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Robinson - Doyle: un sueño premonitorio que tuvo una muerte anunciada

El boxeador norteamericano, para muchos el mejor de la historia, fue obligado a pelear para defender su título. Después del trágico hecho, cumplió el sueño de su rival.

01/02/2025 | 08:00Redacción Cadena 3

FOTO: Ray Sugar Robinson y el trágico momento que predijo su sueño.

Ray Sugar Robinson no quería defender el título mundial de los welter en junio de 1947: tres días antes había soñado que mataba a su rival, Jimmy Doyle. Su pastor y confidente lo tranquilizó: le dijo que era solo un sueño. El promotor le dijo que había invertido mucho dinero para detener la contienda por un sueño. Su entrenador le dijo que él era boxeador, no clarividente.

Robinson llegó al octavo round entero: había dominado la pelea y tenía que terminarla. Acomodó su cuerpo y lanzó un golpe recto con la derecha y, en ese mismo movimiento, lanzó un imparable gancho de izquierda que impactó en el medio del rostro de Doyle. Su oponente cayó a la lona como si su cuerpo fuera de madera y su cabeza hizo un ruido seco cuando golpeó en el piso. Todos vieron un nocaut; Robinson vio repetirse su sueño y sabía que Doyle estaba muerto.

James Emerson Delaney, conocido como “Jimmy Doyle”, de tan solo 22 años, era un joven criollo mestizo, oriundo de Los Ángeles. Estaba lleno de sueños y, como la mayoría de los púgiles, quería sacar a su familia de la miseria. No tenía una gran trayectoria. Comenzó profesionalmente en 1941 con peleas a su favor y otras perdidas, pero una buena racha de cinco peleas ganadas lo puso de frente por un título ante un noqueador imbatible como Robinson. Era una gran oportunidad, pero de alto riesgo por su poca experiencia.

Cuando Jimmy recibió ese tremendo golpe mortal cayó de espaldas y todos sus sentidos se apagaron. Quedó en coma, atravesó una cirugía y 17 horas después murió. El sueño que había tenido Robinson unos días atrás se cumplió y el campeón de los welter nunca superó la culpa de subir ese día al cuadrilátero.

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Walker Smith Jr. era reconocido bajo el apodo de “Ray Sugar Robinson”. Fue uno de los mejores boxeadores de su época; fue el mismísimo Leonard, quien le pidió permiso para usar su sobrenombre por la admiración que sentía. El mítico boxeador no era el único. Grandes púgiles de la historia, como Muhammad Alí y Joe Louis, opinaron igual. Lo consideraban el mejor de todos los tiempos.

En diciembre de 1946, tan solo unos meses antes de la tragedia ocurrida con Doyle, el afroamericano se consagró como campeón mundial del los welter, tras derrotar a Tommy Bell y comenzaba una de las carreras más exitosas del boxeo mundial. Mantuvo el título hasta 1951 y tenía un récord de 128 victorias y una sola derrota, frente a Jake LaMotta, a quien, tiempo después, en una sangrienta batalla le ganó la revancha y obtuvo la victoria.

Ray "Sugar" Robinson tenía una pegada implacable que lo llevó a ser unos de los mejores de su época.

Corazón de campeón

Ray “Sugar” Robinson creció con muchas carencias en el Harlem, el difícil barrio de Nueva York. Su padre trabajaba en la construcción. Alguna vez el boxeador contó que Walker Smith Sr. tenía dos empleos para mantener a su familia y todos los días salía a las 6 de la mañana para volver a medianoche.

En 1940, el joven Smith, con 19 años, decidió ayudar a su familia como boxeador profesional. Ya boxeaba desde los 16, pero, al ser menor de edad, usaba el documento de su mejor amigo, Ray Robinson, para ingresar en los torneos. Con ese nombre, el mundo completo lo aclamó. El boxeo no solo lo ayudó económicamente: también lo protegió de la discriminación racial que sufría la gente de color en Estados Unidos.

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En el año 1943, Robinson fue convocado al ejército, donde volvió a llamarse Walker Smith. El boxeador tenía un temperamento incontrolable y discutía todo el tiempo con sus superiores. “Sugar” alegaba que había un trato discriminatorio por su color de piel. Realizaba combates de exhibición con Joe Louis, también en el ejército, hasta que prohibieron a los soldados afroamericanos asistir a estos eventos y Smith decidió dejar de participar en los mismos.

“Ray Sugar” fue dado de baja de las fuerzas armadas por problemas mentales, algo que disfrutó y lo divirtió durante años. El joven oriundo del Harlem, cuando gozó de fama y se codeó con las figuras mundiales, realizó discursos en contra del racismo en el país del norte.

Fue uno de los primeros afroamericanos que trascendió del ámbito deportivo y pudo incursionar en el mundo del espectáculo y corporativo de Estados Unidos. Llegó a tener una cadena de locales gastronómicos donde asistían estrellas del cine y personalidades políticas.

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El clarividente

La fatídica noche del 24 de junio de 1947, Robinson preguntaba todo el tiempo por la salud de Doyle: sentía una sensación de dolor que iba más allá de los golpes del ring. Primero le dijeron que estaba en coma; después, que atravesaba una cirugía, y fue un golpe de nocaut cuando le avisaron de su muerte, tal como él lo soñó y no pudo impedir.

La muerte de Jimmy lo persiguió desde ese día que corrió al hospital en Cleveland cuando se enteró de su deceso. Allí conoció a sus padres y pudo saber que el sueño de “su” Jimmy era comprar una casa para ellos. Robinson cumplió el deseo de su rival: usó el dinero de cuatro de sus peleas posteriores a la de Doyle para comprar esa vivienda. Además, durante 10 años les envío dinero para que no les faltara nada.

Las investigaciones posteriores a la trágica noche de junio de 1947 determinaron que, un año antes de la pelea con Robinson, Jimmy Doyle fue noqueado en otra contienda y había golpeado su cabeza con un poste, quedando inconsciente por horas. Era un boxeador que tenía secuelas y ya no podía subirse al ring. Lo que sucedió con Robinson fue una desgracia que pudo evitarse.

Las pericias médicas de la época no protegieron a Jimmy Doyle y lo dejaron expuesto a la muerte. El corazón de Robinson trató de impedirlo, pero, como dijo su entrenador, él era un boxeador. No un clarividente.

Informe de Martín Bonansea

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