca se concreta, sólo contribuye al empobrecimiento paulatino.
Fernández: “Somos un país maravilloso”
Nadie expresó mejor en los últimos días esta fantasía de totalidad que el propio Alberto Fernández. En el discurso que dio en la asunción del tucumano Juan Manzur primero repasó cada fetiche del chauvinismo nacional. Y luego terminó diciendo que “somos un país maravilloso, con una sociedad única”. Aparentemente eso es gracias a una extensa lista en la que entramos todos: nombró a empresarios, industriales, pequeños empresarios, maestros, alumnos, gobernadores, intendentes, piqueteros y, por supuesto, trabajadores.
El problema es que si somos tan maravillosos, como dice Fernández, es difícil explicar por qué nos ha ido tan mal durante tantas décadas. A menos que nos hayan invadido marcianos programados para arruinarnos.
Y algo de eso hay, según Fernández. Lean su “explicación”: “Siempre nos levantamos. Somos un país extraño. Que lamentablemente choca con la misma piedra, cada tanto repone las mismas políticas y siempre terminamos en este escenario que he descripto. Pero esto no es la Argentina. Esos son algunos poderosos que toman la Argentina para hacer lo que hacen”.
Son dos o tres, los malvados, unos pocos. Es un poco infantil. Pero no importa. No importa que el mismísimo Alberto Fernández haya sido funcionario de cuatro gobiernos distintos, a veces en cargos clave, a lo largo de más de 20 años.
En otro discurso, en la noche de su victoria electoral, aclaró el punto. Dijo que, con su triunfo, el gobierno volvía a manos de argentinos. O sea: los dos o tres malvados ni siquiera son argentinos.
La ilusión totalitaria del populismo argentino queda a salvo. Acá somos todos geniales. Y todos tenemos un lugar en la iglesia peronista. Incluso los disidentes. Siempre que no se les ocurra ser algo más que parte del decorado. El relato está listo para ser recocinado una vez más. Es lo que mejor sabe hacer la hegemonía nac&pop que controla el aparato cultural del Estado y sus suburbios.