Aniversario de su muerte
23/05/2024 | 19:02
Redacción Cadena 3
Juan Esteves
Atahualpa Yupanqui fue el cantautor, guitarrista y poeta que revolucionó el mundo del folclore y de las letras de canciones en castellano, marcando un antes y un después en el mundo artístico argentino; y aunque primero triunfó en Europa, sus dichas y sus pesares criollos estuvieron siempre arraigados a la pampa argentina, lugar donde trazó su poética hablando de lo simple y lo complejo a la vez, siendo el hombre y la naturaleza los pilares de su obra.
Héctor Roberto Chavero nació el 31 de enero de 1908 en la casa de campo de sus tíos abuelos en el norte de Buenos Aires, en Campo de la Cruz, a unos 30 kilómetros de Pergamino.
Ese hombre que nació entre caballos y que era amigo de la soledad y del silencio se convirtió por iniciativa propia en Atahualpa Yupanqui a los 14 años cuando firmaba sus producciones artísticas en una revista escolar bajo el seudónimo "Yupanqui", que quiere decir "haz de contar / narrarás", en quechua, idioma que hablaba su familia paterna, y luego le antepuso "Atahualpa", que en esa lengua alude a quien "viene de tierras lejanas para decir algo".
En una entrevista con Antonio Carrizo, el cantor afirma que en un principio sellaba así su arte "por timidez y vergüenza". "¿Qué imaginaba que con el correr del agua en los ríos este nombre iba a alcanzar alguna vez una significación en mi camino? Ese nombrecito que yo usaba iba a ser mi destino. Ahora me doy cuenta de que quien camina por el mundo no soy yo, no es Héctor Roberto Chavero, sino que es este nombre el que me lleva por el mundo".
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Según el propio Atahualpa, su padre era "un pobre con libros"; trabajaba como peón en el ferrocarril y también amansaba potros salvajes para ganarse el pan. "También tenía la facultad de alguna copla. Era un poco el poeta de la aldea y esa fue la herencia que me dejó", reveló.
A los seis años comenzó a estudiar violín con un sacerdote catalán. "Estudié un año y medio y un día me descubrió que estaba tocando folclore, dancitas y melodías de la pampa, cosa que él no podía permitir, entonces me echó y dejé el violín", amplió.
Luego empezó a estudiar guitarra con Bautista Almirón, un amigo de su padre, quien le dio una formación clásica del instrumento.
"Yo tocaba ásperos asuntos de la pampa, cosas agrestes y un poco salvajes, con ruido de espuelas y galope de caballos, y luego descubrí que la guitarra tenía otro mundo, otro horizonte. Cuando escuché a Bach, Scarlatti, Albéniz y Mozart me deslumbraron extraordinariamente pero sin olvidarme jamás de lo que los peones tocaban en los galpones cuando juntaban el maíz o el trigo", comentó.
A los nueve años se fue a vivir a Tucumán junto a su familia, lugar que le abrió un nuevo panorama. Según contó, ahí conoció la zamba, el indio, el mestizo, la flauta de caña, el cañaveral y los montes. "Allí por primera vez escuché un arpa india y un bombo", relata el artista bajo la atenta mirada del entrevistador.
"La primera música fue el magnífico ruido de la espuela", sostiene, y, entrados sus 70 años, sentencia: "Me siento un gaucho, que es una manera de serlo. Por lo que pasé, lo fui".
"No pude entrar a ninguna universidad por razones de pobreza económica, que fue muy grande, pero el hecho de ser pobre nunca me hizo caer en la sospecha de dejar de ser honrado. El camino fue mi universidad", aseguró.
Con el correr del tiempo, Atahualpa compuso más de 320 canciones, entre las que escribió clásicos universales y coplas que se imprimieron en lo más profundo del sentimiento argentino, como El arriero, Camino del indio, Coplas del payador perseguido, Los ejes de mi carreta, Los hermanos, Indiecito dormido, Le tengo rabia al silencio, Luna tucumana, Milonga del solitario, Piedra y camino, Preguntitas sobre Dios, El alazán, entre muchas otras.
También compuso música para películas y escribió múltiples libros, entre ellos sus memorias, tituladas "Este largo camino", "Cartas a Nenette", "La Capataza", "La palabra sagrada", "Del algarrobo al cerezo", "El canto del viento", "El payador perseguido", "Guitarra - Poemas y cantares argentinos", "Tierra que anda", "Cerro Bayo", "Aires indios" y "Piedra sola".
"Para mí fue primero la música y después la poesía. Sin tener una cabal conciencia de qué era la música, me llenaba de placer y de felicidad, de inquietud y de desvelo", expresa sobre sus primeros años, tiempo en que descubría gradualmente su camino artístico.
Según contó en la televisión argentina, la primera canción que se hizo popularmente conocida fue "Los ejes de mi carreta" en 1941. "La cantaba en alguna radio de esas que tuvieron la bondad de darme un plato de sopa en aquellos años y después se interesó alguien con una orquesta un poco tanguera y cobró un conocimiento general", reveló.
Por aquellos años vivió en Buenos Aires, en Tucumán, en la villa riojana de Cochangasta y en el interior de Entre Ríos, para luego cruzar el Río de la Plata y afincarse un tiempo en Uruguay y en el sur de Brasil.
Tiempo después se afilió al partido comunista en Argentina (hasta 1952), época durante la que su obra sufrió la censura artística y fue detenido y encarcelado en varias oportunidades, motivo por el que en 1949 se exilió en Europa.
En esa línea, según contó en la misma entrevista con Carrizo y amplió en otra charla televisiva con Joaquín Soler Serrano en el programa "A Fondo", en París vivía en la casa de su amigo Paul Éluard, un poeta de primera línea en Francia, una de las grandes mecas del arte.
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Materialmente despojado, "Don Ata" se paseaba y tocaba la guitarra donde podía, pero no conseguía un trabajo que le diera el sustento económico que necesitaba. "Yo vivía con un solo traje y mi guitarra y con eso me largué a tocar y la vida me dijo que sí", menciona, y recuerda que estaba a punto regresar a Argentina cuando su amigo Paul invitó a cenar a su casa a la consagrada cantante y actriz Édith Piaf, quien escuchó un show casero de Atahualpa y lo invitó a subirse al escenario con ella y cerrar su reconocido espectáculo en el Teatro Athénée de París el 6 de julio de 1950. "Ella cantó la primera parte y me cedió el final; cerrar el espectáculo fue un extraordinario honor que jamás olvidaré", expresó.
Tras esa función, Atahualpa brindó 60 conciertos seguidos en esa prestigiosa sala y firmó contrato con "Chat du Monde", la compañía de grabación que publicó su primer LP en Europa, "Minero soy", elegido Mejor Disco de la Academia Charles Cros en un Concurso Internacional de Folclore, lo que le permitió viajar extensamente por el viejo continente. Tan respetado y valorado fue del otro lado del charco que en 1986 Francia lo condecoró como "Caballero de la Orden de las Artes y las Letras".
En 1952 regresó a Buenos Aires y extinguió su relación con el partido comunista, lo que le permitió más fácilmente cantar en las radios del país. En ese entonces, mientras construía su casa de Cerro Colorado, en Córdoba, junto a su esposa Nenette (reconocida compositora, pianista y letrista franco-canadiense), se dedicaba a llevar su música a gran parte del territorio argentino.
Tras tener un hijo con el artista, Nenette abandonó su carrera de pianista y se puso al servicio de la obra de Atahualpa, junto a quien compuso algunas de sus canciones más emblemáticas, aunque, dada la época, publicó bajo el seudónimo de "Pablo del Cerro", por su nombre (Paule) y por su lugar amado, el Cerro Colorado.
Sin embargo, su máximo reconocimiento en el país comenzó a darse en la década de 1960, donde artistas de la talla de Mercedes Sosa, Jorge Cafrune y Astor Piazzolla -solo por nombrar a unos pocos- popularizaron sus poesías y su música, creando un estilo propio y viendo nacer una escuela de artistas que luego emergieron en el imaginario popular argentino y siempre reivindicaron la importancia trascendental de Atahualpa.
Con una popularidad creciente en el país y con las puertas abiertas del mundo entero, en 1963 realiza una gira por Colombia, Japón, Marruecos, Egipto, Israel e Italia. Luego, en 1967 hace una gira por España y se establece definitivamente en París.
"Iba y venía a Argentina, pero me fui quedando allá. No la extraño, no tengo nostalgia porque todas las tardes cuando me hace un ruidito dentro mío mi tierra, la acerco a través de mi guitarra. Después de una ducha, solo, me voy a caminar por las calles de París pero salgo lleno de pampa, y el que camina no es ningún pro francés, es un argentino", manifiesta ante los atentos ojos de Carrizo.
Entre idas y vueltas, "Don Ata" se internó en Buenos Aires en 1989 por una dolencia cardíaca, año en el que brindó un memorable concierto en el Festival de Cosquín (en el escenario principal, que lleva su nombre a modo de homenaje, desde 1972).
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Al poco tiempo de estar internado en Argentina regresó a Francia por compromisos artísticos y murió el 23 de mayo en una habitación de hotel en la ciudad de Nimes. Por su expreso deseo, sus restos fueron repatriados y descansan en Cerro Colorado.
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