Zapelli heredó el inmenso número que alguna vez utilizaron ídolos como Chiche Sosa o Laciar; Frangipane, Vázquez y Zelarayan en los tiempos modernos; y hasta Giampietri y Matías Porcari.
En el Tarot el “10” es la rueda de la fortuna; en la numerología es la perfección y la destreza; en las matemáticas es el origen de todo porque el hombre cuenta desde siempre con los diez dedos de las manos; los mandamientos católicos también son diez y cuando te preguntan “¿Cómo andás?” normalmente respondés “De diez”.
En el fútbol son los jugadores que se distinguen por ser distintos. El que lleva la “10” tiene calidad, es un creador de juego, pone su visión futbolística al servicio del equipo, con cualidades técnicas superiores. Por extensión, en la vida cotidiana, un número “10” será un líder, una persona esencial en un grupo.
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Antes de Pelé, el número “10” no tenía un significado especial en el fútbol. Después de “O Rei”, fue el símbolo que portan los elegidos, el que usaron campeones del mundo como Maradona y Zidane o el que pretenden inmortalizar Messi o Neymar… O Zapelli.
Sí, el chico nacido en Carlos Paz, que porta la “10” de Belgrano, que se nota es un distinto, que debutó en Belgrano en 2020 y ya lleva 18 de 31 partidos como titular, con siete asistencias y dos goles, tiene todo para consagrarse.
De gran porte físico, muchos le ven similitudes con el “Mudo” Vázquez (pese a ser diestro) con ese tranco largo y cansino, pero seguro y eficaz porque juega, hace jugar, tiene buen pie, movimientos elegantes y cabeza levantada para jugar. Además de lectura, desmarque, control, técnica y gran desequilibrio en el uno contra uno.
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A los 11 años se fue de la villa al Villarreal español pero por una normativa de FIFA regresó al país. Y se fue a Boca, en donde iba a quedar pero al no conseguir pensión tuvo que elegir entre Talleres y Belgrano.
Ese inmenso número, trae consigo una mayor responsabilidad porque no sólo es el jugador en donde la pelota sonríe, sino porque a ese “10” lo llevaron tipos como Omar Dalombo, el Negro Rentera, Marcelo Santoni, el Sapo Mercado, Marcelo Benítez y Claudio Benetti. O sea, jugadores a los que no les quedó grande la “10”.
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Y Belgrano tuvo otros futbolistas que por “H” o por “B” no lograron asentarse pese a tener enormes condiciones: Diego Strecchia, un uruguayo que arribó en 1987 y del que sólo se acuerda este periodista y que de garra charrúa no tenía nada; el Máquina Giampietri y Pablo Bezombe, ambos llegados en el mismo mercado de pases allá por 2003; Diego Mendoza, un jugador que llegó para reemplazar la ida de Matías Suárez a River y al que no sólo la “10” sino el botín derecho le quedó inmenso; y Matías Porcari, un pibe que al que le sobraban ganas pero algo le pasó.
Marcelo Bonetto lo hizo debutar muy jovencito y ante una requisitoria periodística sobre el momento de aquel Belgrano, soltó una frase que hizo ruido y que a lo mejor pudo incidir en el derrotero de Porcari… o no. Bonetto dijo “Belgrano es Porcari y diez más…”.
¿Cuesta o no cuesta? ¿Pesa o no pesa? ¿Cuál es el significado de semejante número en la espalda?
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El Pato Laciar es uno de los jugadores más identificados con el club, con su historia, luciendo orgulloso la número “10” entre 1970 y 1977.
En los ’80, mientras la 1.309 se llevaba a Talleres, Instituto y Racing a la AFA, Belgrano hizo un canje de jugadores con Rosario Central: Germán Martellotto y Batalla por Raúl de la Cruz Chaparro y Emilio Delgado. “Chaparrito” fue el cerebro de un Belgrano arrollador que estuvo 39 partidos invicto entre 1984 y 1985.
El Tato Martelotto volvió de Central y fue una de las figuras del campeón del Regional ’85. Jugador cerebral y “fino”, se refirió muy bien a Zapelli.
La “Chacha” Villagra comenzó pegado a la línea de cal derecha pero tenía una habilidad innata que desde la salida de Martellotto, fue el “10” de Belgrano.
Ni hablar del “Chiche”, quien arribó como delantero o media punta pero era tan inteligente para jugar y cuidar la pelota, además dueño de una pegada exquisita que no hubo otra que darle la “10” para transformarse en ídolo con dos ascensos y cumplir años el mismo día que Belgrano.
El Leo Torres fue de esos “10” sacrificados, que raspaba si hacía falta pero que llegaba al área para habilitar a un compañero o definir él, siendo figura en el ascenso de 1998.
El Gordo Frangipane era un “10” clásico, de esos que la pedían todo el tiempo, gran pegada y protagonista del ascenso en 2006 en Bahía Blanca. La primera vez que se fue, dejó una frase así: “Me voy a Rumania pero no dan ganas de irse nunca de Belgrano”.
Al Mudo Vázquez lo resistieron al comienzo. Eso le sucedió a Martellotto y por ahí le pasa actualmente a Zapelli. Hablaba en la cancha, gran cualidad técnica y reconocido finalmente con Zielinski en el banco de suplentes.
Luquita Zelarayan heredó esa “10” con desenfado, potrero y picardía. Tanta picardía que a la imagen de su primer gol, que no debió ser convalidado, la tiene en un gigante cuadro en su casa natal. Además es hincha del club, lo que agigantó ese sentido de pertenencia.
Hasta llegar a Zapelli. Zapelli es de esos futbolistas cuyos hinchas entran a la cancha y lo primero que buscan en el rival es al “10”, porque no debe haber en el mundo un espectador que no haya preguntado al vecino de platea o popular: “¿Quién es el 10 de ellos?”. Son de esos jugadores merecedores de aplausos, dueño ahora de un número místico porque es el hombre capaz de dejar hinchas entusiasmados con sus jugadas, técnica y habilidad.
