Mundial de Rugby
11/10/2019 | 19:14
Dracu Gómez
En enero del año 1986 fui de vacaciones a Brasil con mi familia, más precisamente a Florianópolis. Yo tenía 13 años y mi única preocupación era el rugby; no había otra cosa en mi cabeza.
Una tarde nublada mis padres me llevaron junto con mis hermanas a dar una vuelta al centro de la ciudad, ya que no era un día para estar en la playa. Cruzábamos a pie la enorme plaza “15 de Noviembre”, una de las más lindas y famosas de Brasil.
Una de las razones de su fama es que tiene un enorme árbol con más de 100 años en el corazón de la ciudad. Le dicen el árbol de los deseos. Mientras nos contaban la historia de los poderes mágicos que tenía este enorme roble, mi papá me dijo: -Mirá quien va allá…Tommy Petersen-. Él caminaba de la mano de su por entonces novia “Kitty” Soares Gache. En ese momento Tomás era el 6 de Los Pumas, formando una de las mejores terceras líneas de la historia del rugby argentino, la famosa Petersen - Ure - Allen.
No dudé un segundo y salí corriendo a su encuentro dejando al guía turístico con la historia de los deseos inconclusa. Ya no era importante ese relato. Uno de mis deseos se estaba por cumplir. Iba a conocer a un Puma.
Cuando estuve frente a frente con “Tommy” me presenté y lo saludé con todo el afecto y admiración que pude. Él lo retribuyó muy amablemente. No eran tiempos de cámaras digitales ni selfies, por lo que no pude dejar retratado ese momento con una foto. Sí lo pude hacer en mi memoria y en mi corazón: había conocido a uno de mis ídolos.
Durante esta copa del mundo de rugby Japón 2019, en el marco de la previa del partido entre Argentina e Inglaterra, volví a cruzarme con Tomás Petersen. Esta vez estaba con sus hijas Catalina y Sofía, producto de su matrimonio de su novia de entonces, quizás una de la promotoras de este viaje entre padre e hijas.
Durante nuestra estadía en Tokyo no solo que compartimos partidos y charlas de rugby, si no que tuvimos largas comidas con familia y amigos, paseos y vivencias propias de un viaje a un destino tan atrapante como místico.
Entre tantos gratos momentos vividos pude contarle esta historia de aquel niño que lo saludaba con admiración en una plaza en Brasil, hoy quizás cumpliendo un sueño compartiendo un mundial con su ídolo.
Los ídolos tienen ese karma que muchas veces no pueden confirmar con sus acciones extra deportivas lo que generan en las canchas, no pueden sostener la ilusión del fan. Muchas veces esa ilusión puesta en ellos también es demasiada, es más grande que las propias capacidades del deportista en cuestión.
Créanme, este no es el caso. Tomás Petersen confirma minuto a minuto la gloria ganada en cancha. Desde el amor por su familia al trato con quienes estuvimos a su alrededor.
Íntegro 360 grados, dueño de una pausa muy particular a la hora de expresar una idea, siempre hay un filtro antes de emitir una opinión. Esta pausa lo hace tan preciso como lo eran sus tackles en la década del 80 con la camiseta del SIC y de Los Pumas. Hoy es como el árbol de la plaza “15 de Agosto” de Florianópolis: extendió ramas para sus amigos y raíces para familia. Esto lo vuelve un referente difícil de superar. Ídolo adentro y afuera.