La historia del traumatólogo que vende pororó los fines de semana: “Es una identidad”

Cuando un rosarino, al menos uno que tenga más de treinta años, escucha el apellido Adad, le resulta inevitable pensar en una máquina con pororó, copos de nieve, manzanas o higos acaramelados y un tiempo feliz.

A través de un relato emocionante, Julio Adad hizo “volver el tiempo atrás” y poner en valor la tradición familiar en diálogo con Rodrigo Ipolitti en Informados al Regreso por Cadena 3 Rosario.

“Cuando nací ya estaba al ladito de una máquina, mi papá y mi mamá trabajaban ahí, era otro Rosario, tenía siete años y estaba con una cajita de turrones en La Rural, o un 7 de agosto en San Cayetano ayudando, y no pasaba nada. Mi viejo se me fue muy joven, a los 46 años en el 2001, y ahí tuve que tomar el mando con mi mamá y mi hermana la que me sigue (somos tres)”, contó.

En esa línea, continuó: “Se me ocurrió estudiar medicina, cursaba a la mañana e iba al carrito. Pude lograrlo y cuando a veces trabajaba algún fin de semana me faltaba algo, estaba angustiado y había logrado objetivo que era recibirme. Me di cuenta siete u ocho meses después de haber dejado: volví a la máquina y se me fue toda la angustia”.

La familia Adad ya lleva cuatro generaciones en el rubro, desde que empezó “el abuelo” en 1929. Él falleció en 1978 y sus hermanos toda la vida lo realizaron, con toda la familia trabajando.

El que se olvida de sus raíces pierde la identidad. Hay gente que te subestima cuando te ve vendiendo en la calle... 

“Hay mucho amor, esfuerzo, un trabajo invisible, el domingo a la mañana preparo manzanas, higos, peras, garrapiñada para la tarde. La gente viene y te dice ‘recuerdo cuando mi papá me traía’, y tienen 50 años. Esa sensación es muy linda y uno trata de sostenerla. Me ha pasado que me digan te veo cara conocida y le había operado la cadera”, reveló Julio.

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Julio Adad tiene 41 años. Es traumatólogo y cirujano, docente universitario. Fue futbolista, jugó en varios clubes de joven. A los 23 años empezó a estudiar medicina. Iba en bici desde Crespo y Ayolas, barrio Alvear. Desde la humildad y mientras trabajaba, tuvo promedio 10 en primer año.

“Es una identidad, el que se olvida de sus raíces pierde la identidad, lo sostengo, me hace bien. No hay un chico que no me venga a pedir y no se lleve algo. Tengo un bebé de 5 meses y una nena de 5 años. Eusebio y Faustina. Los sábados ella pasa todo el día conmigo, la pasa a buscar mi mujer para llevarla al baño. Vamos en el camioncito (que ya tiene 42 años). Se para al lado de la conservadora y quiere vender las gaseosas”, concluyó.

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