Vacunas, billetes y sarasa

Hace dos semanas Cristina Fernández escribió la frase central del relato K para estas elecciones: "Vamos a volver a ser felices". Fue decir y hacer.

El kirchnerismo en pleno se puso las pilas. Sale con fritas la jarra loca de las vacunas: el periodismo K dice que poner la Moderna después de la Sputnik V es incluso mejor que darse la segunda dosis de la Sputnik V. Qué alivio. Los talibanes de Kicillof, de golpe y raje, decidieron que ahora ya no es peligroso que los chicos se junten en un aula. Mirá qué bien. Alberto Fernández decretó el viernes que ya podemos festejar todas las fiestitas que él organizaba en Olivos en la peor cuarentena. Los varados vacunados y con test ahora ya pueden empezar a volver. O sea: el manejo de la pandemia depende más del calendario electoral que del sanitario.

Hasta hace un mes, el gobierno mostraba orgulloso cierto control del gasto. Por eso había tenido que emitir menos pesos y la inflación se moderó. Pero Cristina le ordenó a Fernández volver a abrir los grifos porque si no la elección está en riesgo. Así que ahora asistimos a un nuevo revoleo de pesos recién impresos: planes sociales, becas, préstamos, subsidios, lo que sea. O sea: el gasto estatal depende del calendario electoral, no de alguna racionalidad económica.

No sólo la pandemia y la chequera se han subordinado a las elecciones.

El discurso político, cualquier idea de un mínimo proyecto, cualquier planteo de algún plan de salida para esta crisis argentina de 15 años, también se convirtió en sarasa, cantinela para bobos. El mejor ejemplo es el del asistencialismo. El nuevo ministro de Desarrollo Social, Juan Zabaleta, va a asumir formalmente mañana. Pero ya manda a repetir la misma cantinela del anterior y el mismo versito que los piqueteros repiten desde hace años: que van a transformar los planes sociales en empleos. Por supuesto nadie es capaz de explicar cómo ir del punto A del clientelismo al punto Z del empleo. O aunque sea cómo llegar al punto H, ponele.

Es todo sarasa. Mientras dicen eso, el fin de semana los piqueteros movilizaron más de 200 mil personas por otras razones. Una, para advertirle al nuevo ministro que ni se le ocurra tocar el millón de planes Potenciar Trabajo que ellos se reparten a sí mismos desde el Ministerio de Desarrollo Social y con el que financian a sus partidos políticos. La otra, para mostrarles a Cristina Fernández y a La Cámpora lo furioso que están porque no les dieron más lugares en listas de candidato. Finalmente, para exigirle al gobierno un "salario universal", o sea, más de lo mismo: reparto de plata. De trabajo... nada.