Política esquina economía
30/07/2020 | 06:22 | Forzado a cumplir su pacto con CFK, el presidente fuerza un reseteo de opositores y oficialistas. La economía está peor y las recetas, agotadas.
Adrián Simioni
Las señales están en todas partes. La pandemia había logrado duplicar los 100 días de luna de miel que siempre se ofrendan a cualquier nuevo gobierno. La crisis política y económica profunda acumulada por Argentina desde que Cristina Fernández fue a la guerra con el campo, los medios y la Justicia, junto al fracaso de Mauricio Macri en ajustar el descalabro fiscal y monetario que aquella deriva había gestado, nos había servido en bandeja una situación inédita: en diciembre nadie se animaba a exhibir la jactancia suficiente para asegurar hacia dónde había que rumbear.
Cuando muchos empezaban a tamborillear los dedos sobre la mesa, en lugar del plan que nunca conocimos apareció la pandemia. Tampoco nadie podía ser tan soberbio como para asegurar qué debía hacerse ante algo tan inédito. Y eso extendió una tregua que Fernández aprovechó flanqueado por los sectores más proclives al arreglo de su propia coalición y de Cambiemos.
Fue lindo mientras duró
Pero en el último mes todo eso terminó. La pandemia ha fundido una economía que ya estaba quebrada. La cuarentena, a partir del día 100, terminó de liquidar la actividad económica y la paciencia.
El Estado emitió cantidades récord de dinero sin respaldo, lo cual es una proeza porque se mide contra la historia monetaria argentina, no la británica. Jugar con el fuego de la inflación es cada vez más riesgoso. El costo de que los precios no estallen es seguir en esta recesión, una de las más profundas del mundo.
El revoleo de subsidios como respuesta automática a casi todo -y como reemplazo de un plan o de criterios generales que Fernández nunca logró enunciar- hace rato que tocó un límite.
El default que Martín Guzmán iba a tener arreglado a fin de marzo lo único que hizo fue ampliarse a toda la deuda y diluir las perspectivas de un acuerdo.
Gobernadores despechados
El Congreso, semicerrado por coronavirus y bajo el monocomando de Cristina Fernández, puede dejar de ser una escribanía virtual. Ayer el oficialismo no logró siquiera sacar un dictamen de comisión para ampliar el presupuesto.
Es que hasta los gobernadores -esos con los que iba a gobernar Fernández en los días felices posteriores a las Paso- se hartaron de ver cómo la Nación financia por debajo de la mesa todos los servicios públicos del conurbano K de Axel Kicillof, mientras en el interior ya nadie recuerda lo que es un colectivo.
Cristina Fernández en ascuas
El transcurso de siete meses de gobierno K sin que se hayan caído por completo las 12 causas judiciales que involucran a CFK también terminó la paz con el Instituto Patria. Se acabó el mate cocido en saquitos que Fernández le pedía fraternalmente a Fernández por la tele.
Sobre todo porque pasa el tiempo y las proyecciones de hecatombe económica no hacen más que agrandarse y extenderse. Ir a las Paso legislativas en exactamente un año no es precisamente una perspectiva tranquilizante para la Presidenta. El poder político, real y simbólico, puede licuarse en un domingo de elecciones. Los magistrados judiciales pueden volver a oler contra el viento, como hicieron antes que nadie en la campaña electoral del año pasado.
El cristinismo hizo dos cosas en el último dos meses. Una, fue recordarle a Alberto F. el pacto por el cual él reina pero gobierna al 50%, en el mejor de los casos. Vicentin, Venezuela, la suelta de presos y de funcionarios K con condena fueron algunos de los mojones con los que le marcaron esa frontera.
Tu también, opositor mío
La tensión entre Alberto y Cristina llegó al máximo cuando la vicepresidenta le dijo que había llegado la hora de la verdad: impulsar el proyecto oficial para imponer una mayoría dadora de impunidad por las dudas en la Corte Suprema.
El presidente parece haber buscado la forma más indirecta que pudo (una comisión que asesore para que luego el Congreso proceda) como para disfrazar lo mejor posible el contraste entre lo que él mismo decía hasta hace poco y el contrato que Cristina le exige cumplir.
Pero la evidencia de ese pacto aparece con crudeza. Todos vemos que están desnudos. Y esa obviedad tiene consecuencias políticas.
Por ejemplo, los opositores más proclives al pacto dentro de Cambiemos se quedan sin margen para hacerse los distraídos. Con todo el dolor del alma, el larretismo, el vidalismo, los radicales que gobiernan y necesitan partidas, las patas pejotistas de Cambiemos más dadas a la rosca, deben decirle a Alberto: “No podemos aplaudir lo de la Corte”.
Llaryora, desde el lateral
Es más: en ciertos distritos hasta los peronistas parecen tener que arquearse para esquivar el toro. Por ejemplo, una aparentemente inofensiva reinvindicación le sirvió ayer al intendente de Córdoba, Martín Llaryora, para tomar distancia de la reforma. “¿Cómo se puede armar una comisión sin Córdoba?”, preguntó Llaryora, representando el orgullo herido de la tierra de los Baigorrí y los Gorriti en los inicios de la Nación y de los Núñez, los Soler, los Moisset de Espanés más cerca en el tiempo.
Todo ha cambiado. En cuestión de semanas. Y va a ser muy difícil que el gobierno y la clase política en su conjunta no reseteen el mapa en el que se han movido hasta ahora. Para Alberto Fernández, el más visible de todos los políticos para nosotros y el de mayor responsabilidad, también ha llegado la hora de tomar decisiones.
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