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FOTO: EE.UU. define su futuro en medio de una gran incertidumbre. (Foto X)
Daniel Zovatto
La elección presidencial de Estados Unidos en 2024 se perfila como un evento de trascendencia histórica, no solo para la nación norteamericana sino también para la geopolítica global y para nuestra región.
Con más de 70 elecciones celebradas en más de 60 países este año, y seis presidenciales en América Latina, este proceso electoral destaca por su carácter inédito, complejidad y extrema polarización.
Si al mejor director de una serie de suspenso le hubieran pedido escribir un guión para las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2024, difícilmente habría imaginado el drama que hoy envuelve esta carrera hacia la Casa Blanca caracterizada por dos atentados en contra de la vida de Trump, la renuncia de Joe Biden como candidato demócrata, la llegada de Kamala Harris (que no fue electa en las primarias) solo cuatro meses previo a las elecciones, una campaña marcada por la polarización y la volatilidad, una retórica crecientemente agresiva con descalificaciones mutuas, ambos candidatos empatados cabeza a cabeza, máxima incertidumbre y alta tensión política.
A dos días de los comicios, la contienda entre Donald Trump y Kamala Harris se presenta extremadamente reñida, con encuestas que reflejan un empate técnico.
Esta situación ha generado una contienda cerrada y una gran incertidumbre sobre quién ganará. Algunas encuestas otorgan una ligera ventaja a Trump y otras a Harris, pero todas dentro de los márgenes de error (entre 0.5 y 2%) y en los últimos dos días la esperanza pasó de las filas de Trump a las de Harris.
Sin embargo, y esto es lo importante a tener en cuenta, las cientos de encuestas no han logrado disipar la incertidumbre ni lo harán. Estados Unidos va camino a unas elecciones en condiciones de máxima incertidumbre en las cuales nadie sabe, a ciencia cierta, quien obtendrá la presidencia y, si el perdedor, aceptará los resultados.
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Lo único cierto en este momento es que la moneda sigue en el aire. Se vienen horas intensas, llenas de rumores, proyecciones, pronósticos y apuestas, y sobre todo, mucha, mucha ansiedad.
Hay que prepararse para un martes frenético, una noche de infarto y quizás varios días de espera hasta que haya un claro ganador. Y que el perdedor reconozca su derrota.
Recomiendo ajustarse los cinturones. Entramos en zona de turbulencia electoral.
La campaña ha estado marcada por eventos sin precedentes, incluyendo intentos de asesinato contra Trump, la renuncia de Joe Biden a la candidatura a solo cuatro meses de las elecciones, y una retórica violenta por parte de ambos candidatos. Para muchos, no se trata solo de un cambio de presidente, sino de una elección en la que la democracia misma está en juego.
En efecto, para muchos analistas el futuro de la democracia estadounidense, el tablero geopolítico y las relaciones comerciales mundiales dependen en buena medida del resultado de estas elecciones presidenciales.
Donald Trump enfrenta 34 cargos legales, incluyendo acusaciones de instigación a la insurrección del 6 de enero de 2021, y ha sido calificado como autoritario y “fascista” por excolaboradores cercanos.
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Pese a todo ello, el ex presidente ha demostrado un alto grado de resiliencia ya que ni las condenas, ni los escándalos ni el descrédito le hacen mella. Por otro lado, Kamala Harris, quien asumió la candidatura tras la renuncia de Biden, no fue electa en las primarias y aún no ha logrado consolidar plenamente su propuesta ante el electorado.
Además de la presidencia, se renovarán los 435 escaños de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado. Este proceso será fundamental para la gobernabilidad en los próximos años, con la posibilidad de cambios significativos en la composición del Congreso. Podría darse un resultado inédito: que los demócratas, que tienen el control del Senado por estrecho margen, lo pierdan en manos de los republicanos, y que estos, que tienen actualmente el control de la Cámara de Representantes (también por estrecho margen), la pierdan en manos de los demócratas. Los resultados ofrecen dos escenarios:
1) Gobierno dividido (es decir el presidente no tiene mayoría en ninguna de las dos cámaras o solo en una del Congreso),
2) Gobierno de mayoría (es decir el presidente cuenta con mayoría propia en ambas cámaras del Congreso).
La elección presidencial no se define por el voto popular de los 260 millones de ciudadanos en condiciones de votar sino de manera indirecta via el Colegio Electoral, integrado por 538 compromisarios, 535 provenientes de los 50 estados (cada estado envía una número igual al de sus representantes y senadores nacionales) más 3 del Distrito de Columbia.
En 48 de los 50 estados, quien gana por un voto se lleva todos los electores de ese estado, con las únicas excepciones de Nebraska y Maine. Para ser electo presidente hace falta obtener el apoyo de 270 compromisarios. Existe la posibilidad deun empate en 269 votos (ocurrió dos veces en la primera mitad del siglo XIX), lo cual derivaría en una decisión de la Cámara de Representantes para designar al presidente y la decisión del Senado para elegir al vicepresidente.
Otra peculiaridad del sistema es que puede concluir con un resultado dual: un candidato puede ganar el voto popular a nivel nacional, y perder en el Colegio Electoral como ocurrió en 2000, cuando Al Gore le ganó a G. W. Bush por más de 500 mil votos a nivel nacional, pero fue derrotado en el Colegio Electoral 271 a 266, porque perdió Florida por unos 600 votos.
Igual pasó en 2016, cuando Hillary Clinton le ganó a Trump a nivel nacional por casi 3 millones de votos, pero perdió el Colegio Electoral 304 a 227, ya que Trump ganó los estados pendulares de Michigan, Pensilvania y Wisconsin.
La elección se definirá en siete estados clave: Pensilvania (19 votos electorales) para muchos la joya de la corona, Michigan (15), Wisconsin (10), Georgia (16), Carolina del Norte (16), Arizona (11) y Nevada (6). Estos estados aportan un total de 93 votos electorales y serán determinantes en el resultado final. La historia electoral reciente muestra las oscilaciones de estos siete estados. En la elección de 2016, Trump ganó en 6 de ellos y Hillary Clinton en 1: Nevada. Cuatro años más tarde, Biden le ganó a Trump en los siete estados.
En este momento, los analistas dan 226 compromisarios seguros a Harris y 219 a Trump.
De ahí la importancia que tienen estos siete “swing states” que reúnen 93 compromisarios y que tiene la llave para llegar a la Casa Blanca.
Este domingo 3 de noviembre (a solo dos días de las elecciones) los números de la última encuesta de NYT/Siena College muestra lo cerrado de los números en seis de los siete estados con una diferencia de dos puntos a favor de Harris en Nevada (48% a 46%), tres puntos a favor de Harris en Carolina del Norte (48% a 45%), igual diferencia a favor de Harris en Wisconsin, y empate entre Harris y Trump en tres estados: Georgia (46%), Pensilvania (47%) y Michigan (45%). En el séptimo estado, Arizona lidera Trump sobre Harris 48% a 44%.
ATENCION. El sistema de elección presidencial es tan atípico, que unos miles de votos, en unos pocos condados en estos siete “swing states”, o incluso en dos o uno de ellos, puede definir el resultado de la elección presidencial en un país en el que 260 millones de ciudadanos están en condiciones de votar.
A la fecha, se ha registrado un récord de votos anticipados, con 71 millones de sufragios emitidos antes del día de las elecciones. Este fenómeno refleja un alto interés que anticipa un muy buen nivel de participación ciudadana, lo que podría influir en las tendencias de votación y los resultados. En elecciones pasadas, un mayor nivel de participación electoral benefició a los demócratas. En la elección de hace 4 años (2020) en plena pandemia, el voto adelantado fue elevadísimo (100 millones) y la participación electoral fue igualmente alta: 66.6%; la más alta desde 1900.
Los principales temas que dominan la agenda electoral son:
1) economía, inflación y costo de vida;
2) inmigración,
3) crimen y seguridad;
4) aborto; y
5) las amenazas a la democracia. Estos asuntos han polarizado al electorado y serán decisivos en la elección.
En mi opinión la economía, la inflación y el costo de vida tienen una importancia central.
La debilidad de Harris radica en su incapacidad para articular políticas sólidas y diferenciadas que aborden el costo de vida, así como en destacar la buena marcha de la macroeconomía estadounidense, la de mejor desempeño a nivel mundial según el FMI.
Aunque la inflación ha alcanzado un piso de 2,8% -hace dos años superaba el 7%-, el nivel de precios (alimentos, alquiler, hipotecas, etc.) sigue afectando a los estadounidenses.
Por ello, solo el 28% de los estadounidenses cree -según encuestas de Gallup y The Washington Post publicadas la semana pasada- que Estados Unidos va por el camino correcto. Nunca antes un partido ha logrado la reelección en Estados Unidos con niveles de satisfacción tan bajos. Este dato es un fuerte campanazo de alerta para Harris.
Los demócratas son conscientes de que la crisis del costo de vida y los altos precios representan su mayor debilidad. Sin embargo, confían en que los estadounidenses estén comenzando a sentir en su vida diaria los beneficios de las cifras de crecimiento y desempleo, las cuales impresionan al resto del mundo. Ven señales alentadoras en un indicador que suele tener una correlación directa con los resultados electorales: el índice de expectativas del consumidor de la Universidad de Michigan, que mostró un crecimiento interanual del 25% en octubre.
Por otro lado, desde el inicio de la pandemia, el mundo ha experimentado una ola de descontento con los gobiernos en ejercicio, lo que ha llevado a candidatos opositores al poder en múltiples elecciones. La campaña de Trump busca que Estados Unidos se sume a esta tendencia.
El electorado muestra divisiones significativas en función de género, raza, edad, educación y geografía. Trump lidera entre los hombres y Harris cuenta con un fuerte apoyo de las mujeres. Los votantes afroamericanos y latinos tienden a apoyar a Harris, aunque Trump ha reducido la brecha en estos grupos. Los jóvenes favorecen a Harris, mientras que los votantes de mayor edad prefieren a Trump.
Los ciudadanos con título universitario se inclinan hacia Harris, mientras que aquellos sin título apoyan a Trump.
Geográficamente, los habitantes de zonas urbanas respaldan a Harris, mientras que los de áreas rurales apoyan a Trump.
Este proceso electoral se caracteriza por numerosos déficits que atentan contra la integridad electoral. Por un lado, la influencia desmedida y peligrosa del dinero en las campañas, unido al elevado costo de estas y la dependencia de donaciones privadas.
Todo ello plantea serias preocupaciones sobre la equidad y la influencia indebida del dinero en la política.
Según datos de Juan Gabriel Tokatlian en un artículo reciente para el editorial de nuestro Radar Latam 360: “el monto y la influencia de los recursos para las campañas son un dato para no olvidar. La elección de 2020 fue la más costosa que conoció Estados Unidos: US$ 14.400 millones de dólares para la suma de las contiendas presidencial y parlamentaria. Biden recaudó US$ 1.624 millones de dólares y Trump recaudó US$ 1.087 millones de dólares.
Al 31 de octubre, y según el sitio opensecrets.org, la candidatura de Kamala Harris ha recibido US$ 1.003 millones de dólares, mientras que la de Donald Trump ha receptado US$ 981 millones de dólares. Se verá si en esta oportunidad los importantes fondos partidistas y de donantes poderosos que se incrementaron cuando bajo su candidatura Biden y Harris fue proclamada en la convención del partido, inciden.
O si el perfil visible de aportantes como Elon Musk para la campaña de Trump influyen”.
Por el otro, y tal como se anticipaba, la campaña ha estado inundada de noticias falsas y de desinformación provenientes tanto desde dentro como desde fuera de los Estados Unidos, en varios casos desde Rusia.
Dado lo cerrado de los resultados que proyectan las encuestas y las varias denuncias (no fundadas) de irregularidades y posibles fraudes de parte del comando de Trump, existe el riego de que haya un alto nivel de judicialización de los resultados, lo que podría retrasar la confirmación del ganador y mantener al país en tensión. En 2020, hubo que esperar varios días para conocer los resultados, y aún así Trump no aceptó su derrota.
Además, un alto número de los estados reformaron sus legislaciones electorales después de las conflictivas elecciones de 2020. Ambas campañas se han preparado ensamblando equipos legales para disputar potenciales disputas en los tribunales. No hay que descartar que esta elección termine siendo decidida en los Tribunales o incluso en la Corte Suprema de Justicia. El recuerdo de la elección de 2000 (Bush vs.Gore) sigue vivo.
La precisión de las encuestas está en entredicho consecuencia de los errores que tuvieron lugar en las elecciones de 2016 y 2020, donde la mayoría de ellas subsestimó el caudal electoral de Trump.
Existe la preocupación de que estos errores en la estimación de la intención de voto vuelvan a repetirse en las elecciones de este año. El fenómeno de los “votantes ocultos” y la falta de respuesta en las encuestas podrían influir en la exactitud de las predicciones. La granpregunta es si nuevamente las encuestas subestimarán a uno de los dos candidatos y quien sería el perjudicado.
El sábado 2 de noviembre hubo un dato sorpresivo que amerita ponerle atención: la demócrata Kamala Harris lidera a Donald Trump en Iowa con un 47% frente a un 44%, según una nueva encuesta de Des Moines Register/Mediacom Iowa Poll.
Una victoria para Harris sería un desarrollo sorprendente, ya que Iowa se ha inclinado agresivamente hacia la derecha en las elecciones recientes, entregando a Trump sólidas victorias en 2016 y 2020.
La encuesta muestra que las mujeres, en particular las mayores o las políticamente independientes,están impulsando el cambio tardío hacia Harris. Trump continúa liderando con su base de apoyo principal: hombres, evangélicos, residentes rurales y aquellos sin título universitario.
1. Nadie sabe con certeza quien ganara la elección presidencial. Quien diga lo contrario inventa o miente. Por un lado, la gran mayoría de las encuestas muestran un empate o unas diferencias dentro del margen de error. Existen asimismo diversas variables clave que, dependiendo de cómo evolucionen, darán la victoria a uno u otro candidato: nivel de participación (se anticipa que será alto, por encima de 60%), el voto de los indecisos, de los independientes, de los latinos (después del comentario despectivo en contra de Puerto Rico del comediante en el acto de Trump en NY el domingo pasado), jóvenes, mujeres y un largo etcétera.
2. Es probable (dependiendo de los resultados) que la noche del martes 5 de noviembre nos vayamos a dormir sin saber el nombre del próximo presidente. Y quizás haga falta esperar varios días para dejar definido este tema.
3. El sistema de elección presidencial es tan atípico, que unos miles de votos, en unos pocos condados en estos siete “swing states”, o incluso en dos o uno de ellos, puede definir el resultado de la elección presidencial en un país en el que 260 millones de ciudadanos están en condiciones de votar.
4. Esta elección presidencial representa un punto de inflexión para la nación y el mundo. La polarización extrema, la complejidad del sistema electoral y la incertidumbre sobre los resultados plantean desafíos significativos para la democracia estadounidense en un momento que atraviesa por una coyuntura compleja. Según el Índice de Democracia de la Unidad de Inteligencia de The Economist, en las últimas mediciones, Estados Unidos ha descendido de la categoría de “democracia plena” a “democracia defectuosa”, reflejando preocupaciones sobre la salud de su sistema democrático. Otros expertos califican a Estados Unidos como “una democracia enferma” que enfrenta en esta elección un riesgo existencial.
5. No está claro si Trump aceptará los resultados en caso de que sufra una nueva derrota. En un país híper polarizado y con bajos niveles de confianza en las instituciones, y en las elecciones, el “negacionismo electoral” es un riesgo muy serio al cual hay que ponerle suma atención. El recuerdo del ataque al Capitolio, el pasado 6 de enero de 2021, sigue muy fresco.
Por todo ello, e independientemente del resultado, será esencial que las instituciones democráticas demuestren resiliencia y capacidad para gestionar las tensiones y divisiones que han caracterizado esta contienda.
El autor es politólogo y co-editor de RADAR LATAM 360
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