Visitas incómodas

Julio Perotti

El miércoles pasado, habíamos planteado que las visitas a la cumbre de la CELAC desde el próximo martes 24 de los presidentes de Venezuela, Nicolás Maduro, y de Cuba, Miguel Díaz Canel (el de Nicaragua, Daniel Ortega no viene), iban a causar incomodidad.

En particular, porque son personajes mal vistos para los países occidentales por una serie de razones que van desde la condición de dictaduras, con presos políticos y violaciones sistemáticas a los derechos humanos, hasta la opresión de minorías y censura a libertades esenciales.

En las últimas horas se confirmó la presencia en Buenos Aires de Maduro, lo que lo convirtió en el principal blanco del rechazo opositor.

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De hecho, hay una denuncia en la Justicia para que se lo detenga al ingresar al país por delitos contra los derechos humanos.

La que más empuja eso es ni más ni menos que la presidenta del PRO, Patricia Bullrich, que trajo a la memoria lo que ocurrió con Augusto Pinochet en Londres, en 1998.

Un breve repaso a la historia, El 16 de octubre de 1998, Pinochet –que era senador vitalicio, después de ser un dictador de mano dura entre 1973 y 1990– estaba en Londres.

Allí fue detenido en razón de una orden de captura emitida por el juez español Baltasar Garzón, quien buscaba someterlo a juicio por los asesinatos de varios ciudadanos españoles ocurridos durante la dictadura.

Después de idas y vueltas judiciales, el 2 de marzo de 2000, el Ministerio del Interior británico resolvió liberarlo por razones humanitarias, debido a su estado de salud.

Hay que notar la diferencia: Pinochet ya no estaba formalmente en el poder. Maduro sí lo está.

Pero en su caso, el Departamento de Estado norteamericano mantiene vigente desde 2000 una recompensa de 15 millones de dólares por su captura. ¿La acusación? Narcoterrorismo.

Esto fue lo que a Maduro lo mantuvo dentro de Venezuela y sólo tuvo salidas excepcionales.

Se supone, que el Gobierno argentino le habrá garantizado seguridad e impunidad.

De todos modos, no sería sencillo detener a un dignatario extranjero.

Pero, igualmente, genera una situación de malestar y de rechazo, en particular de la cada vez más creciente comunidad venezolana que recaló en Argentina huyendo de la dictadura de su país.

Parece que a Alberto Fernández no le importa, en tanto logre un escenario internacional para sus ambiciones. Aunque tenga que rodearse de visitas incómodas.