Política esquina economía
22/10/2019 | 06:13 | Las materias primas del continente están en los valores de 2003. Y los Estados llevan 10 años de déficits. Ni el racional Chile se salva.
Adrián Simioni
Chile, Bolivia, Ecuador. Fichas de un dominó en caída. América Latina incendiada otra vez. Parece que debería haber una explicación común. Pero las escenas de barricadas y gases lacrimógenos, la cruda realidad de los saqueos, la tragedia de los muertos tienen en lugar con modelos sociales y económicos que se suponían distintos.
Desde el Chile presuntamente ortodoxo hasta la Bolivia presuntamente populista.
Y más allá de las imágenes calientes de la TV, Brasil, donde las proclamas capitalistas de Bolsonaro no terminan de arrancar. O Venezuela, que se desliza por una decadencia sin fin luego de que el conflicto social agotara a una sociedad cansada. Más de un millón de venezolanos optó, directamente, por irse.
¿Qué puede explicar tanto fracaso, tanta precariedad política, cuando afecta a países que, supuestamente, aplicaron recetas tan disímiles?
Del cobre al petróleo
Para algunos especialistas, América Latina todavía está purgando el estallido de la burbuja de las commodities, las materias primas de las que esta región es la más dependiente en el mundo, porque constituye el grueso de sus exportaciones, en un continente con serias dificultades para el trabajo de alto valor agregado.
El índice CRB combina el valor real de un conjunto de commodities, desde el petróleo hasta la soja; desde el cobre hasta las carnes. Hoy, ese índice está en el punto 180, el mismo lugar en el que estaba en 2003, cuando los valores de todos esos bienes comenzaron una trepada que los llevó al récord histórico de 460 puntos en 2008, para estacionarse en torno a los 350 hasta más o menos 2014 y de ahí empezar a caer sin fin hasta volver al triste punto de partida de 2003.
El cobre en Chile, los granos en Argentina, el gas en Bolivia, el petróleo en Ecuador y en Venezuela, el petróleo, los granos y las carnes en Brasil recalentaron las economías durante una década. Las sociedades, los Estados, los políticos, se acomodaron a ese nuevo estándar. Latinoamérica se pensó rica. Y lo fue. Sólo que no lo iba a ser por siempre. La riqueza era cosa de un día, pero la ilusión la imaginó eterna.
Contra las cuerdas o contra las urnas
Los estados nacionales, por ejemplo, entraron en una lógica de déficits fiscales continuos, como si se pudiera vivir por siempre en rojo emitiendo dinero o tomando deuda.
En los últimos 10 años, Argentina siempre tuvo déficit, igual que Brasil. Venezuela también se clavó 10 años de déficit perpetuo, con un promedio alucinante de ¡11% anual! Lo mismo hizo Ecuador de Rafael Correa: 10 años en rojo al hilo, con el agravante de tener una economía dolarizada.
Hasta el civilizado Chile bipartidista tuvo apenas dos años de superávit en la década. Los ocho restantes fueron deficitarios.
Hoy todos los sucesores de los gobiernos que le dieron a la chequera están en la cuerda floja. Pierden elecciones o les incendian la calle.
La mejor fue la Bolivia de Evo Morales, que hasta 2014 mantuvo superávits pero que en los últimos cinco años entró en una grave pendiente. Si Morales supera la fractura política que sucede cuando la mitad de la población cree que se violan las reglas de juego democráticas y electorales, al día siguiente de que reasuma la presidencia les va a tener que dar a los bolivianos una pésima noticia: la necesidad de iniciar un ajuste, porque ningún país sobrevive mucho tiempo con déficits del 8% del Producto Interno Bruto (PIB).
Cinco siglos igual
Tremendo desafío para un continente que, encima, no tiene un historial de pactos políticos de fondo, donde gobiernos y oposiciones acuerden apurar juntos los malos tragos que no se pueden esquivar.
Todo esto, además, en un contexto internacional que no será de ayuda, y con el arrastre de problemas atávicos en una región lastrada por la pobreza, la falta de ahorro e inversión, la baja productividad, la dificultad creciente de los latinoamericanos para competir en un mundo más educado y despiadado, los clientelismos políticos y los Estados caros e inoperantes, que son más parte del problema que de la solución.