Tensión por la Ley Bases
13/06/2024 | 00:03
Redacción Cadena 3
Federico Vásquez
Sucedió en Buenos Aires, es cierto. Pero transcurrió en Babel.
Los hechos de violencia injustificables que vivimos ayer en las afueras del parlamento de nuestro país nos ponen, una vez más, ante escenarios lamentables.
Y, más allá del toma y daca tradicional de diputados y senadores, con picardías y chicanas incluidas, reconozcamos que en el interior del recinto la democracia y la ley aún subsisten.
No fue así en la calle.
El colmo de lo dantesco: la quema de un vehículo de Cadena 3, con sus ocupantes -a Dios gracias- fuera del automóvil.
La imagen me transportó de inmediato al capítulo 11 del Génesis, donde se nos relata la historia de la torre de Babel.
¿Por qué? Porque allí hace su aparición en la Torá el fuego, cuando aquellos avezados constructores queman sus ladrillos para cocinarlos y así hacerlos casi tan fuertes como las piedras.
El texto bíblico nos informa que, en ese momento iniciático, toda la humanidad hablaba una sola lengua, algo que podría parecer hasta virtuoso.
Sin embargo, la búsqueda de las alturas más elevadas por parte de semejante civilización era una cruel evidencia de un deseo voraz por la dominación absoluta, por un poder total (totalitario diría...).
Esa pequeña y fantástica historia que acaricia en sus párrafos el motivo mítico para explicar el surgimiento de los distintos idiomas no esconde el desprecio divino por lo osadamente unívoco.
La ausencia de pluralismo es una afrenta para la Creación (así, con mayúscula). Pues, aunque suene paradojal, el universo es diverso por definición.
Y que haya un solo idioma, con una sola y única torre que lo concentre y que a la vez lo vigile, es una muy mala noticia para toda la humanidad.
Por eso, cuando los discursos carecen de espacio para los otros, cuando pretenden -sin darse cuenta de que sólo son una parte- adueñarse por completo del espacio público, que obviamente es de todos, sobreviene Babel.
Y hay ladrillos y hay quemas y hay piedras. Y vuelve a reinar la confusión y el posterior lamento.
El problema nunca fue que hubiera tantas lenguas ni que cada quien hablara como quisiera.
El problema era, y sigue siendo, querer imponer la propia por la fuerza.
Y, por si fuera poco, que no nos esforcemos lo suficiente por intentar comprendernos a pesar de tantas diferencias.
Para lograrlo, hace falta más democracia y más ley.
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