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Desapercibido

Un árbitro demasiado preocupado por los rumores sobre sus actuaciones se burla de todos gracias a un recurso tan ingenioso como reprochable. Entrá y escuchá el cuento.

24/03/2018 | 14:47Redacción Cadena 3

FOTO: Desapercibido, el cuento de Mauricio Cocolo

  1. Audio. Desapercibido, el cuento de Mauricio Cocolo

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“Pasó desapercibido”.

“Desapercibido…”. ¡¿Qué, no existí?! ¿No me vieron? ¿El silbato se soplaba solo? ¿Para qué estamos los árbitros? ¿Para pasar desapercibidos? Que cada uno cobre lo que le parece, como en el campito, y listo. Es más fácil, y más barato.

El Tachuela hablaba y yo lo miraba. Siempre era así, especialmente los lunes cuando se enojaba con la calificación que le habían puesto en el diario y eso coincidía con una botella de vino blanco, que se vaciaba de a poco como si estuviera pinchada. Nunca supe qué ponía peor al Tachuela, si el vino o el diario.

Los lunes a la tardecita, el único que iba al bar era el Tachuela. Siempre pedía lo mismo: una botella de vino blanco con una jarrita de agua. La botella, según la recuerdo, era de esas verdes, alargadas, con el pico estirado, y parecía un soldado custodiando al vaso y la jarra, que eran una pareja de aluminio inseparable.

Cuando más se enojaba, mejores eran las charlas con el Tachuela, pero no le podía faltar el vino, por eso yo estaba atento y apenas se vaciaba la botella le llevaba otra. En realidad no hablábamos, el Tachuela aprovechaba para hablarse a sí mismo usando como excusa mi presencia.

No sé si tenía parientes. Amigos, seguro que no. Pobre Tachuela. El día que se enojó porque lo habían calificado con un “desapercibido”, fue después de un partido que había dirigido en el Provincial, un torneo que se jugaba durante el verano.

El Tachuela vivía pendiente de lo que decían sobre él, por eso siempre iba al bar al otro día de dirigir para leer el diario de la ciudad.

¡Vos podés creer! “Pasó desapercibido”, dicen. No tienen ni idea. Bah… a lo mejor no me vieron. Si supieran lo que hice…

Si supieran que llegué a la cancha solo, más temprano de lo habitual, y aproveché para recorrer el campo, revisar las redes, asegurarme de que no hubiera alfileres escondidos al lado de los palos porque los dejaban ahí para usarlos durante el partido. Todo normal, hasta que me crucé con uno de la Comisión que estaba pintando las líneas de cal y pasó dos veces por la raya del arco. Volví a revisar, por las dudas, y me encontré en la base del caño izquierdo con un rollito de diez billetes de cien sujetados por una bandita elástica. Eran para el asistente número dos.

Como los líneas venían en otro colectivo y se retrasaron, nos juntamos más tarde directamente en el vestuario. La plata era para el asistente dos porque la habían dejado del lado opuesto a los bancos de suplentes. Antes de empezar el partido, cuando revisara las redes del arco, se encontraría con los billetes y ya sabía lo que tenía que hacer a cambio.

La modalidad era habitual para los partidos en los que no se definía nada, pero tenían relativa trascendencia. Cuando se jugaba por cosas importantes, directamente compraban al árbitro.

La mayoría de los clubes tenían la costumbre de dejar los diez billetes para asegurarse los favores de uno de los jueces de línea, el que estaba más lejos de los bancos, porque del otro se encargaban entre los suplentes y el técnico.

Cuando estuve seguro de que nadie me veía, llevé los billetes a las patadas hasta el área grande, para no agacharme al lado del palo y levantar sospechas, hice que me ataba los cordones y guardé el rollo en la media.

Jugué un partido impecable, el equipo local lo liquidó rápido y eso, debo reconocerlo, facilitó las cosas. El asistente dos nunca se enteró de lo que se había perdido, aunque no encontrar ningún billete también formaba parte de los códigos: si no dejaban nada lo único que tenía que hacer era cobrar como Dios manda, nada más.

“Pasó desapercibido…”.

Me da risa. Si supieran… Si supieran con qué plata voy a pagar los vinos del mes.

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