Lugares con historia
22/09/2022 | 11:02 | “La casa del francés” es el nombre del restaurante de Giles. La magia ocurre detrás de la fachada de una casa en Independencia al 512. Su historia es casi tan rica como los platos que allí se comen.
Redacción Cadena 3
Por Yeny Ortega Benavides.
Fotos: Franco Reale.
Giles Thevenet nació en Cannes, una pintoresca ciudad de la Riviera Francesa. Tenía parientes en Argentina, con lo cual, en su mente siempre estuvo latente la idea de viajar y conocer este país.
“Mi abuelo materno nació en Santa Fe. Su padre vino acá con su hermana, después se fue para Italia, pero ella quedó acá”, relata a Descubrí Sabores, con la apacible calma de un hombre de otro tiempo.
En el año 1989, finalmente, la curiosidad lo trajo a estas tierras. “Vine por 6 meses”, recuerda. “Y volví varias veces de vacaciones”, continúa.
En ninguno de esos viajes Giles pudo imaginar que la astucia del amor le tenía deparados otros planes para su futuro.
“La última vez que vine fue en el año 1993. Ahí conocí a la que en ese momento fue mi mujer”, cuanta. Se trataba de Alicia, una cordobesa que le robó el corazón y que logró que, en menos de un año, estuviera instalado en Córdoba.
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Alicia tenía una nena de 5 años, Mariana, que se convirtió en una verdadera hija para Giles. El 14 de julio de 1995 se casaron y, al poco tiempo, de esa unión nació Agustina.
“La historia fue muy linda y duró casi 15 años”, recuerda. “Después nos separamos, vino para mi una época complicada porque te preguntás: '¿Qué estoy haciendo acá?'”, recuerda. Un silencio se apodera del momento y marca en nuestro diálogo un cambio de capítulo.
El amor después del amor
Obstinado, el destino tenía otra carta marcada para Giles. Dos años después de su separación de Alicia, conoció a Cristina, una brasilera que llegó al país en el mismo año que él, también por amor y que también había enfrentado un divorcio.
“La conocí y ¡pum, el amor!”, dice. Una sonrisa se dibuja en su rostro. De ese encuentro explosivo pasaron ya 10 años. Cristina es profesora de portugués, traductora y su compañera de vida, una vida que ha estado signada, repetidamente, por dos acontecimientos: el amor y la gastronomía.
“Cuando llegué buscaba algo para hacer. No hablaba bien castellano y un amigo me presentó un hombre que tenía un restaurante y que, como no era del rubro, necesitaba un socio”, relata.
“Para mí fue una excelente propuesta porque entraba en algo que ya existía, no había que armarlo”, explica.
Ese hombre era Lucho Toledo, propietario en un antiguo restaurante llamado Quino. Quino estaba ubicado justo al lado de la casona donde Giles tiene su bodegón. “Estuvimos tres años juntos, después él se fue y yo quedé solo. Un día vendieron el edificio y justo se dio la posibilidad de mudarnos, pared por medio”, relata.
Así nació, como tantas cosas en su vida, sin planearlo, “La casa del francés”.
La casa del francés
Cuando uno camina por Nueva Córdoba, más específicamente por la calle Independencia, atestada de edificios, nunca podría imaginar que a la altura 512 funciona un bodegón.
La fachada de una casa común, poco permite avizorar la magia que ocurre adentro: aroma a cocina de abuela, luces tenues, mesitas bien vestidas y paredes llenas de fotos de clientes a los que Giles les fue pidiendo ese aporte pictográfico para que se sientan, un poquito, como en casa.
Las que al principio eran fotos de fotógrafos, muchos de ellos franceses y todas en blanco y negro, fueron de a poco siendo reemplazadas por recuerdos reales de cordobeses en Córdoba.
“Cuando nos mudamos a este lugar había demasiadas paredes. Necesitábamos más imágenes y se me ocurrió decirles a los clientes que trajeran sus propias fotos. Esta casa es, de algún modo, también la casa de ellos”, asevera.
La consigna era simple: debían ser fotos en blanco y negro y, en lo posible, que no fueran actuales. “La gente no los iba a reconocer, pero si venía la familia, iba a saber que eran ellos”, explica.
Las paredes se llenaron de fotos de niños dando sus primeros pasos, matrimonios, fiestas familiares, padres, abuelos, hijos y nietos. Cada una alberga una historia. Una de las más lindas es la foto de una pareja que está dándose un beso.
“Venían siempre acá. Un día, el señor falleció. Su esposa y sus hijos siguen viniendo y siempre piden sentarse en esa mesa para estar a su lado”, relata.
Nada de Francia en la carta
En "La casa del francés" no se prepara comida francesa. La totalidad de los platos que ofrece son comida de bodegón, 100% argentina.
“La carta es la misma del local donde yo empecé como socio. Se ha mantenido así por 25 años”, revela Giles.
Nos son platos elaborados. Son platos simples, pero con el inconfundible toque y sabor de lo casero. Las comidas se preparan en el momento, las porciones son abundantes y, los precios, son “para amigos”.
“Como a todo amigo hay que cuidarlo, en precio, en calidad y en atención”, afirma Giles casi como una premisa.
Muchos van por un plato especial y comen siempre lo mismo. Uno de los más pedidos es el bife de chorizo acebollado.
Otro clásico es el matambrito de cerdo al roquefort.
Para arrancar, siempre una empanadita de carne, masa casera y, por supuesto, frita.
De guarnición, unas papitas a la crema.
Los postres, bien tradicionales: frutillas con crema.
O el típico flan con dulce de leche y crema.
La carta es bastante amplia, por eso muchos se animan a volver y probar algo nuevo en cada visita.
El futuro es hoy
Giles es cauto al hablar de lo que viene, quizá porque la vida le ha enseñado que no hay plan que pueda con el destino. Es fiel a la idea de la tradición y tiene claro que el concepto de bodegón es el alma que permanecerá en su casa.
“La gente vuelve porque lo que come le gusta, y porque lo atendemos con amor, cercanía y calidez”, remarca.
“La casa del francés" tiene una capacidad para 50 cubiertos. Abre de martes a domingo al mediodía (de 12 a 15), y a la noche de miércoles a sábado (de 20 a 23).
Aceptan efectivo o débito. No hacen delivery y recomiendan reservar.
Si algún día van caminando por Nueva Córdoba, tienen ganas de visitar a un amigo y, fundamentalmente, de comer rico y abundante, no duden en tocar la puerta de Giles.
“La casa del francés” no es su casa, pero así la refería la gente y él respetó esa costumbre. Ese nombre, elegido por otros, tiene que ver con lo que él quiere ofrecer.
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