El dilema del periodismo: entre la verdad y la responsabilidad
27/03/2025 | 17:09Redacción Cadena 3

Imagina esto: sos periodista y, por un descuido ajeno, terminás incluido en un chat privado en el que altos funcionarios de un gobierno discuten estrategias, opiniones y decisiones que no estaban destinadas al ojo público. No lo buscaste, no lo pediste, pero ahí estás: una ventana abierta a la trastienda del poder.
No es fantasía. No es, al menos todavía, una serie de Netflix.
Pero ocurrió. Y el caso está sacudiendo lo más alto de la política estadounidense.
El editor de la revista The Atlantic, Jeffrey Goldberg, se encontró en un chat en la mensajería Signal en el que figuras importantísimas del staff de Donald Trump, como su vicepresidente, JD Vance, discutían sobre un ataque a los rebeldes de Yemen, los huties.
La pregunta que surgió fue inevitable: ¿qué debía el periodista hacer con esa información?
El periodismo vive de la tensión entre la verdad y la responsabilidad.
Por un lado, el acceso a datos reservados puede ser una oportunidad única para exponer lo que el público merece saber: ¿se están tomando decisiones que afectan a millones sin transparencia?
¿Hay contradicciones entre el discurso oficial y las acciones reales?
Si esos funcionarios, por ejemplo, debatían políticas migratorias o económicas en términos que chocan con sus promesas públicas, ¿no es deber del periodista revelar esa inconsistencia?
La historia está llena de casos donde filtraciones accidentales o intencionadas —piensen en los Papeles del Pentágono o Wikileaks— cambiaron el rumbo de la opinión pública y la rendición de cuentas.
Pero el otro lado de la moneda pesa tanto o más. Publicar información obtenida por error plantea dilemas éticos y legales.
¿Es justo aprovechar un desliz humano para exponer a quienes confiaban en la privacidad de su conversación?
¿Qué pasa si esa información, sacada de contexto, distorsiona la realidad en lugar de aclararla?
En el caso del chat de The Atlantic, el periodista podría haber visto sólo fragmentos de una discusión más amplia.
Además, está el riesgo de dañar la confianza en las fuentes: si los periodistas convierten cada error en una noticia, ¿quién se atreverá a hablar con ellos en el futuro?
Entonces, ¿dónde trazamos la línea?
Una posible respuesta es el interés público. Si la información revela corrupción, abuso de poder o peligro inminente, el deber de informar podría superar las reservas éticas.
Pero si solo se trata de cotilleo político o detalles operativos sin trascendencia, el daño a la privacidad podría no justificarse.
Otra pregunta: ¿debería el periodista contactar primero a los involucrados y darles la chance de explicar antes de publicar?
Eso podría mitigar el riesgo de malentendidos, aunque también alertaría a los funcionarios para que "limpien" su narrativa.
El caso de The Atlantic no es único, pero reaviva un debate eterno: ¿hasta dónde llega el derecho a saber?
En un mundo hiperconectado, donde los errores técnicos son inevitables, los periodistas enfrentarán cada vez más estos cruces entre casualidad y conciencia.
Quizás la respuesta no sea blanca o negra, sino un ejercicio constante de juicio: sopesar el valor de la verdad contra el costo de obtenerla.
Mientras tanto, una cosa es segura: el próximo mensaje mal enviado podría estar a solo un clic de cambiarlo todo. ¿Qué opina nuestra audiencia?