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Historia

Parravicini: el comediante que vivió como un pirata

"Parra" dejó una huella imborrable con su humor y audacia. Su vida, llena de aventuras y excesos, sigue siendo recordada y celebrada en la cultura popular.

25/03/2025 | 10:06Redacción Cadena 3

FOTO: Parravicini, en plena actuación

Risas, pólvora y pasiones inconfesables: así podría resumirse la electrizante vida de Florencio Bartolomé Parravicini Romero Cazón (1876-1941). Fue tirador profesional, profesor de patinaje, aviador, domador de leones, corredor de autos en Berlín y cantante de varieté en París, pero por encima de todo, fue el hombre que revolucionó la escena argentina con su humor desbordante y su audacia sin límites. Hoy, 25 de marzo de 2025, se cumplen 84 años de su dramática partida, y el recuerdo de sus aventuras sigue encendiendo la imaginación del público.

La noche que dividió las aguas

Un episodio que retrata su poder de convocatoria ocurrió el 4 de enero de 1938, durante la inauguración de la Casa del Teatro en la Avenida Santa Fe 1243. Allí se reunió lo más selecto de la política y la cultura —con el presidente Agustín Pedro Justo y la soprano Regina Pacini de Alvear a la cabeza—, pero todos aguardaban la llegada de “Parra”. 

Cuando finalmente irrumpió con su voz burlona, la multitud se abrió para él como si fuese Moisés ante las aguas; solo entonces se alzó el brindis inaugural, mientras el actor, copa en alto, hacía honor a la leyenda que lo precedía.

De la Penitenciaría Nacional a la noche parisina

Nació el 24 de agosto de 1876 —día de San Bartolomé, que la leyenda señala como la fecha en que el diablo recorre la Tierra—. Creció en un hogar aristocrático, pero al ser su padre, el coronel Reynaldo Parravicini, director de la Penitenciaría Nacional (1887-1890), el pequeño Florencio debió convivir con reclusos, asesinos y estafadores. Aquel contraste entre la opulencia y los bajos fondos marcó para siempre su carácter.

Su árbol genealógico tampoco se quedaba atrás: por un lado, estaba emparentado con el general Lucio Mansilla (hijo de Agustina Rosas, hermana de Juan Manuel de Rosas); por otro, descendía de Jacobo Parravicini di Casanova, embajador del Imperio Austrohúngaro, pariente de Napoleón Bonaparte y del seductor Giacomo Casanova. “De ahí vengo yo”, solía decir Florencio con picardía, “¿cómo no voy a tener fama de mujeriego con semejante herencia?”

Aventuras, revoluciones y fortuna dilapidada

Antes de cumplir 20 años, se había fugado de casa varias veces, participado de la Revolución de 1890 —encabezada por Leandro N. Alem y Bernardo de Irigoyen contra el presidente Juárez Celman— y fundado una agencia de lotería que fracasó. 

Su primera incursión en Europa fue una supuesta etapa de “estudio” en Bruselas, pero terminó en los cabarés de Montmartre, despilfarrando el dinero que su madre le daba para la universidad. Peor aún, en Tierra del Fuego se enroló en el barco pirata Fasce Ferrara, cuyo botín era la mercadería de navíos pesqueros. Solo la influencia de su apellido lo salvó cuando fueron capturados.

Tras la muerte de su abuelo, heredó 80 mil ovejas, una estancia cercana al río Colorado, inmuebles y joyas, y emprendió una segunda gira por Europa, esta vez sin ocultar que solo ansiaba divertirse y apostar. Lo perdió todo en los casinos y, mucho después, se confesaría así ante el literato César Tiempo: “Si no me hubiera perdido esos campos y todas esas propiedades, hoy sería un viejo estanciero de esos que bajan a la ciudad cada 10 años a preguntar si ha cambiado el Gobierno, a darse un atracón de carne en La Cabaña o en el Maipo a ver cualquier espectáculo de la época. [...] ¡Qué me quiten lo bailado!”

Este torbellino de episodios quedó plasmado en La vida romántica y aventurera de Parravicini, una rareza de Alfredo Varela publicada en 1945 por entregas en la revista ¡Aquí Está!, que la Biblioteca Nacional rescató en 2023. Gracias a esta reedición, el público contemporáneo puede asomarse a un relato tan extravagante como su protagonista.

El tiro al blanco que lo llevó a la fama

A su regreso a Buenos Aires, el destino quiso que se presentara con un show de tiro profesional que recorrió Montevideo, San Pablo y Río de Janeiro. 

Ya en 1906, montó Concierto Varieté en la Avenida Rivadavia y fue descubierto por José Podestá, quien le abrió las puertas del Teatro Apolo. Así inició una carrera actoral marcada por la irreverencia de su “morcilleo” —improvisación— y un talento natural para arrancar carcajadas.

Irreverencia y gloria en escena

De 1906 a 1940, protagonizó más de 300 obras teatrales. Incursionó en el cine mudo y en el sonoro, con películas como Hasta después de muerta (1916), Los muchachos de antes no usaban gomina (1937) y Tres anclados en París (1938), que llenaron cines y teatros. En cada boletería, el reclamo era el mismo: “Una, dos o tres entradas para la de Parra”, decían los espectadores, como si no hiciera falta explicar más.

Amores y confesiones

Las leyendas sobre sus romances abundan, pero solo se le reconocen dos relaciones formales: su matrimonio con Sara Piñeiro y un intenso idilio con Pepita Avellaneda. Él atribuía su compulsión de conquista a la sangre de Giacomo Casanova que corría por sus venas, y decía que “era un mandato familiar no dejar pasar una pasión sin vivirla hasta el final”.

En los años 30, su popularidad alcanzó un pico inédito: ganaba hasta 10.000 pesos mensuales, un verdadero récord para la época. Sin embargo, en 1935 llegó la noticia que quebraría su destino: un cáncer de pulmón. Tres años después, en una entrevista para el diario Crítica, se sinceró con una mezcla de nostalgia y resignación: “Si empezara mi vida de nuevo, lo haría directamente con mi profesión de actor”.

El ocaso y una despedida trágica

Sus últimas cintas, La vida es un tango (1939) y Carnaval de antaño (1940), las rodó casi sin fuerzas. El 24 de marzo de 1941, le confesó a su amigo Pablo Cumo con una franqueza estremecedora: “Amigo, llegó el momento del pistolazo”. Y al día siguiente, 25 de marzo, dejó una escueta nota que decía simplemente: “Perdóname Sarita”. Segundos después, se disparó en la sien. Tenía 64 años. Sus restos descansan en el Cementerio de Olivos, y un monumento esculpido por José Fioravanti lo evoca en la Plaza Lavalle.

Ocho décadas más tarde, Florencio "Parra" Parravicini sigue brillando en la memoria popular como el comediante que desafió todas las normas y vivió cada instante con intensidad feroz. 

En Córdoba, una importante avenida lo homenajea en barrio Centro América.

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