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La Policía que no se subordina

 

04/12/2023 | 07:38Redacción Cadena 3

FOTO: La Policía que no se subordina.

Ocurrió hace 10 años, pero nunca terminó por cicatrizar del todo. Sólo se aprendió a convivir con aquella realidad, casi como una resignación.

Una década después, no hay actor político ni social en Córdoba que olvide cómo la Policía supo dejar en evidencia, de manera dramática, cuál era su capacidad de negociar con el poder. Hasta qué punto podía (y puede) llegar en sus reclamos.

Lo entendió en su momento el entonces gobernador José Manuel de la Sota, que hizo de aquella experiencia un lema para sus continuadores: los vecinos de Córdoba no iban a resistir nunca más otra noche igual a la de aquel martes 3 de diciembre de 2013, cuando nos dejaron solos.

En aquel diciembre de espanto, como había sucedido meses antes durante el llamado narcoescándalo, la fuerza azul volvió a aparecer como un actor político autónomo, con una gran capacidad de generar caos social.

Una puja salarial sobre la que algunos aprovecharon para cabalgar en procura de otros intereses mucho más oscuros, y que tienen relación directa con la enorme caja que supone administrar una ciudad azul de casi 20 mil hombres y mujeres.

Nunca más fue lo mismo. En estos 10 años, nadie puede asegurar que la Policía se subordinó por completo a la política ni que el Gobierno logró contener el poder de daño latente que siempre tiene la fuerza.

Desde entonces, el objetivo que se repitió de manera circular fue intentar pasar del autogobierno policial a la politización de la fuerza. De pretender dar la imagen de una institución quieta, tranquila, sin la ebullición de los años anteriores. De aguas calmas, aunque las internas policiales siempre parecen estar comenzando de nuevo.

El primer año posterior a la larga noche de 2013 fue puro caos. Los escándalos se superpusieron de manera obscena, siendo el robo de más de 70 pistolas oficiales el punto más patético.

Cuando asumió Juan Schiaretti como gobernador, a fines de 2015, fiel a sus principios apostó a un gobierno policial de largo plazo. Algo que se hizo trizas con la seguidilla de casos de gatillo fácil durante la cuarentena de 2020, con el asesinato de Valentino Blas Correas como un punto de inflexión con la sociedad.

Antes y después, las figuras políticas que intentaron domar a la fiera azul, desde Diego Hak hasta Alfonso Mosquera, terminaron enlodadas.

En estos 10 años, no hubo ningún funcionario en Córdoba que haya logrado obtener un aprobado en la gestión policial.

Hoy, la Policía continúa con el manejo casi exclusivo de los certificados de buena conducta, las planillas prontuariales y las huellas dactilares, entre otros datos sensibles. “Manejar la información es acumular poder”, reza un antiguo precepto que todavía mantiene vigencia. Y cajas. Por eso, aquellas ideas de pasar las investigaciones directamente a la Justicia, con una fuerza propia, y dejar a la Policía sólo con tareas de prevención, rapidamente fueron archivadas: la tentación de poder husmear terminó por ser más fuerte.

Una de las secuelas post 2013 fue la decisión gubernamental de sacar el combate del narcomenudeo de la órbita policial para dejarlo en manos de la Fuerza Policial Antinarcotráfico (FPA), creada bajo el mando del Ministerio Público Fiscal.

Ahora, se insiste con fomentar a las fuerzas de seguridad municipales, con monotributistas al volante.

La superposición de agentes haciendo tareas similares choca con un contraste real: el territorio se ha ido degradando en materia de seguridad, con un notable avance de la oferta de drogas y el simple acceso a las armas, liberadas de hecho en diferentes lugares.

Pese a la presentación de la Policía Barrial y los grupos de Whatasapp con los agentes en línea, la relación policía-sociedad jamás se recompuso. El avance del delito y el copamiento territorial, de la mano de una degradación comunitaria más profunda, hizo que la valoración de la sociedad hacia la fuerza jamás haya logrado guarismos positivos. La desconfianza aún persiste como una llaga.

Durante estos 10 años, la inseguridad continuó profundizándose como una mancha permanente que hasta ahora sólo fue disimulada con promesas. Pero nadie se ha animado, al fin, a tocar el intestino azul.

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