El Fortín
Dicen que en El Fortín está la cancha más difícil del país, y que es imposible ganar de visitante. Sus rivales están decididos a cortar ese maleficio.
01/05/2021 | 15:28Redacción Cadena 3

Dicen que en El Fortín está la cancha más difícil del país. Posiblemente sea una exageración, pero el mito es perfecto: un pueblo que se llama El Fortín tiene una cancha de fútbol que es un fortín. Un reducto inexpugnable, como les gusta decir a los periodistas deportivos.
La cancha de El Fortín no tiene ningún atributo especial sacando el bufet, donde —también dicen— hacen las mejores milanesas a caballo de la zona. Por lo demás, la cancha es como casi todas: sin tribunas, con un alambrado olímpico que rodea el campo de juego y tapial en los cuatro costados.
La fama de la cancha de El Fortín se fue agrandando con el paso del tiempo, sin que la gente lo notara. Los mitos son así, se van construyendo, pero no se pueden planear, necesitan años y se cocinan a fuego lento mezclando en partes iguales mentiras con verdades. No pueden ser completamente falsos, pero jamás serán totalmente verdaderos.
No hay estadísticas confiables para confirmar, o desmentir, el mito de la cancha de El Fortín, pero los comentarios se impusieron y le ganaron la pulseada a la memoria. Un día, en la sede del club, se armó la discusión porque alguien preguntó cuánto hacía que no perdían de local. Algunos creían recordar caídas menores olvidadas en el tiempo, pero la mayoría coincidía en que llevaban años sin perder.
Los memoriosos enumeraban finales, domingos de cancha llena y tardes épicas que siempre habían terminado en triunfos o empates. Los más mesurados no recordaban derrotas en partidos importantes. Ahí estaba una de las claves del mito: habían perdido, claro, pero nadie se acordaba de las derrotas. Ni siquiera los rivales.
Todos coincidían en que el campeonato del 95 había sido fundamental para instalar definitivamente el mito de la cancha de El Fortín.
Desde hacía años se decía que era imposible ganar en la cancha de El Fortín, los dirigentes de la Alianza lo sabían mejor que nadie pero estaban dispuestos a cambiar la historia. La Alianza fue una fusión temporaria entre Filo y Unión, los dos clubes de Alicia que, cansados de perder cada uno a su turno contra El Fortín, habían decidido unirse para ganar el campeonato.
Empujados por las bondades económicas del uno a uno, los dirigentes de la Alianza armaron un equipo casi invencible, aunque el casi era nada si no ganaban en la cancha de El Fortín, que como siempre contaba con buenos jugadores y el plus de la mítica localía.
Como se sabía desde antes de empezar el campeonato, El Fortín y la Alianza llegaron a la final. Empataron 0 a 0 la ida en Alicia y la revancha se convirtió en el partido con la previa más charlada de la historia. Los clubes, después de muchas discusiones, arreglaron llevar árbitros de Córdoba Capital con proyección nacional para que nadie pudiera comprarlos.
La gente de Alicia, aunque la definición sería en El Fortín, se entusiasmó porque sintió que con árbitros honestos tenían más chances de ganar. Además, la ilusión de romper el maleficio hacía su parte.
El día de la final una multitud colmó el sector de los visitantes. Estaban amontonados en uno de los costados de la cancha, de banderín a banderín, pegados hombro con hombro, mezclados los de Filo y los de Unión. La particularidad era que por primera vez en todo el año se habían juntado las dos hinchadas porque cuando jugaban de local alternaban un partido en cada cancha y mantenían los lugares que usaban en los clásicos, y cuando iban de visitantes se dividían en dos grupos, uno en cada punta.
El partido resultó olvidable y se fue muriendo sin goles, envuelto por una extraña y llamativa normalidad, hasta que el cinco de El Fortín, de la nada, le rompió la boca de un codazo a un defensor rival en una jugada que parecía intrascendente pero planeada: a la salida de un lateral, bien adelante del asistente, sin disimular abrió los brazos con la clara intención de golpear y provocar la reacción de los hinchas de la Alianza, que saltaron desaforados y se treparon al alambrado como fieras enjauladas buscando una salida.
Si los hinchas se hubieran propuesto meterse a la cancha tendrían que haber sacudido un buen rato el tejido para romperlo, por eso surgió la hipótesis de que los hilos del alambre de acero galvanizado que sostenían el alambrado olímpico habían sido marcados en los extremos con una tenaza.
Nunca nadie pudo confirmar la veracidad de la historia, pero siempre se dijo que la noche previa al partido alguien del club local había hecho el trabajo con la precisión de un cirujano para que el alambre aguantara sin cortarse hasta que cedió y se cayó como un calzoncillo con los elásticos vencidos en el momento justo. En El Fortín aseguran que son puras habladurías. En Alicia no tienen pruebas ni dudas sobre lo que pasó.
Sobreviven algunas fotos y videos de mala calidad donde puede verse a la gente de Alicia convertida en un malón incontrolable corriendo por toda la cancha, saltando como conejos desorientados. La mayoría estaban sorprendidos y no sabían cómo explicar que la invasión no era lo que parecía. Algunos corrían al árbitro, que perdió la tarjeta roja mientras huía desesperado. Otros buscaban al cinco de El Fortín, que rápidamente se metió en el vestuario junto a sus compañeros.
Después de un rato de desconcierto, los hinchas de la Alianza volvieron a sus lugares y sostenían entre varios como podían el alambrado en su lugar con la esperanza de que el partido se reanudara para aprovechar la ventaja del hombre de más. El campo de juego había quedado vacío y nadie tenía muy claro como seguiría, o terminaría, la historia.
Cuando los ánimos empezaban a caldearse, apareció el árbitro caminando hacia el círculo central custodiado por dos policías. Con un gesto actoral, el juez se frenó en la mitad de la cancha y empezó a cruzar de forma reiterada los brazos sobre la cabeza, después hizo sonar tres veces el silbato y dejó en claro que el partido estaba suspendido.
Las especulaciones se terminaron el martes cuando salió el fallo de la Liga. El informe del árbitro fue contundente y no admitía reclamos posteriores: “Partido suspendido a los 40 minutos del segundo tiempo por invasión al campo de juego de la parcialidad visitante. Regístrese, según el artículo 8, inciso b, del reglamento el siguiente resultado: 3 a 0 para el club local”.