El fútbol siempre fue un terreno fértil para las frases hechas que parecen verdades reveladas e incuestionables. Una de las más difundidas dice que “los equipos se arman de atrás para adelante”. En la misma línea podría agregarse que “los delanteros ganan partidos y las defensas ganan campeonatos”.
En Argentina, la discusión sobre la importancia de la defensa volvió al centro de escena después de los últimos partidos de River, en los cuales el equipo de Gallardo sufrió, y pagó muy caro, algunos errores puntuales de sus piezas defensivas.
Desde que se reanudó el fútbol, River arrastraba problemas defensivos que pasaban desapercibidos porque el equipo los tapaba con un rendimiento ofensivo, y colectivo, que le alcanzaba para superar a sus rivales de turno convirtiendo casi siempre un gol más, pero la estadística es contundente: después del parate, el Millonario recibió 19 goles en 19 partidos. Parece muy difícil ganar la Libertadores con un gol en contra de promedio por juego.
Uno de los primeros argumentos para explicar el flojo rendimiento defensivo de River es la diferencia de categoría individual entre los defensores que se fueron y los que quedaron. El último caso es el de Lucas Martínez Quarta, que dejó un hueco en el fondo después de su partida hacia la Fiorentina. Ninguno de los suplentes, por ahora, demostró estar a la altura del central de la Selección y eso no se puede disimular.
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Hace unos meses, cuando la gran mayoría del ambiente futbolero coincidía en que Robert Rojas debía ser titular, Gallardo decidía no ponerlo. El paso del tiempo mostró en parte algunos de los motivos por los cuales el técnico de River elegía otras opciones por encima del paraguayo. De todas formas, Rojas se había ganado un lugar entre los once a fuerza de buenas actuaciones en la competencia local.
Para el primer partido con titulares, después de la salida de Martínez Quarta, Gallardo eligió a Paulo Díaz como reemplazante. En el 3 a 0 contra la Liga de Quito se vio una muestra de lo que vendría, pero no pareció tan grave porque el poderío ofensivo del equipo maquilló los errores defensivos con un resultado abultado que no reflejó los desajustes defensivos de River.
La misma pareja, Pinola-Díaz, jugó contra Banfield que, a diferencia de la Liga, no le perdonó a River las equivocaciones y se lo hizo pagar con la primera derrota post parate. Las luces de alarma seguían encendidas, pero como nunca en el ciclo Gallardo el equipo alternativo empezó a conseguir buenos resultados, acompañados por buenos rendimientos individuales entre los que empezaron a destacarse Rojas y Fabricio Angileri.
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Para la siguiente parada importante, contra Paranaense por los octavos de final de la Libertadores, Marcelo Gallardo usó dos recetas. En la ida mantuvo a Pinola y Díaz, pero en la revancha sorprendió reviviendo la idea de los tres centrales, con Rojas de último. Lo curioso sería que después de la clasificación el técnico no volvería al viejo sistema cinco en el fondo.
En la serie de cuartos de final frente a Nacional, se produjo una nueva sorpresa: salió Pinola del equipo y los centrales fueron Rojas y Díaz. Contra un rival que prácticamente no atacó, ambos tuvieron una sólida actuación y se quedaron con el puesto. Asomaba una nueva pareja de marcadores centrales a la que el técnico le haría otro ajuste sorpresivo: afuera Casco y adentro Angileri.
Después de más de dos meses de competencia, nacía una nueva defensa en River conformada por Montiel, Rojas, Díaz y Angileri. El único que se mantenía del equipo ideal desde la reanudación era Gonzalo Montiel en el lateral derecho, Martínez Quarta ya no estaba y Pinola y Casco habían salido por bajos rendimientos.
La renovada estructura defensiva de River duró poco. Primero, un error individual de Díaz significó una tarjeta roja innecesaria contra Huracán y después las lesiones de Angileri y Casco fueron un dolor de cabeza para Gallardo, obligándolo a mover las piezas antes del clásico frente a Boca.
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Para el Superclásico, uno de los partidos más importantes del año, el técnico de River decidió poner un equipo con mayoría de titulares y volvió a usar la nueva pareja de centrales: Rojas junto a Díaz, con Pinola de improvisado lateral izquierdo más el inamovible Montiel del otro lado. La historia empezó torcida, se enderezó y terminó zigzagueante.
El primer gol de Boca dejó expuesto al chileno Paulo Díaz, que perdió la marca de "Wanchope" Ábila, y el segundo puso en evidencia al paraguayo Rojas, que dejó girar a Tévez y terminó mirándole el número. La imagen final desató la polémica cuando se pudo escuchar el audio de lo que Gallardo le decía a Rojas mientras lo tomaba del hombro acompañándolo hacia el túnel.
El pedido del técnico millonario a su defensor fue tomado por algunos críticos que hicieron una lectura literal de la recomendación y la desacreditaron por violenta. Otros, más comprensivos, entendieron que Gallardo buscaba una reacción positiva de Rojas tratando de hacerle entender que la rudeza defensiva es un atributo innegociable. El propio Muñeco también habló del tema y fue tajante acusando a quienes lo cuestionaron de no haber pateado nunca una pelota.
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El asunto de la pierna fuerte, los jugadores duros, metedores, y la garra para defender un resultado desempolvó viejos debates sobre los estilos. Históricamente, River estuvo emparentado con otra estirpe dejándole a Boca el lugar de equipo aguerrido, barrero, huevero, como le gustaba decir al Turco Wehbe. Alcanza con repasar algunos nombres de la galería de ídolos para entenderlo: el Leoncito Pescia, Rattín, Mouzo, Giunta, Pernía, Pasucci, Serna, Schiavi, Bermúdez y siguen las firmas.
También es cierto que sería una reducción injusta encasillar a River y ponerlo en una caja con el cartelito de “juego bonito” como si Boca lo mirara desde otra con la etiqueta “juego metedor”. En las dos bibliotecas hay para todos los gustos. Por el Millonario pasaron sin ponerse colorados Mostaza Merlo, Gallego, Passarella, Ponzio, Maidana, Astrada…
Después de la novela de la Bombonera, los hinchas de River cambiaron de canal, pero nunca se imaginaron que terminarían viendo una de terror contra Palmeiras. Tres errores individuales, tres goles en contra y otra vez Robert Rojas en el centro de la polémica. El paraguayo volvió a equivocarse dejando girar a un rival y colaboró con el desmoronamiento final del equipo que había empezado después de la equivocación de Armani en el primer tiempo.
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En el ida y vuelta constante, que tomó más fuerza en los últimos años, al otro día de la categórica goleada que sufrió River, Boca volvió a dar una muestra de su granítica defensa. El triángulo que forman Andrada, López e Izquierdoz es la base sobre la que se sostiene la estructura del equipo de Russo. Alcanza con mirar los partidos, pero también revisar las estadísticas: al Xeneize le hicieron solo 3 goles en la Libertadores y apenas recibió 10 en los 19 juegos que disputó desde que volvió el fútbol.
Todavía quedan muchas cosas en juego y tanto Boca como River, cada uno con su estilo, siguen en carrera, pero apareció una pequeña diferencia —que ya sabremos hasta dónde se amplía—: en el Xeneize los centrales son una solución defensiva, mientras que el Millonario tiene, precisamente, un problema central en su defensa.
