Informe Especial
24/01/2022 | 07:50 | Ciudad Evita nació en 2004, en medio de un pretencioso plan para relocalizar a los habitantes de las villas miseria de Córdoba. Atosigados por la inseguridad, los vecinos dicen que antes vivían mejor.
Juan Federico
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El barrio soñado que se transformó en una pesadilla
-La verdad es que es un desastre. Una y mil veces me quedo en la villa. En la villa era distinto, los vecinos se cuidaban entre sí, la verdad que no hay comparación entre la seguridad en la villa y la del barrio.
-Usted me está diciendo que prefiere una villa, con todas sus falencias estructurales antes que vivir en este barrio.
-Por el tema de la inseguridad. Los chicos no pueden salir a la calle, se agarran a los chicos en cualquier momento, no sabés si mirás mal o no saludas y ahí nomás te quieren pegar un tiro. Siempre hay broncas. Yo prefiero vivir carenciadamente en una villa, pero sé que vivo tranquila, que mis hijos están tranquilos, que pueden salir a su patio y no van a entrar en el barrio.
Llegar a Ciudad Evita, una ciudad dentro de otra ciudad, significa viajar del sueño a la pesadilla. El pórtico de ingreso, al que varias veces las gestiones municipales amagaron con derrumbar, porque marca una frontera dentro de la ciudad, hoy es mucho más que un símbolo.
En 2004, todo era propaganda alrededor de este barrio emplazado en el sudeste de la ciudad de Córdoba, a un costado de la zona en la que la avenida Sabattini se amalgama con la ruta nacional 9 norte. El entonces gobernador José Manuel de la Sota inauguraba el comienzo de una de sus políticas sociales más ambiciosas: 574 familias de tres villas miseria de esa zona de la ciudad comenzaban a vivir como siempre lo habían anhelado. Casas multicolores de material, asfalto, cordón cuneta, iluminación pública, una planta de cloaca, plazas, posta policial, dispensario, escuelas y hasta un centro comercial.
Todo allí. Una ciudad dentro de otra ciudad.
Casi 18 años después, todo se volvió demasiado gris.
-Hace 17 años que estamos viviendo en el barrio y hace 17 años que no funcionan las cloacas. Hay muchos chicos y ancianos enfermos. Y nunca nos dan una solución, ya estamos cansados. Igual con el alumbrado público, de noche es una boca de lobo el barrio. La inseguridad que hay en el barrio es total. No tenemos seguridad de nada.
-¿Se puede seguir diciendo que el barrio les cambió la vida, tal como se promocionaba cuando lo inauguraron?
-La verdad es que no nos cambió la vida. Por lo menos, a mí no. Yo vivía en una villa de emergencia, pero vivía con mucha más seguridad que en este barrio.
Mujeres y varones. Vecinos del primer día. Los que vieron cómo aquel sueño nacía y vienen padeciendo el derrumbe de las ilusiones. La primera generación del barrio que se transformó en intemperie.
La plaza principal está vacía. Los chicos ya no saben salir a jugar a la calle. Sí saben que cuando se oye un balazo, deben correr dentro de la casa y refugiarse en la pieza más alejada de la vereda. Saben, también, que la inseguridad no es una sensación.
Es un barrio de trabajadores. De sobrevivientes. Que hace tiempo quedaron rodeados por una minoría que les marca las reglas de vida.
Hace casi 10 años, la impotencia tiene nombre propio: Jimena Natalí Arias. El 6 de marzo de 2012, a la noche, la joven de entonces 22 años, madre de tres niños hoy adolescentes, desapareció. La Justicia cordobesa siempre sospechó lo peor: fue abordada en el ingreso por un grupo de jóvenes que consumía drogas en una casilla; la abusaron y asesinaron, para luego esconder su cadáver. Nunca se encontró ningún rastro de ella, por lo que una década después, su nombre terminó por convertirse en un diálogo a boca cerrada en el que el barrio apunta contra unos sospechosos, que continúan allí, en medio de todos.
Una herida social que no puede cicatrizar y marca la sensación de impunidad en un sector donde las reglas de vida parecen haber trocado de la manera más atroz.
Los asesinatos por violencia e inseguridad nunca cesaron. Ni antes ni después de Jimena. En noviembre de 2020, en plena cuarentena, Ana Carillo (51), una maestra "del corazón" que ayudaba a los chicos de la zona, fue apuñalada de manera mortal mientras caminaba entre Ciudad Evita y Santa Bárbara. Se sabe que se trató de un asalto callejero. Pero todavía se ignora quién le dio muerte.
La pobreza también se ensanchó. Hoy, llegar a Ciudad Evita significa toparse con un anillo de miseria a sus alrededores. Las promesas del barrio quedaron estancadas en los sueños de aquel 2004. Pero el tiempo, implacable, no esperó. Los niños crecieron y formaron sus propias familias. Llegaron otros vecinos nuevos. Y más generaciones se amontonaron.
Casas precarísimas, al lado del río de cloaca. Familias hacinadas en paredes de cartón y chapas que se vuelan al primer viento. El dispensario funciona bajo llave. Y el centro comercial, al lado de la comisaría, en menos de un mes quedó reducido a la nada.
Los delincuentes se llevan todo: arrancaron cables, bombillas, canillas, caños, mesadas, portones, rejas y hasta realizaron boquetes para seguir saqueando. Todo se reduce y se vende a cambios de unos pocos pesos. La sombra de la droga explica mucho sobre esta proliferación delictiva. Pero no es el único factor. Los saqueos comenzaron en octubre último, pero se aceleraron ahora, en diciembre pasado, cerca de fin de año. Todo, en las narices de la Policía. Cuesta entender lo que se observa: arrasado, en sentido literal.
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