César Milstein, el Nobel argentino que eligió compartir el conocimiento
En medio de la tragedia por inundaciones en Bahía Blanca, se recuerda a César Milstein, el Nobel argentino que revolucionó la medicina. Su legado ético y científico inspira esperanza en tiempos difíciles.
23/03/2025 | 23:26Redacción Cadena 3
Mientras Bahía Blanca atraviesa horas de angustia por una de las peores inundaciones de su historia —con miles de evacuados, pérdidas materiales devastadoras y 16 víctimas fatales—, este 24 de marzo se cumplen 23 años de la muerte de uno de sus hijos más ilustres: César Milstein, el científico que cambió para siempre el rumbo de la medicina moderna.
Nacido el 8 de octubre de 1927, Milstein fue un apasionado de la ciencia desde la adolescencia. Tenía apenas 13 años cuando cayó en sus manos Los cazadores de microbios, un libro que encendió en él una vocación definitiva: descubrir lo invisible para mejorar la vida de todos. Ese impulso lo llevó primero a Buenos Aires, donde se doctoró en Química por la Universidad de Buenos Aires en 1956, y luego a los laboratorios más prestigiosos del mundo.
En la década del 60, tras obtener una beca, Milstein se instaló en la Universidad de Cambridge, Inglaterra, donde trabajó bajo la dirección del doble Nobel Frederick Sanger. Regresó brevemente a la Argentina en 1961 para encabezar la División de Biología Molecular del Instituto Nacional de Microbiología, pero al año siguiente volvió a Cambridge. Allí viviría hasta el final de sus días y alcanzaría su mayor logro científico.
Ese logro llegaría en 1984, cuando compartió el Premio Nobel de Medicina con el alemán Georges Köhler, gracias al desarrollo de los anticuerpos monoclonales. ¿Qué significa esto? En términos simples: una herramienta biotecnológica que revolucionó el diagnóstico y tratamiento de enfermedades como el cáncer, y que hasta el día de hoy sigue salvando vidas en todo el mundo.
Pero si su contribución científica fue colosal, su actitud ética fue aún más admirable. En una época en la que patentar un descubrimiento podía significar millones, Milstein decidió no hacerlo. Su convicción era clara: entendía que el conocimiento científico pertenece a la humanidad.
Fiel a esa idea, dedicó su vida a investigar y a enseñar, defendiendo que la ciencia debía estar al servicio del bien común y no del interés comercial. Por eso, más allá de los premios y reconocimientos —como su lugar en el Salón de la Ciencia Argentina de Casa Rosada—, su verdadero legado es un ejemplo de integridad intelectual y compromiso social.
Milstein murió en Cambridge el 24 de marzo de 2002. Tenía 74 años. Hoy, mientras su Bahía Blanca natal intenta reponerse del desastre natural que la golpea, su figura se levanta como símbolo de esperanza y resiliencia.